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Alejandro “Mono” González, un hiperkinético artista que se ha vuelto referente mundial

Alejandro “Mono” González, un hiperkinético artista que se ha vuelto referente mundial

Acaba de inaugurar una muestra de su obra en la galería de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), mientras prepara para agosto un viaje a Italia y en septiembre otro a Estados Unidos. Acá habla de la dictadura, los recientes casos de corrupción y las nuevas generaciones.


Alejandro “Mono” González debe su apodo a una actitud hiperkinética que tuvo de niño y que aún conserva. No hay otra forma de explicar cómo este artista y militante comunista (Curicó, 1947), a dos años de cumplir siete décadas, se conserve tan activo.

La semana pasada inauguró una muestra en la Galería de Exposiciones Nemesio Antúnez (Avenida José Pedro Alessandri 774, Ñuñoa) de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), que estará abierta hasta el 17 de julio, con sus más recientes creaciones, que incluye una sorprendente obra con volantines.mono 3

Esta muestra es sólo una de las actividades del creador de la segunda parte del año. El 29 de julio inaugurará otra muestra en la sala Marta Colvin de la Universidad del Biobio en su sede de Chillán, donde la editorial Perroseco (de su hijo Sebastián González) también lanzará un pequeño libro sobre su obra. En agosto viajará a Italia para participar en el pabellón de Chile de la Expo de Milán (que funcionará hasta el 31 de octubre), además de un encuentro de grafiteros y muralistas en la misma ciudad.

En septiembre, en tanto, González viajará a la Universidad de Ohio, Estados Unidos, donde realizará una muestra y dará algunas charlas.

Reencuentro con el “Peda”

¿Por qué González ha vuelto al ex Pedagógico? “Es un lugar histórico para mí, hay un reencuentro”, relata este licenciado en Diseño Teatral de la Universidad de Chile. Recuerda las peñas, las semanas mechonas y también la actividad política que vivió en esa casa de estudios a fines de los años 70 y durante la Unidad Popular.

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La muestra es un ejemplo más de su actitud de vida, marcada por una constante interacción con “la calle”, “el pueblo”, “el ciudadano de a pie”, al mismo que interpela desde su taller-galería instalada en el Persa Biobio, su trabajo de dirección de arte en el Museo a Cielo Abierto de San Miguel, el mural que realizó en el Hospital del Trabajador o en la estación de Metro Parque Bustamante.

“¿Quién va a esa exposición? Los estudiantes, ellos me interesan. Vamos a hacer un conversatorio. No vamos a hacer un taller, porque en la toma ya los están haciendo, de serigrafía, imprimiendo sus propias cosas”.

La exposición contiene grabados y una instalación con volantines, la última ocurrencia de este creador. Se trata de una colaboración con los artistas del colectivo ArteVolantines, dedicados a rescatar este arte que estuvo a punto de desaparecer a manos de las importaciones chinas. Son 16 volantines que forman una sola figura.

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Para González, la muestra es un ejemplo de vínculo entre la academia y la calle, que a su juicio es siempre necesario. “Es como para decirle a los estudiantes, ‘fíjense lo que están haciendo afuera, la diferencia con los volantines que están impresos con marcas’”.

“El volantín es algo muy chileno. En todas partes son de plástico. El arte del volantinero de Chile como que es más sencillo, pero es de una artesanía extraordinaria”, explica. “Son lenguajes que estamos reaprovechando, recapturando, resignificando, redescubriendo”.

González recuerda con esta instalación su propia infancia, especialmente a su madre, que al no poder comprarlos cuando él era niño se quedaba hasta altas horas de la noche, fabricándolos a mano. “Ahí está la metáfora de la exposición. Es el encuentro de la infancia y la vejez, del principio y el final”, afirma el artista, para quien esto ayuda a cerrar otro de los círculos de su vida –en este caso la Universidad de Chile- que permanecían abiertos.

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¿Tiene algún mensaje esta muestra? “Todo tiene un mensaje”, responde este artista que se define como trabajador del arte. “Hasta un ojo tiene un mensaje. Siempre hay algo. Te doy un ejemplo: hace mucho tiempo, en la época de la dictadura, en la galería de Isabel Aninat, hice un cuadro grande sobre el (delator) encapuchado del Estadio Nacional (en 1973). Lo vieron unos árabes y me anduvieron buscando para comprarlo, porque para ellos la obra era sobre un mercado árabe”.

“La lectura del espectador depende la cultura y experiencia que tenga”, indica. “Una de las cosas que estoy tratando de hacer ahora es que las cosas no sean obvias o directas, que se sientan, que se descubran. Y que haya variedad más que cantidad”.

Vivir en dictadura

González señala que esta muestra –además de sus otras actividades y viajes- tiene que ver con recuperar “el tiempo perdido”, especialmente durante la dictadura. Militante desde los años 60, el golpe militar lo pilló siendo miembro del comité central de las Juventudes Comunistas. Pasó a la clandestinidad. “Subestimamos el golpe respecto a lo fuerte que fue y a lo largo” que resultó  siendo la dictadura, admite.

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Siguió trabajando en sus funciones de propaganda, haciendo volantes y panfletos, con un nombre falso y en forma compartimentada, mientras sobrevivía gracias a un bazar de barrio, labores en la construcción y trabajos en teatros, canales de televisión y el Teatro Municipal, donde terminó ayudando a formar un sindicato a comienzos de los años 80. “Nos acostumbramos a vivir con poco, lo justo y necesario”.

Los murales recién volvieron en esa época, a partir de las protestas. Siempre tuvo suerte: aunque muchos de sus compañeros murieron, él nunca cayó detenido, gracias a lo que hoy denomina “presentimientos, intuiciones y mucha suerte”.

“Todo lo que te digo, de andar haciendo tantas cosas, tiene que ver con esa época, esa sensación de encierro, de claustrofobia, de no poderte mover mucho”, destaca.

Uno de los pocos murales “legales” que realizó en esa época fue en el Gimnasio del Sindicato de Goodyear, en Maipú, en 1979, junto a otros artistas jóvenes. Paradójicamente, esa obra, ubicada en una cancha de fútbol, que sobrevivió toda la dictadura, fue borrada en democracia, en 2004, por indicaciones del propio sindicato. “Parece que había recibido muchos pelotazos, y en vez de restaurarlo…”.

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Toda una metáfora de la época, caracterizada por la falta de conciencia y desmemoria. “Tiene que ver con la herencia de los valores” de la dictadura, la misma que para González explica los actuales casos de corrupción como Penta y Caval.

“Son problemas de ética”, reflexiona. “Nuestros padres nos enseñaron a no meter las manos, la honestidad. Mi padre era un obrero, pero incapaz de robar, mientras que los que lo explotaron hoy son los que más lo hacen”. Por eso pide, como tantos otros, Asamblea Constituyente y una nueva Constitución.

Fe en los jóvenes

Aún así, González tiene fe, especialmente en los jóvenes. Su trabajo con las nuevas generaciones es intenso. Tiene un fluido contactos con los grafiteros y muralistas actuales, entre otros gracias al Museo a Cielo Abierto de San Miguel, un complejo de viviendas sociales de los años 40 que ya cuenta con 43 murales. Una labor gracias a la cual ha conocido el trabajo de artistas más jóvenes como Cekis o Inti.

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“Estos muchachos tienen un nivel artístico, técnico, estético, que comparado al que teníamos nosotros a su edad, es superior, por la información y también los antecedentes que nosotros les dejamos”, señala. “Ellos, como recibieron eso, no empezaron de cero. Su arte ya no es considerado algo vandálico, se les está dando un espacio. Además tienen la ventaja del registro”.

González agrega que, gracias a su labor, “Chile es ya un referente a nivel mundial de arte urbano, en la calidad y la cantidad de lo hecho en la calle”, que ya vienen a estudiar desde universidades extranjeras.

“El mural de la calle es una bitácora del vivir de la ciudad”, señala convencido. “Lo importante es la unión del grafitero con el muralismo”, que en el caso de San Miguel nació a partir de una iniciativa de la propia población del barrio. Un trabajo similar al que realizó en 2013 en la localidad argentina de Pipinas, a 160 kilómetros de Buenos Aires, junto a estudiantes de la cátedra de muralismo de la Universidad Nacional de La Plata.

Sueños le quedan muchos. Por ejemplo, que toda villa de edificios sociales tenga por ley un mural o alguna obra de arte. O que la ribera del río Mapocho sea una galería permanente. “Eso le entrega identidad a un lugar, autoestima”.

 

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