Lo primero que se debe hacer es que el Presidente reconozca la verdadera magnitud de la crisis, que entienda que su programa de Gobierno ya feneció, y convoque a un Gabinete de Unidad Nacional, que abarque el más amplio espectro político partidario. Lo segundo es el llamado urgente a una misión internacional, sea de la ONU u otro ente respetado y neutral, que venga a revisar la violencia, tanto la innecesaria y no proporcional de Carabineros, como la de los vándalos contra la policía uniformada para esclarecer las responsabilidades. Hoy nadie le cree al Gobierno, ni tampoco a este y las Fuerzas Armadas les convino creer a la reciente visita de Amnistía Internacional. Necesitamos desesperadamente creerle todos juntos a alguien, en no más de un par de semanas.
La definición de Wiki, enciclopedia que ya tiene menos errores que la Británica, dice: “La violencia es el tipo de interacción entre sujetos que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que provocan o amenazan con hacer daño, mal o sometimiento grave (físico, sexual, verbal o psicológico) a un individuo o a una colectividad, afectando a las personas violentadas de tal manera que sus potencialidades presentes o futuras se vean afectadas”.
Aquí ha existido violencia histórica, social y de sometimiento, que ha afectado a millones de ciudadanos mutilando sus potencialidades presentes y futuras. La violencia de la inequidad, los abusos económicos, las frescuras y colusiones, los enriquecimientos escandalosos, la mutilación de sus posibilidades en la educación y la salud públicas, todo lo que ya sabemos. En adición a esta violencia socioeconómica, muchos chilenos han sufrido incontables violencias físicas por parte del Estado –por encargo de la élite– desde la conquista del territorio mapuche a las matanzas como Santa María de Iquique, las de la dictadura militar, etc.
Está comprobado en estudios antropológicos, primatológicos, y de teoría económica del comportamiento, que los monos y los humanos, cuando perciben una situación como injusta, acumulan ira hasta que explotan con extrema violencia. Asimismo, está demostrado que la percepción de humillación, especialmente en el género masculino, conduce inevitablemente a la violencia física extrema y ciega. La testosterona es cosa seria.
En suma, personas que perciben y sienten en carne propia la injusticia de la violencia histórica, que se sienten en el “baile de los que sobran”, y que además se sienten humillados en el trato cotidiano por “los que no sobran”, irían a explotar tarde o temprano con inusitada violencia física. Nunca sabremos exactamente por qué ocurrió en octubre de 2019 y no de 2018 o 2014.
Nunca imaginamos la dimensión y violencia de la explosión, en esta tragedia griega en que cada actor juega su rol hasta llevarnos a todos juntos al precipicio. En las tragedias teatrales, muere un personaje. Aquí, está muriendo la democracia. El precipicio está muy cerca.
Una fuente importantísima, la incubadora de “los que sobran”, han sido y son las escuelas y liceos públicos, esos guetos de desesperanza aprendida que fueron conformados sistemáticamente, por acción o benigna omisión de todos los gobiernos democráticos, en nuestro hipersegregado sistema. Allá fueron a parar los más pobres, los de menor capital cultural familiar, sin sala cuna ni jardín, con menores rendimientos académicos, sin dinero para copagos y con mayor proporción de alumnos discapacitados física o psicológicamente, esos que los colegios particulares subvencionados o full pagados no consideran dignos de admisión. Hay algunas aulas de 45 alumnos con 20 discapacitados, no exagero.
La Ley de Inclusión del Gobierno de Michelle Bachelet llegó demasiado tarde para estos efectos, recién va a dar algunos resultados de integración en unos cinco años más, si todo funciona bien, lo que está por verse. Esto, a pesar de los denodados esfuerzos de la actual ministra por frenarla. Todavía no logro entender por qué en el cambio de gabinete no sacaron a esta señora, una figura que logró en poco tiempo incrementar con eficacia la rabia de “los que sobran”. No le deseo mal, la respeto en lo personal, pero en las tragedias griegas todos juegan un papel y el suyo ha sido atroz.
La mayoría de los violentistas están o estuvieron en la educación pública. Sus niveles de violencia, que continúan en la quinta semana de la explosión, son inusitados, aberrantes, ciegos, nihilistas, destruyen lo que se les ponga por delante: si pudieran matar a los carabineros en una cuca lo harían, si pudieran quemar el aeropuerto también, 57 estaciones de Metro, escuelas, hospitales completos, iglesias, universidades, 450 supermercados, farmacias. Lo que sea.
Los carabineros por su parte han puesto una muy excesiva cuota de balines de “goma” en las caras y ojos de violentistas y no violentistas, y gaseamientos innecesarios en marchas pacíficas, con lo cual han contribuido a encender las iras no solo de los violentistas sino también de sus ayudistas, a los que ya me referiré.
Aclaremos que este pequeño pero muy potente ejército de violentistas, tal vez unos 10 mil, no son lo mismo que el muy pequeño grupo de anarquistas, unos 50 o 100, cuyos propósitos son muy diferentes, así como sus compinches narcos y de barras bravas, que a su vez también incluyen a narcos y anarcos. El núcleo más turbio de la sociedad. No hay nada mejor para el negocio narco que un Estado fallido, como lo es en extensas partes de Colombia, Venezuela y México. Ellos quieren la destrucción definitiva del Estado, así lo dicen sus manuales. Los jóvenes violentistas buscan el fin de su humillación y las injusticias, lo que para nada es lo mismo. Pero esta confluencia astral es simplemente letal. A los narcoanarquistas los pactos sociales o constitucionales no les interesan, todo lo contrario, les complican su negocio.
Sin quererlo o saberlo, los jóvenes violentistas, de 16 a 25 años, están contribuyendo a la guerra narcoanarquista, iniciada en una secuencia coordinada de atentados que por su magnitud pasará a la historia mundial del anarquismo. Tan solo las 57 estaciones de Metro, de las cuales las primeras siete fueron simultáneas, son suficientes para la medalla de oro olímpica. No ha habido nada parecido en magnitud por muchas décadas, en el mundo. Pasamos de ser la capital mundial del neoliberalismo extremo a la del anarquismo nihilista extremo, y están disfrutando de su avasallador triunfo, que no ha terminado y que muy posiblemente se extenderá masivamente a la temporada de incendios forestales. Ese es el peligro inminente.
Nada impide hoy que 50 narcoanarquistas en bus (o en Mercedes Benz si son narcos) se paseen por Chile con unas cuantas cajas de fósforos, botellas de acelerante y fuegos artificiales. Tiemblo de solo pensarlo. Ya comenzó en Valparaíso. Quien crea que esta tragedia es solo una explosión natural de ciudadanos irritados, se equivoca rotundamente, y esta confusión de muchos constituye el epicentro de mi miedo y mis propuestas.
Narcoanarquismo no es lo mismo que terrorismo político o religioso, como en las Torres Gemelas. No hay que confundirse. Para anarquistas y narcos, así como barras bravas infiltradas por anarcos y narcos, mientras mayor sea el caos, mejor les va en su negocio ideológico o monetario. Hoy tienen una provechosa alianza coyuntural.
Los jóvenes violentistas, por su parte, se sienten por primera vez en su vida formando parte de un grupo con un propósito, aplaudidos además por muchos de los 1-2 millones de incontables “ayudistas” de las marchas pacíficas, que pasaron de rechazarlos inicialmente a ayudarlos en tan solo un par de semanas, a aplaudirlos, llevarles víveres y medicamentos. Ahora son su “primera línea” en las marchas. Ayudaron al aplauso las ineptas respuestas del Gobierno y los perdigonazos de los carabineros.
Me cuesta creer que haya habido una orden general de disparar a los ojos, pero el absurdamente elevado número de heridos en la cara refleja, como mínimo, una tremenda ineptitud de la superioridad y carencia de entrenamiento de los policías. De cualquier modo… ocurrió y así son las tragedias griegas. La responsabilidad institucional de Carabineros es grave y debe ser estudiada y sancionada, pero el gustito que se están dando algunos diputados de acusar constitucionalmente al Presidente Sebastián Piñera por esta situación, en el momento de un virtual colapso de la democracia y del triunfo anarco, oscila entre la figuración ridícula y el oportunismo despreciable.
Los violentistas están viviendo la épica de sus vidas, muchos de ellos drogados o alcoholizados por los narcos que han encontrado aquí una oportunidad insólita. No habrá pacto constitucional o social, por excelente que sea, que los convenza de volver a sus grises y desconsoladas vidas. Siempre encontrarán que cualquier acuerdo es un engaño de los mismos de siempre. A sus psiquis ya no les acomoda terminar con su fiesta orgiástica de violencia enloquecida. Cuando el agua de una olla a presión aumenta su temperatura de 80 a 98 °C, no pasa nada. Pero al hervir a 100 °C (por 30 pesos más en el pasaje de Metro), explota. El agua líquida se convirtió en vapor y se esparció a todos lados. Devolver ese vapor a la olla no es posible. El tigre salió de su caja y es un fenómeno irreversible.
Por su parte, sucesivos gobiernos, desde Bachelet 1 en adelante, no encontraron nada mejor que reducir a su mínima expresión a la ANI, la Agencia Nacional de Inteligencia. ¿Para qué gastar recursos si este era el país de Bilz y Pap? Hoy son un pequeño grupo de burócratas revisando las redes sociales. Como consecuencia, ya iniciada la guerra del anarquismo, a un mes de iniciadas las hostilidades simultáneamente en siete estaciones del Metro, el Gobierno sigue sin tener la menor idea de quién es su enemigo. Esta es la peor falla estratégica del Estado en décadas, al lado de la cual la del Transantiago queda chica. El costo humano, financiero y material lo pagaremos todos por muchos años.
Hora de sincerarnos: esta sí es una guerra, digamos las cosas como son, no del Estado contra ciudadanos violentistas o marchantes no violentistas, sino del Estado contra anarquistas y narcos que se están tomando los barrios uno por uno y convirtiéndose en los proveedores de seguridad y alimentos. Cuando Piñera habló de la guerra, no sabía lo que decía y fue un error grave, porque interpeló a los legítimamente indignados, que se indignaron aun más y con razón. Así lo muestran sus carteles. Se lo aclaro a doña Cecilia Morel también: señora, sus alienígenas sí existen, y son los anarquistas y narcos unidos en este mortal consorcio.
Ellos son los que han logrado poner al Estado de rodillas en un mes, utilizando a los violentistas, y ellos a su vez a los ayudistas, para sus nefastos propósitos. Yo no veo hoy ninguna luz al final del túnel, por más pactos que firmemos. La policía ya está completamente sobrepasada. Hay un delirante video de policías respondiendo pedradas con pedradas, dando vuelta en las redes.
Muchos ayudistas son los inocentes marchantes indignados, que sienten que la “primera línea” los protege. Otros son izquierdistas (como yo), desde moderados a extremos. Cada vez que uno se queja de la violencia, asustado e incluso aterrado por lo que se viene, los ayudistas te dicen: “Sí, pero esa no se compara con la violencia social y económica de 40 años y con los balines en los ojos”.
Obvio, es cierto, 40 años de inequidades, segregaciones y humillaciones son bastantes más que 57 estaciones de Metro, 400 supermercados, Puente Alto arrasado y aproximadamente 12 millones de ciudadanos “neutrales” que viajan 4 horas diarias desde y hacia su trabajo, que lo único que quieren es trabajar en paz y que no encuentran dónde comprar un medicamento. En realidad, son comparaciones ortogonales y demasiado tontas, categorías de violencia no comparables, una absurda teoría del empate. Uno pasa a ser políticamente incorrecto frente a ellos si desea que encierren en la cárcel a los violentistas, esos “paladines de la libertad”. Tragedia griega.
Hay ayudistas peores: el PC y parte del Frente Amplio. Lo que les interesa a ellos es que caiga Piñera, aún a riesgo de poner en riesgo la democracia tan difícilmente recuperada a inicios de los 90. Me parece sencillamente intolerable y me trae al recuerdo las palabras de Camila Vallejo de admiración por Venezuela y los llantos del PC por la muerte del asesino Kim Jong-il. Están siendo cómplices activos, no pasivos, de una banda de anarquistas, narcos y violentistas que tienen de rodillas al país. Qué tragedia… Marcela Cubillos y Camila Vallejo unidas jamás serán vencidas, dijo el poeta Nicanor Parra.
Por cierto, para los ayudistas y periodistas de izquierda, para los políticos de oposición en general, y ni se diga del PC, también es políticamente incorrecto expresar conmiseración por los 1.900 carabineros y carabineras heridos, con huesos quebrados, baleados (sí, baleados), con ácido o molotovs en la cara. Los balines en caras y ojos de 200 violentistas y no violentistas ciertamente son inaceptables, pero esto otro para ellos no es siquiera digno de mención. Vendrían siendo todos unos desgraciados miembros de las fuerzas fascistas represoras. Me perdonarán, pero ambos daños son inaceptables, ¿entienden? Estos son los mismos “pacos CTM” que los vienen a ayudar cuando les hacen un portonazo, ¿entienden?
Es cierto que una es violencia del Estado, mucho menos aceptable que la violencia civil en una democracia. Pero… ¿dónde se traza la raya de esta letal matemática? ¿Cuántos hospitales incendiados y puertos parados se comparan con cuántos ojos dañados? ¿Cuánta destrucción del país completo y de su democracia se compara con los ojos dañados? Qué tremendo horror tener que hacer estas matemáticas. Aquí esta hoy el nudo gordiano de esta tragedia griega. No se vale denunciar una cosa y no denunciar la destrucción del país por los violentistas.
Otra variante discursiva de los ayudistas: te dicen “aceptarás que las marchas puramente pacíficas no hubieran movido un milímetro a la élite, y hoy estaríamos igual. La violencia es necesaria”. Lo dicen desde comunas de clase media y alta, o curules del Congreso, no desde la arrasada Plaza de Puente Alto o de las tiendas de la Alameda. Allá, nadie dice eso, pues ellos son la primera línea… de las víctimas de la destrucción. Esa es la población civil que está sufriendo el “daño colateral” de esta guerra.
“Comprenderás que en este caso el fin justificaba los medios”, dicen. Maquiavelos del siglo XXI. Con todo, esta variante discursiva la acepto. Es verdad que para la arrogante y soberbia élite chilena, unos pocos cabros saltándose torniquetes, así como las marchas pacíficas, aunque fueran de un millón de personas, no les mueven la aguja de la toma de decisiones. Si no se las movieron los 800 mil del #NoMasAFP, ¿por qué ahora sí en esta pasada? De hecho, la mayoría de los políticos de Chile Vamos aún rehúsan aceptar que el país debe gastar más para resolver las inequidades. Para ellos el diputado Mario Desbordes bordea la traición a la patria neoliberal.
Yo puedo aceptar, fíjese lo que digo, que en la primera semana haya habido violencia, suficiente para moverles la aguja a las élites. Pero les suplico que entiendan, se los suplico de rodillas, que esta violencia nihilista, ciega, desbordada, asesina, pirómana, persistente ya por más de un mes, coordinada por narcoanarquistas, y apoyada por los ayudistas de las marchas y los teóricos del maquiavelismo político, va a destruir el país y su democracia en pocas semanas más. ¿Entienden?
Por eso, a estas alturas, si los ayudistas siguen en esa estúpida postura, ayudando de buena ondita, sin quererlo ni pretenderlo, a los anarquistas y narcos que nos declararon la guerra, vía jóvenes violentistas drogados, les digo que váyanse un tantito a la cresta. Me colmaron la paciencia. Yo pertenezco al grupo y he sido amigo personal de muchos profesionales de la vertiente de centroizquierda y la DC por 40 años. Pero les digo que es inaceptable que a estas alturas continúen como los cómplices pasivos de la destrucción de Chile. El país ya conoció a los cómplices pasivos del otro lado, como el propio Piñera definió hace algunos años.
Si seguimos así, si siguen con las estupideces, la violencia se va a naturalizar como forma de vida, la guerra civil se profundizará, la democracia colapsará, y vamos a pasar a ser un país “de esos que sobran”. Literalmente, están jugando con fuego por darse el gustito intelectual. Con respeto eso sí.
Chile está ya en un estado de insurrección generalizada. Desde fuera nos miran pasmados, y la democracia está en peligro casi terminal. La culpa originaria es de la élite chilena, la de derecha pero también de la izquierda que durante 30 años permitió que el “modelito” quedara impoluto, y que lo permitió en el Ejecutivo y el Congreso. Es el “modelito” el que incubó a los 10 mil violentistas, Sename y delincuentes incluidos. Tragedia griega. Este incendio (no es metáfora) hay que pararlo ya, ahora mismo.
El problema es que estamos entrampados entre grupos diversos que confluyen desde distintos ángulos a crear el grave daño: la derecha dura que no quiere abrir los bolsillos en serio; los narcoanarquistas que quieren la destrucción del Estado para expandir su negocio; los miles de jóvenes violentistas que por primera vez en su vida sienten que están viviendo una épica grupal imparable pero nihilista; los ayudistas de izquierda y sus partidos, que no quieren comprender la gravedad de la situación y siguen aplaudiéndolos o bien guardando silencio frente a sus atrocidades; y la fuerza pública que ha cometido graves errores, por los cuales ahora están tratando de parar a los violentistas sin poder desplegar la necesaria y proporcional firmeza.
Frente a esta avasalladora crisis, cuatro propuestas.
La primera, la más potente y a la vez más simbólica, es que el Presidente reconozca la verdadera magnitud de la crisis, que entienda que su programa de Gobierno ya feneció, y convoque a un Gabinete de Unidad Nacional, que abarque el más amplio espectro político partidario (excluyendo ambos extremos), y con participación de algunos independientes que gocen de respeto transversal. Solo así podremos salir adelante.
La segunda es el llamado urgente a una misión internacional, sea de la ONU u otro ente respetado y neutral, que venga a revisar la “verdadera verdad” de la violencia perpetrada por ambas partes, tanto la innecesaria y no proporcional de Carabineros, como la de los vándalos contra los Carabineros y contra la sociedad en su conjunto, para esclarecer de una vez por todas las responsabilidades de todos y para explicarle a la ciudadanía, de manera creíble toda, los daños causados hasta ahora, humanos, económicos y morales.
Hoy nadie le cree al Gobierno, ni tampoco a este y las Fuerzas Armadas les convino creer a la reciente visita de Amnistía Internacional. Necesitamos desesperadamente creerle todos juntos a alguien, en no más de un par de semanas. Cruzo los dedos por que el inminente informe de Humans Rights Watch cumpla este propósito y sea aceptado por todos. Simultáneamente, es necesario crear una Comisión de Verdad y Reconciliación para reparar los daños a las personas, o a sus deudos en casos de fallecimiento.
La tercera propuesta urgente es un pacto social y económico en serio, consistente en un plan a 10 años, en que se aumenten gradualmente los tributos o aportes de las personas más ricas en 5% del PIB anual, para ser destinados a una detallada y consensuada lista de beneficios sociales en pensiones, salud, educación, salario mínimo, etc. Lo destinado hasta ahora por el Gobierno es una migaja, 0.4% del PIB, y no llegará a ninguna parte.
Presidente, le suplico que escuche a más Desbordes y menos Larroulets, o nos vamos a hundir. Si los partidos lograron el gran éxito de concordar un plan constitucional, los queremos ver ahora concordando un plan visionario para una nueva república afín a países como Nueva Zelanda o Dinamarca. Juéguesela, Presidente, por favor no siga escuchando a los autores del modelo neoliberal extremo, porque vamos a vivir de explosión en explosión. Juéguesela también para cambiar el Código Penal en un plazo muy breve, de modo que podamos poner en la cárcel a cualquier criminal de cuello y corbata, ya no soportamos más los cursillos de ética.
La cuarta y última propuesta, que me hace temblar la mano al escribirla, es que haya un nuevo pacto político “por la paz y la justicia en serio”, que abarque a toda la izquierda y la derecha, para devolver el monopolio de la fuerza al Estado, el único que la puede y debe tener, y que la debe aplicar de manera firme pero proporcional, justa pero eficaz.
Esto significa en primer lugar que los ayudistas de izquierda comprendan en plenitud adónde nos están llevando con sus gustitos y que comiencen a denunciar la violencia en serio. Es necesario poner a los Carabineros en la calle con todo su poder, carabinas, guanacos y zorrillos, pero con todo el apoyo político necesario para ejercer la fuerza pública con la proporcionalidad necesaria. No tengo duda alguna de que Carabineros deberá ser intervenido y reestructurado completamente, más temprano que tarde, pero eso toma tiempo y no se puede hacer en medio de este megaincendio. Y si se necesitaran militares imponiendo un toque de queda real y no de escaparate, también. A estas alturas no podemos tenerle miedo a ninguna medida relevante, ni tampoco el Gobierno.
Veo con angustia a mi país hundiéndose, con cada vez más y más amplios territorios controlados por los narcos, con nuestros hospitales, escuelas y supermercados incinerados, eso sin pensar todavía en nuestros preciados bosques, que estoy seguro que son la tragedia que se avecina.
Para parar las denuncias o defensas espurias de ambos lados, debemos poner en la calle observadores internacionales tipo “cascos azules”, a quienes todas las partes crean, que estén autorizados para ver cómo se para esta crisis sin cometer atrocidades, en esta verdadera guerra de los narcos, anarquistas y violentistas, no solo contra el Estado, sino también contra la nación y sus ciudadanos. Este desastre hay que pararlo ahora mismo y los vándalos no van a escuchar razones. La guerra no es contra los ciudadanos indignados, es contra los narcoanarquistas, armados y temerarios que no solo amenazan la seguridad e integridad de la nación, sino que están a punto de tomársela, con 17 millones de rehenes adentro.
Si no hacemos todo esto, el escenario más probable es que los militares terminen haciéndolo igual, muy pronto y sin nuestro permiso, con un baño de sangre, y que la democracia se nos vaya al demonio por mucho tiempo. Es lo que espera el 10-20 por ciento de pinochetistas del país. Los más viejos lo sabemos. Jamás imaginé escribir esto siendo yo mismo exiliado por Pinochet durante 14 años. Lloro al terminar esta columna. Fúnenme ahora.