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Premio Altazor de literatura infantil dispara contra editoriales trasnacionales a quienes acusa de fomentar la «corrupción legal» Luis Alberto Tamayo ganó el premio con el libro «Un gran gato»

Premio Altazor de literatura infantil dispara contra editoriales trasnacionales a quienes acusa de fomentar la «corrupción legal»

El escritor y profesor, que entre otros oficios ejerce como «cuentacuentos» en el Colegio Altamira de Peñalolén y que admira la generación normalista, sostiene que la llamada literatura complementaria es un «gran negocio» y las editoriales compran a profesores y directores para que incluyan sus títulos en los colegios. Critica, además, la abundancia de mala escritura en el género y la baja calidad de los profesores. “Hay libros que si se los das a los niños a temprana edad, los vas a encantar, los va a cambiar, a impresionar y les va a hacer un efecto”, asegura. “Eso pasa con la buena literatura”.


A Luis Alberto Tamayo, profesor, y reciente ganador del premio Altazor por «Un gran gato» (Edebe, Editorial Don Bosco) en la categoría de literatura infantil y juvenil, le gusta decir las palabras por su nombre.

Asegura entre los profesores de lenguaje «abunda el facilismo y la mala calidad», que las editoriales trasnacionales fomentan una corrupción legal al «comprar profesores y directores» con beneficios para que seleccionen sus libros en las llamadas lecturas complementarias, que en los textos actuales se les engaña a los chicos desconectándolos de la realidad y, que hay escritores que escriben textos para niños como si fabricaran salchichas, produciendo libros irreflexivos y de pésima calidad.

Uno de los problemas para este profesor, que admira la generación de los docentes normalistas, esos que podían dedicarle más tiempos a los chicos y que incentivan la lectura a través de los grandes clásicos, es que «estamos llenos de literatura infantil mala, porque parece que el lema es que si no puedes escribir para grandes, escribe para niños, y eso no es así».

«El que cree que escribir para niños es escribir para tontos, está perdido. Hoy los niños tienen un conocimiento del mundo y de temáticas que no te imaginas, y más que las abordemos nosotros con criterio a que se las dé cualquiera sin ningún cuidado», dice.

Tamayo ejemplifica el tema de la buena literatura con el libro “Es así” (2011), de Paloma Valdivia que habla del tema de la muerte.

“Los niños ven noticias, entonces acerquémosles esos temas, no les vamos a hacer daño, al contrario, los vamos a preparar, porque la vida es alegría pero también tristeza, las dos caras”, señala. “No se trata de negarles la realidad, ni de darles con toda la negra realidad de uno, pero sí se mostrar que la vida tiene de todo, que tenemos que tener una actitud positiva y sobre todo querernos mucho, que es lo que pasa en ‘El gran gato’”.

un gran gatoBuena literatura

Los niños son buenos lectores que también exigen buena literatura. Porque aunque muchos consideren a la literatura infantil un género menor, para Tamayo debe ser igual de buena que aquella dirigida para adultos, algo que en su opinión por desgracia no está garantizado en la actualidad.

“Cuando me encuentro con un autor que dice que escribe sólo para niños, un frío me recorre la espalda”, explica. “Lo primero que pienso es que no es escritor. Los buenos escritores para niños también son buenos escritores para adultos”.

Tamayo pone como ejemplo las obras de autores como el danés Hans Christian Andersen, que son “de una gran profundidad, de una crítica social y una postura frente al mundo tremenda”, igual que los textos para chicos de Oscar Wilde y Federico García Lorca.

“Cuando yo veo poesía ramplona, facilista, de rima pobre, pienso, este escritor o escritora que pretende escribir para niños,  ¿no se ha probado con literatura para grandes, para que le digan lo malo que es? Ése es el tema”, asegura.

“Estamos llenos de literatura infantil mala, porque parece que el lema es que si no puedes escribir para grandes, escribe para niños, y no es así. Si queremos que los niños sean buenos lectores, personas pensantes, actuantes dentro de su mundo, tenemos que darles buena literatura. Todos los recursos literarios para escribir una novela para adultos, también se pueden utilizar en literatura infantil”, asevera.

“Hay libros que si se los das a los niños a temprana edad, los vas a encantar, los va a cambiar, a impresionar y les va a hacer un efecto”, insiste. “Eso pasa con la buena literatura”.

Corrupción

¿A qué se debe la abundancia de la mala calidad? Tamayo está convencido que tiene que ver, entre otras cosas, con que la literatura infantil se ha convertido en un negocio: las grandes transnacionales hacen una fuerte campaña para introducir sus productos en los colegios.

“Es una aberración. Las editoriales, en sus esfuerzos de venta, compran profesores y directores con una enciclopedia de regalo, llevándole un proyector o regalándoles libros para los hijos de los docentes. Eso es corrupción legal. ¿Por qué algunos colegio sólo piden libros de una editorial? Ahí alguien está ganando algo, o alguien está flojeando porque no investiga nada y confía”. Es algo que él, como profesor, ha visto.

Ese mismo negocio ha hecho que muchos escritores publican “como quien produce salchichas”.

“No son temas trascendentes, ni están hechos de una forma artística lograda. Ojo, yo también trabajé en (el programa de televisión) ‘Los Venegas’ y escribía dos libretos a la semana, pero no espero que me los reconozcan como obras artísticas, eso es entretención. Con los mismos argumentos de ‘Los Venegas’ podría escribirte un libro infantil a la semana, ¡pero sería horrible!, porque la genialidad no te visita tan seguido”.

“La literatura, como es de mercado, se vende, entonces aunque esto sea basura, se vende”, añade. “Porque si es así, (el cantautor Ricardo) Arjona es mejor que Fito Páez, porque llena más estadios. Como hay monedas en la literatura infantil, eso abre apetitos. Pero hay que hacer las cosas bien. Yo no fabrico salchichas. Cuando un tema es grande, profundo, bello, lo escribo”.

A eso se suma que la calidad de los profesores ha bajado, porque para Tamayo sin duda la de los normalistas era distinta. El resultado son docentes con muy poco tiempo, que no siempre tienen la  cultura literaria para hacer buenas elecciones, que incluso muchas veces sacan textos de baja calidad de Internet y se las van enseñando a los niños. “Volvamos a los clásicos, hay mucho facilismo de no buscar cosas de calidad”, pide.

“El profesor tiene que ser una autoridad, un intelectual. Si va al concierto de Arjona, mejor que devuelva el título, queda inhabilitado para enseñar poesía”, remata.

El cuentacuentos

Luis Alberto Tamayo, en el Colegio Altamira

Luis Alberto Tamayo, en el Colegio Altamira

Tamayo cuenta que partió escribiendo literatura infantil sus hermanos. “Somos siete hermanos, le escribí cuentos a mi hermana chica”, recuerda.  “Además leí muy buena literatura infantil cuando niño. Mis padres me contaban muy buenas historias. Tengo un background muy grande. Hay un buen gusto por la historia bien contada, que tiene muchos más caminos que uno sigue recorriendo luego con su mente. No sólo es lo que está en la página, sino en las dudas y las inquietudes que te instala”.

Esa vocación literaria, unido a sus estudios pedagógicos, hoy le permite fungir como cuentacuentos en el Colegio Altamira, donde trabaja. Una labor que, de paso, revive la vieja tradición de los adultos contando historias a los más pequeños.

“En el colegio Altamira, el currículo de lenguaje tiene una hora de cuentacuento a la semana para los niños”, explica. “Entonces yo hago el puente entre la literatura oral y la literatura escrita, que es el puente que se perdió porque los papás están muy cansados, los abuelos están en otra y nadie le lee cuentos a los niños, como era antiguamente”.

Para el autor este hecho es clave, no sólo por el vocabulario, sino para introducir hábitos de lectura.

“Si un niño de la década del 50 había escuchado un millón de palabras a los siete años, hoy ha escuchado mucho menos”, asegura. “Tampoco ha habido el contacto visual, gestual, que conlleva contar un cuento, como se cuenta en una taberna o en una caverna, donde gesticulas, haces las voces y eso va más allá del libro. Con los cuentacuentos reparamos esa anomalía para tener buenos lectores”.

Premio Altazor

“Un pequeño gato perdido en busca de sombra sin querer llega al zoológico y se topa con la jaula del tigre. Al verlo se da cuenta de que ambos tienen las mismas rayas y cree que ha encontrado a su padre, por lo que no trepida en adentrarse en la jaula para tratar de liberarlo, sorprendiendo al gran felino con su inocencia y ternura. Por ello, el tigre lo adopta como hijo y le enseña todos los secretos de su lejana jungla”.

Esta es la reseña de “Un gran gato” , la obra con la cual Tamayo ganó ganó el premio Altazor.

“El galardón es importante porque es dado por los pares, no por un jurado de eruditos de otros lugares”, señala Tamayo (San Fernando, 1960). Profesor de Educación Básica de la Universidad de Chile, antes obtuvo otros premios como el “Santiago en 100 palabras” del año 2011, con el cuento “Soldado de Terracota”.

Antes, Tamayo se hizo conocido con “Caballo loco, campeón del mundo”. Es una obra juvenil que cuenta la historia de “Huaso”, el equino con el cual el jinete militar chileno Alberto Larraguibel Morales batió el récord mundial de salto alto de equitación el 5 de febrero de 1949, en el marco de un concurso ecuestre internacional oficial celebrado en el Regimiento Coraceros de Viña del Mar.

“Los temas aparecen, uno como escritor tiene que estar con las antenas paradas”, reflexiona. “Con la historia de ‘Caballo loco’ no me quedó otra que investigar y escribir el libro. Ahora tiene diez ediciones, está pirateado en San Diego, pero no sé cuánto me voy a demorar  en hacer otra novelita para niños que tenga tanta fuerza”, señala hoy sobre un libro que aborda temas como el esfuerzo y la constancia.

 

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