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La responsabilidad del general Ríos y muchos errores políticos


En la atmósfera generada por los hechos que determinaron la salida del general Campos de la FACH escasea la finura política. Existe una sucesión de explicaciones y rudezas innecesarias que no contribuyen a retornar las cosas al curso de normalidad que el país tiene. Y, como siempre, la oposición, recién llegada al campo de la democracia, ensaya efectos populistas acerca de la falta de un organismo de inteligencia que informe adecuadamente al gobierno, del que carecería por pura ineficiencia.



Si uno se remite a los hechos y se los lee tal y como ellos han ocurrido, resulta visible que esa falta de finura ha generado una cascada de malas explicaciones, suspicacias y desconfianzas, hasta un grado casi insospechado, que hace pensar en la ausencia de una matriz republicana real en el pensamiento de la elite política chilena.



Por cierto está fuera de discusión las limitaciones que la actual Constitución impone al Presidente de la República para conducir la política militar. O la indebida autonomía y no responsabilidad final que exhiben por sus actos. Lo que se trata de destacar, es cómo un problema se transforma en crisis de manera casi imperceptible debido a que las responsabilidades están diluidas, y cómo pareciera haber un vacío cultural acerca de lo que son y significan las instituciones.



El Comandante en Jefe de la FACH designó al General Campos como responsable de entregar el informe de su institución sobre detenidos desaparecidos a la Mesa de Diálogo. No podía haber elegido peor. De todos sus generales eligió justo al que tenía su esposa vinculada a delitos de derechos humanos y perteneciente en el pasado al Comando Conjunto, organización ilícita fuertemente vinculada a la FACH, y denunciada de reorganizarse para obstruir a la justicia. ¿No se le ocurrió que esa designación era, por decir lo menos, una imprudencia que ponía en cuestión la seriedad de una instancia difícilmente trabajada por la sociedad chilena?.



El ejercicio del mando exige, entre otras cosas, buen juicio. Es evidente que el General Ríos no lo tuvo, ni menos la inteligencia básica de medir las consecuencias de su acto.



A renglón seguido, el general Ríos trató de exculpar su error, afirmando que los Presidentes Lagos y Frei, y sus respectivos ministros de defensa, sabían de los problemas legales de la esposa del general Campos, hecho categóricamente desmentido por las autoridades. La pregunta es ¿qué tiene que ver este supuesto conocimiento con su imprudencia y falta de criterio de designar a Campos para la Mesa de Diálogo? Y, ¿qué con el problema de fondo que se investiga, esto es la rearticulación clandestina del Comando Conjunto y su obstrucción a la justicia?.



A estas alturas lo que se esperaría del general Ríos es que entregue un informe completo a las autoridades, basado en un trabajo serio del Servicio de Inteligencia de su institución, en el cual se afirme fehacientemente que tal rearticulación no existe o, al revés, que efectivamente ha ocurrido, y que se han adoptado las medidas disciplinarias y legales pertinentes, y puesto todos los antecedentes a disposición de la justicia.



Independientemente de lo anterior, se esperaría que comunique también que de acuerdo a los reglamentos y principios que rigen la conducción militar de las fuerzas armadas pone su cargo a disposición del Presidente de manera indeclinable, porque asume con honor su responsabilidad. Esto último porque nadie le va a pedir la renuncia pues no existen facultades legales para ello. Y porque, lo más importante, el general Ríos es un militar y sabe perfectamente que se hace en estas instituciones en estos casos.



Finalmente, la atmósfera se ha visto recargada por los inesperados cambios en las subsecretarías de Aviación y Marina. Un principio en política es que todo lo que no se explica por sí mismo o hay que explicarlo más de dos veces, es una decisión poco acertada.



Estos cambios, independientemente de la excelencia profesional e idoneidad de las autoridades designadas, provocan una percepción negativa, contraria al ambiente distendido y de manejo profesional que ha tenido el Ministerio de Defensa en los últimos meses. Agregan decibeles innecesarios a una atmósfera recargada de dobles interpretaciones y sospechas. Con un agravante. De rebote se generó un enroque en la Subsecretaría de Marina, con lo cual la Armada en pocos meses ha visto cambiar su interlocución política dos veces, en medio de un ajustado proceso de compra de armamento que la obligan a importantes ajustes institucionales.



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(*) Abogado, periodista, cientista político y especialista en temas de Defensa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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