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En cana por un lápiz

Luego de cuatro años como reponedor de la tienda de retail de Cencosud, el estudiante de periodismo Pablo Moreira fue acusado de robarse un lápiz. Por ello, fue detenido, pasó la noche en un calabozo y terminó al otro día en el Centro de Justicia. Perdió su trabajo y quedó sin derecho a reclamar sus años de servicio. Pero no piensa quedarse de brazos cruzados. Esta es su delirante historia.


¡Moreira Vega! ¡salga! -gritó un gendarme frente a la celda 8-A de la  zona de tránsito  junto a la ex Penitenciaría de Santiago.

Un joven de casi dos metros, muy delgado y vestido con el uniforme del supermercado Jumbo, salió de entre un apretado grupo de reos y formó fila con otros detenidos. Eran alrededor de las 9 de la mañana del jueves 6 de mayo.

Luego de unos minutos de espera, pasaron por el “túnel” rumbo al Centro de Justicia, conocido como el “mall del crimen”, donde el estudiante de periodismo de la Universidad Arcis se encontró con uno de los dos compañeros de trabajo con quienes había compartido una angustiosa noche en un calabozo de Peñalolén.

Ahora debían presentarse ante el juez. La acusación de la fiscal de turno, según relata el joven de 27 años, provocó sonrisas y sorpresa en el tribunal: “Señor Pablo Moreira, se le acusa de haber robado un lápiz del Jumbo de Peñalolén”.

El “robo del siglo”

Doce horas antes, Pablo y Jonathan Boss  se apuraban en terminar de ordenar los pasillos, reponer la mercadería y limpiar las góndolas de la sección abarrotes/botillería del supermercado Jumbo de Peñalolén, ya que ese día tocaba fumigación.

La tarea no era nueva  para Pablo, que hace cuatro años trabajaba como  reponedor interno part-time de la tienda de retail de Cencosud. Con esto costeaba parte de sus estudios universitarios.

[cita] “No eran tan patos malos, eran puros de microtráfico, había uno que se había robado una broca de 1.500 pesos, otro que vendió dos películas, borrachines…”[/cita]

A las 21:45 horas, su nombre, el de su compañero y el de un reponedor nuevo, Mitchell Poblete, sonaron por los altoparlantes del local, indicando que debían acercarse al “reloj control”. Allí, según relata el joven conocido como “Avatar” entre sus compañeros del supermercado, los esperaba la guardia interna, Marjorie Alvear. Faltaba más de una hora para que terminaran sus funciones.

-Entreguen los lápices tú y tu compañero-ordenó la guardia.

-¿Qué lápices?, preguntó Pablo.

-El que se robó su compañero.

A pesar de que Pablo le explicó que no habían robado nada y que además tenía una hoja de vida intachable, les ordenó bajar a la sala de monitores. Allí, los guardias les explicaron que Jonathan Boss había sacado 3 lápices desde una caja mientras retiraba la mercadería que los clientes dejaban en los canastillos. “Y como yo le había pedido un lápiz a Boss para anotar la mercadería que sacaríamos a la sala me pasó uno de esos”, cuenta el estudiante.

Su compañero precisó que la caja de lápices estaba rota, por eso él sacó tres lápices, “ya que no teníamos con qué anotar y como éramos sólo tres los que estábamos de turno, los utilizamos”.

Usar cosas que ya no se pueden vender, explica Pablo, es algo usual, “ya que  como es merma, se utiliza sólo para la jornada de turno y después se devuelve al módulo de informaciones o al encargado de la sección y no es el gran crimen. Me refiero que nadie va a arriesgar su trabajo por un lápiz Tinta Gel de $1.390 pesos y menos un estudiante universitario que tiene un hermano con daño neurológico y un padre que sufrió un accidente vascular cerebral, como yo”.

Pero nadie escuchó justificaciones y llamaron a carabineros, que recibieron fotos de los lápices y la declaración del supermercado que decía que los tres trabajadores habían pasado por caja y que no habían pagado el producto.

“Es cierto que pasamos por caja, pero sólo porque nos hicieron salir para reclamarnos el supuesto robo”, dice Pablo.

En medio de protestas, subieron al furgón de Carabineros vestidos con el uniforme de trabajo, porque no los dejaron cambiarse de ropa.

-¿Y qué pasó exactamente, cabros?, les preguntó el oficial que iba al volante. Le contaron.

“Avatar”, que hace varios años trabaja como periodista en la Radio Nuevo Mundo, grabó la conversación mientras los llevaban a la 43 comisaría de Peñalolén.

“Ustedes no tuvieron intención ni dolo de sacar el lápiz -les dijo el carabinero-. Aquí hay que tener claridad de que ustedes están en su horario de trabajo y es imposible que los detengan por hurto en circunstancias que ustedes no sobrepasaron las cajas para irse. Están buscando un atenuante para despedirlos y no pagarles…es una chanchá que hicieron para echarlos”. Incluso quería volver a dejarlos al supermercado, pero la denuncia ya estaba hecha y los esperaban en la comisaría.

En el calabozo

A medianoche llegaron a la comisaría. Allí les tomaron los datos y se comunicaron con el fiscal para ver qué pasaría con ellos. En ese intertanto llegó el papá de Pablo, que se había enterado del problema por la polola de éste, que le avisó que su hijo estaba “en cana”. Rápidamente dejó su casa en La Florida para ir a ayudar a su hijo mayor.

Luis Moreira había sufrido hace dos años un derrame cerebral, a raíz de lo cual está en tratamiento. Para su hijo, exponerlo a una situación como esta era angustiante. Por eso le bajó el perfil al asunto y le pidió que se fuera a casa y lo esperara al otro día en el Centro de Justicia, ya que el fiscal había decidido que debían ir allí.

Luego los tres, a estas alturas ex trabajadores del Jumbo, tuvieron que desnudarse por un rato, tras lo cual los metieron en un calabozo.

El lugar era muy frío, más aún porque había llovido, y sólo había una especie de grada de cemento para sentarse. El olor a orines y humedad era fuerte. Ahí fue el verdadero calvario de los jóvenes. “Estaba choqueado, con la adrenalina al máximo, así que no dormí nada. Yo pensaba en qué iba a pasar al otro día, en lo que afectaba a mi familia este asunto, y como no me había matriculado en la Universidad todavía, tenía miedo de no poder hacerlo porque seguramente no me iban a indemnizar y ya no tenía trabajo”, cuenta Pablo. Además tenía rabia, porque “en el supermercado no se acercó nadie a ayudarnos, nos trataron como a viles delincuentes”.

Entre flaites

A las 8 de la mañana se los llevaron esposados al control de detención de la ex Penitenciaría.

-¿Ustedes son los de los lápices? Les preguntó el carabinero que los llevaba. A esas alturas ya eran famosos.

El carabinero les aconsejó que contaran a la fiscal lo sucedido con detalle “porque esto no es hurto”.

“Llegamos a la ex Penitenciaría de Santiago. Ahí si que me dio vergüenza porque estaban los de la PDI en el estacionamiento y te ven como un delincuente. Entramos a una sala con de todo: narcotraficantes, borrachos, maleantes, flaites. Eran puros monstruos, todos tajeados”, recuerda Pablo.

Una vez más dieron sus datos y tuvieron que sacarse la ropa, pero esta vez los pusieron además a hacer flexiones desnudos. Se vistieron y pasaron  a un patio. Los separaron y Moreira quedó en la celda 8-A, junto a unos 17 detenidos. Rápidamente su altura y el elefantito de su uniforme llamó la atención.

-¿Qué te pasó loquito?

-Nada, me acusaron de hurto (¡a la hora que digo que fue por un lápiz me hacen chupete!).

-¡Ah! ¿Y dónde trabajai?

-Ahí po gil!-le contesta otro- ¿no veís que dice Jumbo?

“Así entramos en confianza”, cuenta Pablo, que ya no tenía miedo de que le hicieran algo. “No eran tan patos malos, eran puros de microtráfico, había uno que se había robado una broca de 1.500 pesos, otro que vendió dos películas, borrachines…”

No tuvo que esperar demasiado. Pasó el túnel y luego de algunos trámites, la fiscal le leyó la acusación, sin derecho a objeciones, por el robo del lápiz. “Se decidió que  en mi caso no podré pasar por el Jumbo donde trabajaba durante un año y que el caso quedaba suspendido. Por ende, quedé automáticamente despedido por algo que nunca hice”.

El señor lápiz

Hasta el lunes 18 de mayo, Pablo ni sus colegas habían recibido noticias del Jumbo. Ese día le llegó una carta informándole del término de contrato “por incumplimiento grave de las obligaciones”. La misiva detallaba que la desvinculación del joven era a causa de que “al término de su turno fue sorprendido llevando entre sus pertenencias productos de la empresa”.

Por eso, el joven planea  entablar una demanda laboral para que le paguen los años de servicio. También una demanda civil por daños y perjuicios. “Quiero limpiar mi nombre, y creo que es fundamental que se termine con el abuso”. Además, recalca, “nunca más volvería a trabajar en un supermercado”.

A pesar de todo, Pablo no pierde el buen humor. Ya se matriculó en la universidad, en la que está parcialmente becado, y dice que ha recibido mucho apoyo por parte de sus profesores y compañeros, que lo bautizaron como “el Señor Lápiz” Al finalizar la entrevista me pide un lápiz para anotar algunos datos. Sonríe:

-No te preocupes, si no te lo voy a robar…

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