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Edward Bunker y el salvaje camino del crimen, las drogas y la libertad CULTURA|OPINIÓN

Edward Bunker y el salvaje camino del crimen, las drogas y la libertad

Sergio Sepúlveda A.
Por : Sergio Sepúlveda A. Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV
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El autor estadounidense narra en “No hay bestia tan feroz” (Sajalín Editores) la autobiográfica historia de Max Dembo, criminal y asesino que logra salir de la cárcel bajo libertad condicional. La novela, ambientada y escrita en los años 70, nos lleva en un viaje sin retorno donde la redención da paso a una oleada de armas, drogas, robos y balaceras. Edward Bunker nos muestra el más bajo submundo de Los Ángeles donde la muerte no es más que un percance y los delitos son tan comunes como la cerveza de la tarde. Con gran maestría lírica, el autor nos revela que detrás de ese violento mundo criminal emana una luz de compasión que nos muestra la libertad que puede llegar a sentir un ser humano cuando vive al margen de la sociedad.


Edward Bunker (California, Estados Unidos, 1933-2005) fue entre muchas cosas escritor y guionista. Entre medio tuvo un viaje turbulento entre los reformatorios donde pasó su niñez y los años donde entró y salió de la Folsom State Prison. Sus condenas incluyeron atraco a mano armada, tráfico de drogas y extorsión, y el FBI lo hizo figurar dentro de los diez fugitivos más buscados del país. También en esos años de pánico y locura comenzó a escribir una serie de novelas sobre el mundo criminal y el submundo de Los Ángeles donde convivían asesinos, traficantes, prostitutas y drogadictos. Su prosa precisa y con la velocidad de una bala, nos lleva a terrenos oscuros y densos del ser humano donde habita la desesperanza y la brutalidad, pero dónde también hay lugar para la clemencia y la misericordia. Bunker se volvió legendario en vida al punto que Quentin Tarantino, fiel admirador de su obra, lo hizo interpretar a Mr. Blue en Reservoir Dogs (1992).

“No hay bestia tan feroz” (Sajalín Editores, 10ª edición, 2021), y cuyo título proviene de una cita de Ricardo III, de Shakespeare: No hay bestia tan feroz que no conozca algo de piedad, fue publicada por primera vez en 1973, y narra en primera persona —y en forma de ficción autobiográfica— la historia de Max Dembo, delincuente y criminal que logra la libertad condicional luego de 8 años en la cárcel. A su salida, Max se encuentra con un mundo hostil que se ve reflejado en un agente de la condicional que pareciera esmerarse en que regrese lo antes posible a una celda. El protagonista intenta conseguir trabajo, enmendar el camino y recuperar una vida normal, pero sus anhelos tropiezan con una sociedad que no perdona sus errores y donde la rehabilitación y la reinserción son meros eufemismos.

Max Dembo, como un apóstol en un callejón sin salida o un buda de los suburbios pasado de anfetaminas, no tiene más escapatoria que volver al mundo criminal. Desde ese momento su vida se convierte en una fuga sin tregua cuya única recompensa es la libertad. Es un mundo salvaje donde no hay lugar para los débiles ni para el amor, y donde el pensamiento y la nostalgia atentan contra el instinto de supervivencia.

Edward Bunker nos convierte en cómplices del protagonista y nos hace testigos no solo de los crímenes y la vida de los bandidos, sino también de la compasión y la ternura que subyace en los forajidos y en las bestias. Nos hace pensar que en lo profundo de un témpano también existe la posibilidad de la tibieza.

La verdadera vida está ausente

La industria del cine hollywoodense nos ha acostumbrado a ciertos clichés criminales y a personajes de series que se ajustan a historias entretenidas, pero repletas de mentiras e imprecisiones. Cualquier que haya estado en una cárcel o un calabozo lo sabe y ahí reside una de las grandes virtudes de la novela. El lado oscuro donde apenas entra la luz es la guía por donde se mueve la prosa de Bunker y “No hay bestia tan feroz” retrata con verdad y fuerza lo que alguna vez escribiría Dylan Thomas sobre las distintas personas que viven dentro de nosotros “guardo una bestia, un ángel y un loco dentro de mí”.

La emoción de vivir a través de Max Dembo nos hace pensar que el triunfo y la derrota son siempre pasajeras y que la virtud de la existencia está en la capacidad de aprender a vivir sin rumbo ni norte. Aceptamos las normas sociales como una verdad escrita en piedra y quizás ignoramos que ser buenos y bondadosos no siempre nos acerca a la libertad. Edward Bunker lo sabía porque vivió bajo sus términos y pagó el precio por ser un forajido. Hacia el final de la novela, Max Dembo nos dice con simpleza y profundidad lo que serviría para su propio epitafio “cuando se piensa en vivir, también se piensa en morir, porque la vida y la muerte están entrelazadas. Y pensar es una maldición”. Ya lo decía Rimbaud hace ya muchos años: la verdadera vida está ausente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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