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PDG: el partido-empresa donde todos quieren ser jefe Opinión Archivo (AgenciaUno)

PDG: el partido-empresa donde todos quieren ser jefe

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Bruno Musa
Por : Bruno Musa Periodista.
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Si el PDG quiere sostener su presencia más allá del momento electoral, necesitará construir algo más profundo que un buen desempeño en las urnas. Deberá definir reglas, liderazgos, pertenencia y un propósito común.


El sorpresivo crecimiento del Partido de la Gente (PDG), que duplicó su representación parlamentaria y se instaló como la segunda fuerza más votada, abrió un debate que va más allá del éxito electoral. Lo que irrumpió en estas elecciones no fue solo una alternativa al establishment político, sino una estructura que funciona más como una empresa en expansión que como un partido con identidad.

Cuando a una empresa le va bien, suma trabajadores. Lo mismo ocurrió con el PDG: nuevos militantes, nuevos parlamentarios y un clima general de entusiasmo por “subirse al éxito”. Pero ese crecimiento acelerado exige algo que el partido aún no ha construido: una cultura interna capaz de ordenar el trabajo y alinear a quienes ahora tendrán responsabilidades legislativas.

Giancarlo Barbagelata, jefe de campaña de Franco Parisi, insistió en que el PDG votará caso a caso, sin compromisos ideológicos con bloques tradicionales. Esa lógica puede seducir a un electorado cansado, pero también se parece a una empresa que solo responde a balances trimestrales: si la propuesta “rinde”, se aprueba; si no, se descarta. El problema es que sin un proyecto común, esa flexibilidad puede transformarse en dispersión.

Las primeras tensiones internas ya afloraron. La polémica por la consulta digital del PDG, cuyos resultados no transparentaron cuántos militantes votaron, generó críticas desde dentro. Pamela Jiles exigió publicar las cifras, evidenciando que incluso antes de llegar al Congreso, en “esta empresa” ya existe disputa sobre cómo se toman las decisiones y quién ejerce el verdadero mando.

Aquí emerge el mayor riesgo: la fragmentación. Un partido sin sentido de pertenencia suele replicar las dinámicas de cualquier organización que crece sin orden. Cuando los números no acompañan, llegan los recortes, las pugnas internas y las presiones de quienes empiezan a actuar como sindicatos. En política, eso se traduce en quiebres, votaciones contradictorias y liderazgos que se anulan entre sí.

El PDG reúne perfiles muy distintos bajo un mismo logo, y muchos de ellos compiten por influir en la línea que deberá seguir la colectividad. Es, en esencia, una empresa con muchos subgerentes y ningún gerente general claro. Cada parlamentario podría intentar imponer su mirada, sobre todo cuando no existe una historia, doctrina o identidad que los ate a un proyecto compartido.

Si el PDG quiere sostener su presencia más allá del momento electoral, necesitará construir algo más profundo que un buen desempeño en las urnas. Deberá definir reglas, liderazgos, pertenencia y un propósito común. Sin eso, la empresa puede crecer rápido, pero también quebrarse igual de rápido cuando los números empiecen a bajar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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