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Libro “Las calles. Un estudio sobre Santiago de Chile”: la ciudad como escenario de la desigualdad CULTURA|OPINIÓN

Libro “Las calles. Un estudio sobre Santiago de Chile”: la ciudad como escenario de la desigualdad

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En este libro, cuya investigación ser realizó entre el 2016 y 2017, la desmesura se huele, se palpa y se mira en cada uno de los rincones del espacio público. Ciertamente, los autores y autoras no podían encontrar un mejor lugar para esta arqueología de la desmesura nuestra, que la calle en tanto hecho social total.


Hace casi un año atrás, Kathya Araujo y sus colegas publicaban “Hilos tensados. Para leer el Octubre chileno” (¡deas, 2019), un libro sobre las razones y sinrazones del estallido, de la revuelta, de la sublevación. Allí los autores dan cuenta de la desmesura de un sistema social y económico que antecede y explica cada uno de los pliegues de la ira y del grito que acompaña el estallido social. Para hablar de la calle, en Las calles. Un estudio sobre Santiago de Chile (LOM Ediciones), los autores vuelven a recurrir a la desmesura, definida como aquello que se sitúa más allá de toda medida razonable e imaginable. Una desmesura que toma la forma de la irritación como efecto del “trabajo sin fin” (Araujo y Martucelli, 2012) y donde la desigualdad se erige como la medida y centro de nuestro deambular por ellas. 

[cita tipo=»destaque»]La calle, el espacio más común de los espacios comunes, es el escenario privilegiado para el análisis de la sociedad, porque ella constituye el corazón de nuestra experiencia de lo público. En el marco de nuestras sociedades modernas y urbanas con pretensiones igualitarias la calle se reconoce como bien común; como lugar privilegiado para el encuentro y la alteridad, como el espacio de despliegue de la condición de igualdad.[/cita]

En este libro, cuya investigación ser realizó entre el 2016 y 2017, la desmesura se huele, se palpa y se mira en cada uno de los rincones del espacio público. Ciertamente, los autores y autoras no podían encontrar un mejor lugar para esta arqueología de la desmesura nuestra, que la calle en tanto hecho social total. La calle, el espacio más común de los espacios comunes, es el escenario privilegiado para el análisis de la sociedad, porque ella constituye el corazón de nuestra experiencia de lo público. En el marco de nuestras sociedades modernas y urbanas con pretensiones igualitarias la calle se reconoce como bien común; como lugar privilegiado para el encuentro y la alteridad, como el espacio de despliegue de la condición de igualdad. Y sin embargo, a pesar de estar hablando de territorios ágora, donde lo privado no pareciera tener lugar, lo cierto es que los y las autoras nos muestran a la manera simmeliana, que en estas calles la desmesura y el desencuentro priman. En efecto, cada uno de los autores, ilustra como el sufrimiento marca nuestros cuerpos, nuestras caminatas, nuestras miradas y gestos; porque cuando las estructuras hablan de desmesura, las escenografías y coreografías de nuestros cuerpos lo hacen sentir. En una ciudad fragmentada y segregada, las calles rara vez aparecen como un bien común, de acceso y uso igualitario para todos y todas. Por el contrario, la densificación e irritación es una característica que está siempre presente, a flor de piel. 

La estructura de este libro sigue una de las fórmulas clásicas del sociólogo de la forma, Georg Simmel. Una fidelidad que se agradece, porque es lo que nos permite que se lea de muchas maneras, se puede ir de un fragmento a otro, como los peatones que recorren distraídos su ciudad. Ocho son las escenas callejeras que se nos ofrecen para dar cuenta de esta identidad callejera de Santiago.

Una de las piezas iniciales es un recorrido de la ciudad desde el Barrio alto o Sanhattan de Brenda Valenzuela, asepsia, espejo y guardias; buen enmarque para comprender la desmesura de las elites de esta ciudad – país. Para luego introducirnos en el contrapunto que es La pobla o el habitar a contracorriente de Jennifer Concha y donde “lo que está en juego allí no es un posible empujón o mal rato, lo que se disputa es la vida misma. Porque en la pobla al final, nada importa tanto, si a la vuelta de la esquina me puede sorprender la muerte”. Le sigue el capítulo del metro, ícono del espacio urbano moderno y libre no solo de mugre, sino también de caos dice Miguel Barrientos, pero donde la irritabilidad crece al fragor del sobajeo de los cuerpos y las miradas. La mirada, Ser y sentirse mirado [en menos] de Raimundo Frei, capitulo donde se nos advierte que en Chile pareciera haber un exceso de miradas, más que un déficit de ellas: la mirada hostil, despreciativa; la mirada como mecanismo de jerarquización. La mirada santiaguina, del valle central ladina y jodida, como nos narra Gabriela Mistral: “Lo único que allá en Santiago observé en la calle fue la “mirada”, que es mi documento en toda tierra. Y vi, vi las que echaban sobre mi. Fueron tres salidas, tal vez dos, y tengo presente esos ojos de curiosidad redondamente hostiles. Ser y sentirse mirado en menos, seducido y cosificado, como nos cuentan las mujeres jóvenes, en el capítulo Del acoso callejero al goce de la ciudad de Felipe Ulloa. Allí, Marcela de 24 años, testimonia buscando las palabras: “Siento que ellos se imaginan como…, que se imaginan todo tu cuerpo y aggg, sus manos, como que te dan miradas y en verdad no saben si tú las quieres recibir”. Porque hay que decir, que las calles evitadas, prohibidas, temidas por las mujeres, son quizás muchas más que las que nos atrevemos a explorar y recorrer libremente. Y está también el capítulo sobre las mujeres adultas de la pobla, que recorren sin prisa la ciudad, porque como nos muestra Camila Andrade, para ellas la ciudad se reduce a un par de cuadras a la redonda, anticipo y metáfora de su presencia y retirada del mundo. Y como si para ellas, para todas nosotras, jóvenes, adultas y ancianas, la vida urbana no pudiera ser vivida nunca de manera libre e igualitaria. Y están los que trabajan la calle y en las calles, como bien describe Moisés Godoy, las aceras en estricto sentido, espacio de desplante escénico vital; porque trabajar en la calle es trabajarla y, con ello, ser trabajado por ella. Y finalmente, los migrantes y sus pequeñas y a veces invisibles tácticas de apropiación del espacio, calles y carreteras. Entre comidas, ajos, limones, negocios, peluquerías y barberías, como relata Claudia Pérez, ellos encarnan la expresión más clara de nuestra desigualdad, de nuestra intolerancia y ausencia de solidaridad. 

Sin embargo, no todo es desesperanza, Araujo nos advierte que “no puede considerarse que el modelo neoliberal se haya cristalizado en la sociedad chilena; y ello en buena medida porque no ha sido el único proceso de índole estructural en ella. El empuje a la democratización de las relaciones sociales ha participado en darle forma a la vida social y a procesos de ciudadanización a gran escala; con resultados relevantes en las expectativas y las relaciones”. Más aún, el libro afirma con fuerza esperanzadora que “ha surgido la expectativa de ser tratados de manera horizontal en las interacciones cotidianas; el mérito ha adquirido una importancia singular como criterio de justicia; se han reducido los umbrales de tolerancia a los abusos y a la discriminación; se han modificado las exigencias para el ejercicio de la autoridad, con un rechazo a las formas autoritarias y mecanismos de tutela; ha crecido el rechazo a los privilegios, aunque por muchos son consideradas formas válidas de conducta”. Es este conjunto de procesos lo que entrama la calle de Santiago y a una sociedad donde los principios de la convivencia se encuentran ciertamente en insurrecta recomposición.

Araujo, Kathya et al 2020. Las Calles. Un estudio sobre Santiago de Chile. Santiago. LOM Ediciones

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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