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La Iglesia da giro a la izquierda y hace dura crítica institucional al modelo económico y la lógica neoliberal

Recordando los vientos que soplaron con el Concilio Vaticano II, el Episcopado se juega por los asuntos del mundo y una fuerte revalorización de la moral social y lo político. También realiza un profundo mea culpa a partir de los escándalos por abusos sexuales de menores en manos de sacerdotes, los que la tienen con bajísimos niveles de credibilidad ante la opinión pública.


La Carta Pastoral elaborada por el Comité Permanente del Episcopado de la Iglesia Católica y que este jueves presentó el arzobispo de Santiago, monseñor Ricardo Ezzati, se da a conocer en un momento en que las relaciones de la Iglesia con la sociedad, a nivel mundial y nacional, se encuentran profundamente agrietadas. Las diversas acusaciones contra sacerdotes por abusos sexuales reiterados contra menores de edad, las faltas a la promesa del celibato, más las medidas con las que la Iglesia ha afrontado los casos, han puesto en duda ante sus fieles y la sociedad la credibilidad y la confianza hacia la comunidad apostólica.

El documento de 23 páginas titulado «Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile», que se presentó en el salón de honor de la Universidad Católica, se ha convertido en una de las cartas más duras y frontales que ha entregado la institución, pues repasa en ella temáticas políticas, económicas, sociales y religiosas de contingencia que afectan al país, sin ahorrarse ningún calificativo. Con este acto, la Iglesia busca hacerse escuchar para reposicionar su rol dentro de la sociedad, remarcando su derecho a hablar y dar su opinión sobre los acontecimientos que aquejan al país. En sus palabras hay un especial énfasis en el mea culpa que realizan como institución.

Las principales críticas que manifiesta la carta sobre la situación actual del país tienen que ver con las desigualdades, tanto sociales como económicas, que han surgido por la globalización, el «lucro» desregulado y las deficiencias del rol del Estado.

«Chile ha sido uno de los países donde se ha aplicado con mayor rigidez y ortodoxia un modelo de desarrollo excesivamente centrado en los aspectos económicos y en el lucro. Se aceptaron ciertos criterios sin poner atención a consecuencias que hoy son rechazadas a lo ancho y largo del mundo, puesto que han sido causa de tensiones y desigualdades escandalosas entre ricos y pobres. Por promover casi exclusivamente el desarrollo económico, se han desatendido realidades y silenciado demandas que son esenciales para una vida humana feliz», afirman los prelados, quienes agregan que «la tarea central de los gobiernos parece ser el crecimiento financiero y productivo para llegar al tan anhelado desarrollo”.

En la carta insisten en que para el Gobierno «la libertad económica ha sido más importante que la equidad y la igualdad» y que «la competitividad ha sido más promovida que la solidaridad social y ha llegado a ser el eje de todos los éxitos». Los sacerdotes atacan las medidas que ha tomado el Gobierno para aminorar los costos que implica apostar por una economía capitalista y sostienen que «se ha pretendido corregir el mercado con bonos y ayudas directas descuidando la justicia y equidad en los sueldos, que es el modo de dar reconocimiento adecuado al trabajo y dignidad a los más desposeídos, (…) el Estado ha quedado con las manos atadas para la prosecución del bien común y sobre todo para la defensa de los más débiles«.

Les parece escandaloso que actualmente en Chile haya muchos «que trabajan y, sin embargo, son pobres».

Asimismo, cuestionan la cultura del «consumismo» que se ha apoderado de la sociedad con la globalización. «Se presenta ese consumo como lo único capaz de dar  reconocimiento público, felicidad y realización personal».

«Todo se convierte en bien consumible y transable, incluida la educación», recalca la carta.

Sobre las demandas estudiantiles por una educación gratuita y de calidad, la carta expresa que «las movilizaciones sociales justas en sus demandas pueden poner en peligro la gobernabilidad si no existen adecuados canales de expresión, participación y pronta solución».

Además, hace énfasis en que «la desigualdad se hace particularmente inmoral e inicua cuando los más pobres, aunque tengan trabajo, no reciben los salarios que les permitan vivir y mantener dignamente a sus familias». Frente a esto culpa al «lucro desregulado, que adquiere connotaciones de usura» que “aparece como la raíz misma de la iniquidad, de la voracidad, del abuso, de la corrupción y en cierto modo del desgobierno”.

Mea culpa

Las declaraciones en vivo del monseñor Ricardo Ezzati en un momento tan definitorio para la Iglesia Católica, parecieran ser intentos por dar la cara ante sus fieles y abrir un espacio de credibilidad, que evidencien los esfuerzos de la institución por remendar los daños que han causado a nivel social y que han provenido desde el interior de la misma.

«Por nuestras faltas, la iglesia ha perdido credibilidad. No sin razón algunos han dejado de creernos. Nuestras propias debilidades y faltas, nuestro retraso en proponer necesarias correcciones, han generado desconcierto. Nos preocupa también que muchos perciban nuestro mensaje actual como una moral de prohibiciones usada en otros tiempos, y que no nos vean proponiéndoles un ideal por el cual valga la pena jugarse la vida».

Los religiosos anunciaron que la Iglesia Católica se ha abierto a tomar medidas y a revisar no solo los «comportamientos personales sino también las estructuras de nuestra  Iglesia», como «el modo de ejercer nuestro sacerdocio, las formas de participación, el lugar otorgado a los laicos y en especial a la mujer».

También hizo un llamado a «aprender a pedir perdón y a perdonar».

 

 

 

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