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Libro «Yanacona» de Rodolfo Reyes Macaya: un desafío al mestizo CULTURA|OPINIÓN

Libro «Yanacona» de Rodolfo Reyes Macaya: un desafío al mestizo

A pesar de este silencio, la figura del yanacona ha trascendido como el indio vende patria, como el indio traicionero, pero ¿en dónde radica esta condición? La visión peyorativa del yanacona que se ha perpetuado tiene su origen en aquellos mismos cronistas que vieron a este indio amigo, a este indio doblegado, levantarse frente al español al que servían como último acto de resistencia.


Yanacona, recientemente publicado por Cuadro de Tiza, te devuelve al fogón, a esa oralidad que nutre y entreteje nuestra historia, permitiendo recuperar ese relato mestizo que se nos enseña como ajeno. A veces lárica, en estos poemas es posible establecer una relación con la naturaleza y la tradición, también con la diáspora y el destierro, en donde el poeta deja confluir los distintos sonidos de la tierra que forman parte del texto junto con su voz. 

La figura del yanacona en el relato maestro aparece, por decirlo de manera generosa, como escasa. Poco han escrito los historiadores chilenos sobre este tema, dejándonos como gran registro aquello dicho por los cronistas. Es, tal vez, la literatura quien ha recuperado esta figura, sacándola de la oscuridad y resignificándola. 

[cita tipo=»destaque»]»Yanacona» se presenta como ese desafío para el mestizo que se ha blanqueado, como la posibilidad de apropiarse de esa historia reconociendo, a modo de tarea para aquellos que nos ubicamos en el mestizaje, esa raigambre cultural que también es propia, del indio que al final de sus días decide recuperar su memoria y su origen. El indio desacralizado, que dejó de ser bueno o inocente, que ha visto en las múltiples voces, historias y culturas su lugar de enunciación.[/cita]

A pesar de este silencio, la figura del yanacona ha trascendido como el indio vende patria, como el indio traicionero, pero ¿en dónde radica esta condición? La visión peyorativa del yanacona que se ha perpetuado tiene su origen en aquellos mismos cronistas que vieron a este indio amigo, a este indio doblegado, levantarse frente al español al que servían como último acto de resistencia. No es sacralizar la figura del indio, es cuestionarnos su carácter inferior, es cuestionarnos esta marca que ha trascendido en la historia. 

En el poemario de Reyes nos encontramos con un camino repleto de sonidos, lugares y temporalidades que se cruzan. Si lo leemos como un gran canto percibimos un flujo escritural en los textos, una suerte de viaje al ethos cultural que se da desde el primer verso/ verbo: “arranco” (pág. 7, 2019). En el poema, los distintos registros evidencian la complejidad de este hablante forjado en el entremedio de la frontera, que se encuentra deambulando entre ambas lenguas, el mapuzungun se cuela en los versos de manera armónica como el hablar champurreado, como una nueva lengua que no desconoce la cacofonía de la tierra: las nalcas, el chavalongo, la chiñura, el pukem se entrelazan entre las maquinarias, entre el oficio de carpintero, los colonos y el bautismo. 

Es entonces la dimensión simbólica del lenguaje que nos ubica en esta tensión, en esa cabeza que sigue soñando en la otra lengua, en ese ultraje que es la piel o en las canciones cantadas en el otro idioma que ya está pareciendo familiar.

Es el extravío, la pertenencia o el reconocimiento, es la piel que ha perdido el color, el lonko con su lengua opaca y áspera que no se entiende. El hogar que falta, pero las manos azules. 

Es a partir de esta dimensión que el tiempo cronológico es puesto en tensión, en una suerte de devenir constante, sin embargo, el acontecimiento histórico se cuela a partir de imágenes como el bautismo, los restos de Saavedra, el Rijksmuseum, los latines y la figura del colonizador. El poemario hace un recorrido por la historia, es el registro de un pueblo que se niega a ser testimonio, a ser objeto de culto sacralizado. 

En el poemario se pone en tensión el estatuto histórico, desarticulando la temporalidad que conocemos para llevarnos a otros tiempos, acaso no es el mismo hablante que experimenta esa confusión: “me han dicho que es 1888, pero estoy seguro/ han pasado menos de cincuenta años desde mi visión” (pág. 13, 2019). 

En esta reescritura histórica también se pone en tensión las categorizaciones sobre lo literario mapuche y el derecho a de decir sobre ciertos temas, pues he decidido leer este gran poema como un texto con un político y no como una azarosa elección de contenidos, ofreciendo la siguiente forma de lectura: Desde la perspectiva mapuche, el término champurria hace referencia al mestizo. En un comienzo, este término tenía connotación negativa, pues hacía referencia a aquello que no era ni puramente mapuche, ni puramente mestizo (Millanca, 2015), sin embargo, en estos últimos años reconocerse como tal es un acto de memoria, de aceptar esta heterogeneidad, validándola como experiencia de vida diferenciada, pues involucra un trabajo constante de reflexión sobre lo que implica ser mapuche, pues da cuenta de un espacio fronterizo en donde convergen distintas experiencias culturales. 

Yanacona se presenta como ese desafío para el mestizo que se ha blanqueado, como la posibilidad de apropiarse de esa historia reconociendo, a modo de tarea para aquellos que nos ubicamos en el mestizaje, esa raigambre cultural que también es propia, del indio que al final de sus días decide recuperar su memoria y su origen. El indio desacralizado, que dejó de ser bueno o inocente, que ha visto en las múltiples voces, historias y culturas su lugar de enunciación.

Milanca, J. (2015). Xampurria, somos del lof de los que no tienen lof. Santiago, Chile: Pehúen

Reyes, R. (2019). Yanacona. Santiago, Chile: Cuadro de Tiza

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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