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Boxeo chileno: y sin embargo, se mueve…

Boxeo chileno: y sin embargo, se mueve…

La actividad, la única que hasta Atenas 2004 le había dado tres medallas olímpicas al deporte chileno, hoy se mantiene en un estado de agonía que parece permanente. No se ve por dónde, incluso, podríamos tener siquiera una aceptable figuración en los próximos Panamericanos. ¿Pero sabe usted cómo ha sido conducida esa disciplina antes gloriosa y hoy en ruinas después de las últimas décadas?


Explicaciones para la crisis que vive el boxeo chileno, desde hace décadas, hay muchas. Desde la regionalización del país impuesta por la dictadura hasta la disminución dramática de los clubes de barrio, que en épocas pretéritas acogían a decenas de muchachos que encontraban en el pugilismo una actividad que los motivaba y los hacía sentirse alguien. Y puede que quienes apuntan hacia esas razones tengan una buena cuota de razón.

Con la regionalización se fue perdiendo, paulatinamente, la identidad. En otras palabras, el boxeador que llegaba a un Torneo Nacional representando a un perdido pueblito, casi desconocido en la geografía nacional, y se sentía orgulloso de que lo identificaran con él, a partir del diseño de las 13 regiones ya no fue más el deportista que peleaba por él y por el lugar donde nació y creció. Era, simplemente, un boxeador de la Primera o de la Duodécima Región, concepto tan amplio que fue diluyendo el sentido de pertenencia hasta acabar con él.

Que ya no existen en abundancia los clubes de barrio que en pasadas décadas acogían a esos muchachos de sectores vulnerables, y que a través del boxeo le daban sentido a su vida, también es verdad. Hoy sólo sobreviven unos pocos -con serias dificultades además-a los que el crecimiento descontrolado de las ciudades los dejó lejos del alcance de esos chicos que, provenientes de sectores marginales y humildes, muchas veces no tienen ni para costearse un boleto en el Transantiago, la movilización pública peor y más cara de toda Latinoamérica.

Sin embargo, siendo estos argumentos valederos, a mi juicio son las pésimas gestiones directivas las que tienen en el suelo a nuestro boxeo, única disciplina que, hasta antes de la hazaña de Nicolás Massú y Fernando González en Atenas 2004, le había dado al deporte chileno tres medallas olímpicas, gracias a las destacadas actuaciones de Ramón Tapia, Carlos Lucas y Claudio Barrientos en Melbourne 1956.

¿Qué pasó? Que si antes los dirigentes llegaban a la Federación con una larga trayectoria que los avalaba y con genuinos deseos de hacer algo por su disciplina, con el tiempo se fueron sucediendo una serie de advenedizos y chantas que sólo vieron en los cargos directivos del boxeo chileno una simple posibilidad de figuración, de sacar partido y de beneficiarse ellos.

Habrá que creerle a Marlene Ahrens, nuestra medallista olímpica de plata en el lanzamiento de la jabalina cuando una vez, analizando la postración del deporte chileno en general, dijo que “el sistema de pronósticos deportivos Polla Gol al final le hizo a nuestro deporte más mal que bien. Empezó a llegar mucho dinero, que antes escaseaba, y eso fue despertando apetitos de gente que vio en los cargos directivos una posibilidad de tener privilegios de todo tipo, incluidos los económicos. Cuando no había plata, o era sustancialmente menor, de los deportes chilenos se hacía cargo gente que realmente amaba su disciplina, y a la que no se le pasaba por la cabeza sacar ventaja de un puesto o un cargo directivo”.

Ese sistema de pronósticos deportivos, hoy muerto tras una época de esplendor, cambió la mentalidad altruista de los dirigentes por una ambición que, al igual que la codicia, constituye una lacra que se extiende por el mundo como mancha de petróleo en el mar. Codicia que, además, se nos aparece a cada rato en nuestra propia vida nacional con casos como los de Penta y Caval. Con el ejemplo de tipos que, podridos en dinero, siguen acumulando riquezas como si, llegado ese día que a todos nos va a llegar, estuvieran convencidos de que sus familiares les echarán sus milloncitos en el cajón para seguir disfrutándolos en el más allá.

La Federación Chilena de Boxeo, a punto de celebrar su centenario (fue fundada el 1 de mayo de 1915), debe ser una de las más pobre de las más de 50 disciplinas que hoy acoge el Comité Olímpico. Por pésimas gestiones fue perdiendo una a una sus valiosas propiedades adquiridas en épocas de esplendor, como un piso completo ubicado en un edificio de calle San Antonio, pleno centro capitalino. Como la casona que ocupó, en algún momento, en la calle Simpson, a pasos de la Plaza Baquedano, liquidada por Raúl Villablanca, dirigente del vóleibol y presidente-interventor nombrado por Sergio Santander, ex timonel del Comité Olímpico de Chile. Sedes traspasadas a precio vil y cuyos escasos dineros se hicieron sal y agua en la tesorería.

Es que en las últimas décadas por la presidencia de la Federación han pasado tipos que bien merecerían un monumento, pero un monumento a la frescura y a la ineptitud. Como Guido Ossandón, que en dictadura fue designado el 13 de septiembre de 1973 el primer Director de Deportes del Estado a través de un acta secreta.

Salido años después de la escena deportiva, Guido Ossandón reapareció en gloria y majestad cuando ya la dictadura se caía a pedazos, como flamante presidente del boxeo nacional. Tomó posesión de la sede de calle Chiloé, acompañado de su esposa, un poco más joven que él, a la que instaló en una oficina y quien se transformó, en cosa de semanas, en el verdadero poder detrás del trono, al punto que administrativos, entrenadores y pugilistas, se referían socarronamente a ella como “la primera dama” o “la presidenta”.

Huelga decir que, salvo incontables boletas por gastos de representación en el Club San Miguel, de la Gran Avenida, Ossandón no dejó nada. Es más: hasta hay quienes aseguran que, tras la desaparición de dos balones de gas de 15 kilos que les permitían a los boxeadores bañarse con agua caliente, estuvo la mano del bueno de don Guido. O de “la primera dama”.

Según un antiguo funcionario del organismo, “una  vez la señora de don Guido me ordenó echar uno de esos balones en su auto, porque según ella en su casa se les había acabado el gas y a esa hora ya no tenían dónde comprar. A los pocos días, me ordenó hacer lo mismo con el otro, con idéntica excusa. La idea es que pronto los restituirían, pero ello no ocurrió nunca”.

Pero no fue el único. Elegido presidente, Eduardo Donoso no encontró nada mejor que trasladarse con camas y petacas a vivir a la Federación. Su casa, naturalmente, fue arrendada en una atractiva suma mensual que contribuía a engrosar la cuenta corriente del sacrificado timonel chileno del boxeo…

El último caso fue el de Luis Aguirre, que por ser de Arica no cumplía con uno de los primeros requisitos para ser elegido presidente de acuerdo a los estatutos, esto es, residir en Santiago. Pero Luchito no se hizo problemas. De alguna manera se consiguió una dirección capitalina y con eso se despejó el camino hacia el sillón de calle Chiloé.

Menuda sorpresa se llevó después la Comisión Revisora de Cuentas de la Federación cuando pudo ver que el emprendedor Aguirre se había gastado en un año la friolera de casi 10 millones de pesos en pasajes aéreos entre Arica y Santiago. ¡Casi todo el presupuesto anual que, para los gastos administrativos, entregaba Chiledeportes…!

Pero no fue todo: las soga al cuello se la puso una vez que él y sus adláteres pasaron una factura falsa de La Fontana, un hotel iquiqueño donde, se suponía, habría estado hospedado Raymond Silva, instructor de boxeo estadounidense que había venido al país a dictar cursos de capacitación a los técnicos nacionales. De más está decir que Silva jamás conoció La Fontana y que durante sus días en Chile sobrevivió apenas con frugales almuerzos en alguna más que picante picada iquiqueña.

A Aguirre lo sucedió en el cargo Mario Farías, conocido como ex concejal de la comuna de Santiago. La definición más acertada acerca de lo que fue su gestión se resumió en una broma. Después de que partió, alguien dijo: “Lástima que don Mario se fuera… Nunca le hizo mal a nadie”. Y un chusco respondió: “Ni bien tampoco”.

El talón de Aquiles de Farías fue, sin embargo, su jefe de comunicaciones, Pedro Montiel. ¿O era jefe de gabinete? ¿O gerente rentado? Nadie nunca lo tuvo muy claro. El hecho es que, un buen día, los boxeadores que diariamente concurrían al gimnasio de la Federación para entrenarse, se toparon con un cartel de “Cerrado”. ¿Qué había pasado? Que al día siguiente se casaba la hija de Montiel y el gimnasio estaba siendo arreglado para algo que, por cierto, nada tenía que ver con el deporte.

La sorpresa peor, sin embargo, se la llevó Pedro Vargas, el sucesor de Farías en la presidencia del boxeo, cuando hasta la sede llegó una demanda laboral millonaria. Detrás del recurso legal estaba Pedro Montiel.

El directorio pensó que el juicio iba a ser “carrera corrida”, puesto que Montiel, para ejercer sus funciones, bastante nebulosas por lo demás, nunca cumplió horarios y se ausentaba cuando y como quería. Ni siquiera -dicen- tenía contrato. Resultado: Montiel ganó el juicio y se llevó casi 30 millones de pesos, pagados con los dineros que habían quedado del gimnasio de calle San Antonio.

Pero no fue la única sorpresa que se llevó Pedro Vargas. Durante la presidencia de Farías, Chiledeportes había aportado con una respetable suma para la refacción completa del gimnasio de la sede de calle Chiloé, que era una completa ruina. Los arreglos, una calamidad de principio a fin, no justificaban ni la cuarta parte de los dineros que el máximo organismo estatal le había entregado a la Federación.  Consecuencia: hubo que devolver 18 millones que no tenían ninguna justificación ni respaldo. Adivinen con qué dineros tuvo que pagar la Federación: obvio, con lo poco que iba quedando de la enajenación del piso de San Antonio.

¿Tenemos derecho entonces a extrañarnos con la desaparición del boxeo chileno como deporte competitivo incluso a nivel sudamericano? Ningún derecho. La propia gente del boxeo tiene la culpa de que estas frescuras hayan ocurrido a vista y paciencia de todos, sin que nadie hiciera nada.

Y así es como estamos. Con una última medalla panamericana que data del torneo de 1995, en Mar del Plata, ganada por Ricardo Araneda. En los últimos cuatro juegos, con suerte hemos tenido un representante que, por supuesto, volvió siempre con las manos vacías.

Hoy, seis muchachos se aprontan para participar en la etapa clasificatoria para los Juegos Panamericanos de Toronto. Será en mayo en Tijuana, México, y donde los cupos para cada categoría son limitados.

La Federación, presidida hoy por Robinson Villarroel, logró que los muchachos sumaran experiencia internacional viajando a tomar parte de la Copa Independencia, en República Dominicana, y que de allí viajaran hasta La Habana, Cuba, país potencia olímpica en boxeo, a entrenar y prepararse.

¿Cambiará la historia? Difícil. Lo más probable es que los seis muchachos que representan al pugilismo chileno olímpico ni siquiera alcancen a superar el exigente cedazo de Tijuana.

La pregunta, en ese caso, sería: ¿tienen ellos la culpa de algo?

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