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La discriminación institucional cultural también es responsable de la violencia policial en el espacio público CULTURA|OPINIÓN

La discriminación institucional cultural también es responsable de la violencia policial en el espacio público

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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No darse cuenta de la discriminación de carabineros hacia grupos y sectores socio económicos bajos, y también el sesgo racista que lo acompaña, es, sencillamente, no querer ver la realidad. En el caso del sesgo artístico se nos presenta una relación clasista con respecto a ciertos artistas (y no obras), los cuales son una gran cantidad que nunca dejará de exponer en sus propias pequeñas localidades, siendo uno de sus mayores logros encontrar una muestra en Santiago. Esta última situación no puede ser vista sin involucrar la precaria educación de la disciplina (que haya aumentado en cantidad no significa que haya mejorado, por el contrario). La nula constitución de escena nacional se da, en una de sus partes, por esta relación entre un supuesto arte consagrado, y también el considerado emergente que sigue estos pasos, y el resto de los oficios artísticos “pobres”.


La muerte del malabarista Francisco Martínez, provocada por los disparos de un carabinero en Panguipulli, no nos muestra un terrible problema de contingencia, sino un “síntoma” complejo que involucra variadas perspectivas convergentes vinculados a los problemas sociales, culturales, institucionales y económicos de Chile. Esto último sin adentrarse, siquiera, en que situaciones similares han ocurrido muchas veces y, lamentable y probablemente, seguirán ocurriendo.

Dos aspectos, más generales aún, son los que involucran dos instancias que se encuentran en una profunda precariedad: la institución de Carabineros y el medio artístico. En esta columna haré una mención, particular (sin obviar el proceder de la institución policial), al problema clasista hacia y en las artes, lo cual vendría dado por relaciones de poder donde en la escala de importancia social el trabajo artístico mantiene una fragilidad y sesgo socio cultural peligroso, tanto del Estado hacia el medio, como del mismo medio entre un tipo y otro de arte. Tengo una opinión con respecto a las mayores urgencias de algunos trabajos artísticos por sobre otros, pero esa opinión no es relevante en este texto, pues de lo que se trata es sobre la segregación humana del medio, independiente del tipo de arte, o artesanía que se ejerza.

No darse cuenta de la discriminación de carabineros hacia grupos y sectores socio económicos bajos, y también el sesgo racista que lo acompaña, es, sencillamente, no querer ver la realidad. En el caso del sesgo artístico se nos presenta una relación clasista con respecto a ciertos artistas (y no obras), los cuales son una gran cantidad que nunca dejará de exponer en sus propias pequeñas localidades, siendo uno de sus mayores logros encontrar una muestra en Santiago. Esta última situación no puede ser vista sin involucrar la precaria educación de la disciplina (que haya aumentado en cantidad no significa que haya mejorado, por el contrario). La nula constitución de escena nacional se da, en una de sus partes, por esta relación entre un supuesto arte consagrado, y también el considerado emergente que sigue estos pasos, y el resto de los oficios artísticos “pobres”.

Las y los artistas de clase media, media alta, y alta, imaginan estar en un nivel de mayor importancia en relación a artesanos, artes populares de distinto tipo y, sobre todo, artistas callejeros. En este punto tocamos otro problema no resuelto en el país: el uso del espacio público, en este caso por artistas, en su mayoría, pobres. Pongamos algunos datos generales del rubro circense para luego volver al escalón más bajo de la precarización callejera. El mismo consejo de las Culturas y el Patrimonio publicó, el 2017, una política nacional de artes escénicas, la cual estaría proyectada hasta el 2022. Cito textual un fragmento de parte del diagnóstico de aquella publicación: “Con vocación transdisciplinar, desde esta instancia creativa surgieron propuestas de un campo expandido de los lenguajes circenses, incorporando en sus puestas en escena una revisión de los recursos del teatro, de la pantomima y de la danza, con nuevas prácticas y en diálogo con el uso del espacio público (cnca, 2014b)”. En este fragmento se menciona el diálogo con el espacio público, pero lo que ocurre es que en nuestro país es ilegal usar el espacio público para el trabajo artístico sin permisos municipales, los cuales casi nunca son otorgados (excepto, últimamente, y de forma gradual, Valparaíso, al menos así lo anunció el alcalde; no tengo datos de que carabineros esté cumpliendo o no aquello). Entonces cuando usted ve a un músico o un malabarista en las calles trabajando lo que estaría haciendo es un delito.

El mismo documento cita una investigación que hizo Nicolás Reyes en el 2015, la cual menciona que se “hace urgente la creación de un Ministerio de Cultura y una Ley de AA.EE que regule las condiciones de trabajo de los artistas escénicos. Una normativa que comience a aplicar contrataciones, reconozca la naturaleza del trabajo artístico y establezca la obligatoriedad de contratar por funciones (desde una a varias), por obra, temporada o proyecto. Que reivindique a los artistas el derecho a la apropiación de los espacios públicos, así como que el arte callejero deje de ser considerado ilegal, entre otros aspectos” (Reyes, 2015: 19). Esta cita se encuentra en el documento estatal, pero hace 5 años que no se ha hecho un intento real por regular el tema de la ilegalidad del trabajo en el espacio público. También se cita a Ernesto Ottone, el cual comenzaba, el mismo año, su gestión como presidente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, antes de que, por fin, en el 2018 cambiara a Ministro de las Culturas las Artes y el Patrimonio. El 2015 Ottone prometió que ese mismo año habría una ley de artes escénicas, lo que si ocurrió, pero en el 2019. En toda la Ley 21175, sobre fomento a las artes escénicas no hay ninguna referencia a las artes callejeras y el espacio público, aun cuando se creó una figura interna dentro del Consejo llamada Consejo Nacional de las Artes Escénicas.

Toda esta infraestructura humana creada no repercute en lo más absoluto en las artes que se dan en el espacio público sin permisos, es decir, no ha cambiado nada en ese sentido. Los cambios, o intento de ellos, son para compañías organizadas y elencos, no para la capa más baja de artistas marginales (sin profundizar en el tema de que los grupos organizados también siguen teniendo una precarización laboral sin solución).

Existen personas, incluyendo a artistas, que les molesta que se encuentren artistas trabajando en el espacio público. La percepción de un gran número de estas no es la misma cuando se encuentran en un museo o una galería -por decirlo de alguna forma- experimental, donde puede molestarle lo que ve y escucha, pero no intentará detener la exposición (de todas formas estamos hablando de un porcentaje muy pequeño de asistentes a exposiciones; el consumo cultural ha aumentado, pero poco).

El estado pauperizado de un creciente número de artistas, sumado a la discriminación conceptual por parte de los llamados artistas profesionales y sumado, aún más, a la discriminación clasista por una parte importante de la sociedad chilena, incluyendo, por supuesto a carabineros, quienes administran institucionalmente la violencia (o sea, violencia avalada por el Estado), en este caso, particularmente, a personas de cierta apariencia física y/o condición socio económica, nos ha llevado a que otra persona más sea víctima de su condición mental y socio cultural. En este caso particular es el cuerpo de su oficio el que enfrentó su última performance callejera: su muerte. Es la consecuencia de lo que conversaba hace unos días con unos colegas artistas (Yto Aranda y Jorge Sepúlveda) donde Sepúlveda mencionó que uno de los importantes problemas de la discriminación es que la construcción del Otro categorizado es una forma de gestión y no de reconocimiento, es decir, el no intento de aprender y buscar lo que no se conoce a partir del conocimiento hace que se gestione lo reconocible lo más rápido posible, llegando a instancias y reacciones que no podemos permitir ni permitirnos.

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