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Legitimidad, confianza y diálogo político para solucionar la crisis  Opinión Crédito: Agencia Uno

Legitimidad, confianza y diálogo político para solucionar la crisis 

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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La política es dialógica por esencia. Cuando es diálogo abierto, sincero y sin letra chica, puede ser fructífero. Cuando se usa matonaje verbal o físico, es imposible. En esto, Gobierno y oposición han estado en los límites, actuando sin la premura y cuidado que requieren los acontecimientos. 


Chile no será la misma sociedad cuando se aplaquen las movilizaciones y el país vuelva a funcionar con normalidad, pero seguirá siendo el mismo Estado, con la misma Constitución, los mismos automatismos económicos y las mismas desigualdades que provocaron el estallido de ira ciudadana. La frase “no son 30 pesos sino 30 años” para referirse a los  hechos, es la descripción más cruda y sintética de que detrás hay una historia larga y un peso emocional de los hechos que no da curso a la normalidad. Por lo mismo, resulta difícil anticipar con claridad las alternativas de salida, pero es indudable que su ecología tiene tres requerimientos que no pueden obviarse: legitimidad de origen, diálogo político y confianza ciudadana.

De los tres requerimientos, tal vez el más difícil de cumplir es el de la confianza ciudadana. La perspectiva que abrieron las protestas y la forma en que se han manifestado es que la crisis de representación en el sistema político es muy profunda, y lo deja sin liderazgos y en un peligroso vacío institucional en el momento que más lo requiere. 

La extensión y complejidad de las demandas ciudadanas y la constante irrupción de nuevos actores, impide construir una línea de base que permita la negociación, más aún si muchas de ellas se nutren en demandas de simbología social de paz, igualdad y respeto de los Derechos Humanos, políticos y sociales.

La crisis de confianza impide que el camino de la Agenda Social elegido por el Gobierno fructifique de manera rápida. Pues al mismo tiempo que la enuncia –aun cuando no sea más que un punto de partida poco novedoso– mantiene a los militares en la calle y sigue empleando vocerías, símbolos o actitudes que no tienen señales de corrección.

El cambio de gabinete es algo necesario, no porque el Presidente deba sacar a un familiar del Ministerio del Interior, o a Gloria Hutt como ministra de Transportes, sino porque sería la señal de que se ha hecho completamente cargo de la corrección. La confianza es un bien que se debe cultivar siempre con hechos concretos y actitudes coherentes, ante los interlocutores, especialmente con la ciudadanía cuando esta se manifiesta de manera masiva en las calles.

Un segundo punto esencial es que la solución requiere instituciones legítimas actuando, dentro de la institucionalidad y sin atajos o presiones de renuncia al Presidente de la República o cierre del Congreso o elecciones anticipadas. Un Mandatario conminado a renunciar solo se preocupará de defender su posición y no de adoptar las decisiones que se requieran, y un Congreso cerrado habiendo militares en las calles es el paso previo a una dictadura de hecho, porque pone un calendario político imposible y es la apuesta más alta a la ingobernabilidad. 

Los presidentes de la República no se eligen por su currículo, y tampoco los parlamentarios, incluso aquellos que se venden electoralmente como genios de la economía o las ciencias sociales, sino por adhesión ciudadana. Y se juzgan en elecciones libres e informadas. Los malos momentos de la República lo son de toda la elite política, como el actual, y la línea de base es la legitimidad de origen para ponerse a conversar. 

La política es dialógica por esencia. Cuando es diálogo abierto, sincero y sin letra chica, puede ser fructífero. Cuando se usa matonaje verbal o físico, es imposible. En esto, Gobierno y oposición han estado en los límites, actuando sin la premura y cuidado que requieren los acontecimientos. 

El Gobierno minimizó su apreciación de los riesgos, acudió a soluciones de fuerza con su retaliación de cerrar las puertas del metro un día viernes a las 5 de la tarde, y luego sacó a los militares a la calle y pronunció la expresión guerra interna. 

La respuesta de sectores de la oposición no fue la más adecuada frente a los titubeos e impericia gubernamentales. Algunos, como partidos políticos representados en el Congreso, se restaron a la convocatoria hecha por Sebastián Piñera con argumentos poco convincentes sobre su propio discurso o simplemente porque la convocatoria no daba confianza. Otra oposición pidió la renuncia del Presidente, otra asumió que no tenía representación de la ciudadanía (¿?) y todos agregaron cosas al petitorio ciudadano.

El problema es que las movilizaciones no terminan y aún no empezamos a vivir los efectos retardados de la crisis, incluso en ámbitos más estructurales de la seguridad del país. Muchos actores sociales no terminan de subirse al movimiento y no se ha logrado establecer un petitorio que cohesione una plataforma mínima que abra el cauce a negociaciones. 

Cierto empresariado y algunas fuerzas políticas, incluso sectores oficialistas, han empezado a dar señales de flexibilidad. Pero el Gobierno, ambiguo, pareciera que apuesta a tener razón antes que a solucionar la crisis.

En ese escenario se cruzan todo tipo de intereses. Natural, si es todo el país el que protesta, seguro están todos los biotipos sociales y políticos que se encuentre en él.

Como en el viejo poema del cubano Nicolás Guillén, en  los resultados de la actual crisis Estamos juntos desde muy lejos, jóvenes, viejos, negros y blancos, todo mezclado; uno mandando y otro mandado, todo mezclado. Se podría agregar con la Constitución en una mano, y la paz y los derechos de la gente, en la otra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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