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Anuncios provocativos en TV


Como suele ocurrir en Chile ante situaciones que ponen a prueba nuestras convicciones éticas y morales, la transmisión de los spot del SIDA en la televisión abierta, ha generado una controversia caracterizada por la intolerancia y la confusión.
En nombre de la democracia y el pluralismo, los mismos sectores de siempre -aquellos autodenominados como progresistas- se han lanzado en picada en contra de los tres canales que, en el ejercicio de sus legítimos derechos, se han opuesto a difundir las spots, porque contradicen sus políticas editoriales. Entonces, como el Partido Socialista ejerce la tolerancia y defiende la libertad de expresión sólo respecto de quienes comparten sus opiniones, sus parlamentarios han propuesto cambiar la ley del Consejo Nacional de TV, para obligar a todos los canales a transmitir cualquier cosa que el gobierno defina como «campañas de manifiesto interés público».



Esa actitud totalitaria ha contrastado, incluso, con la del propio Ministro de Salud, encargado de la campaña, quien ha manifestado su respeto por la decisión de esos canales, reconociendo su status como instituciones autónomas. Una cosa es entender que efectivamente el SIDA ha cobrado en Chile la vida de tres mil personas y ha contagiado a otras diez mil y que, por tanto, el Estado tiene la obligación de informar a la ciudadanía para prevenir su transmisión; y otra, distinta e inaceptable, es imponerle a los medios de comunicación una determinada mirada moral y ética para abordar los problemas sociales.



En cuanto a los contenidos de los spots, sería conveniente que sus responsables nos aclararan cuáles son los criterios sobre los que se han diseñado. Porque, a simple vista, es curioso que el Ministerio de Salud haya optado por potenciar precisamente las conductas más riesgosas, relaciones sexuales precoces, infidelidad y homosexualidad; y haya omitido, en cambio, las alternativas de prevención que han tenido éxito en el mundo entero.



Si el 94% de las personas notificadas con SIDA ha declarado que adquirió el virus en sus relaciones sexuales, me parecen simplemente inexplicables los modelos a seguir seleccionados por los cerebros creativos de la campaña. Una adolescente que, con una facilidad sorprendente e inapropiada para su edad, sostiene relaciones íntimas con distintas parejas. Una mujer que sospecha de la infidelidad de su marido y, antes de enfrentar el problema de fondo, decide recurrir al preservativo. Y un homosexual que flirtea abiertamente con un hombre en la vía pública, para luego consumar el acto sexual con su conquista Ä„en nuestras narices!
El broche de oro es el slogan. Fácil, como «es mi vida» y «hago lo que quiero», para el gobierno el SIDA se previene únicamente usando un condón. La sexualidad en el marco del amor y respeto entre un hombre y una mujer, la abstinencia entre los adolescentes, las conductas cuidadosas y la pareja única, simplemente son cosas del pasado.



Más allá de las connotaciones valóricas implícitas en los spots, a mi juicio cuestionables y peligrosas, la campaña ha sido calificada por los expertos como poco efectiva. El error es la evidente distancia que hay entre la secuencia de las imágenes, el mensaje de sus protagonistas y el propósito que persigue el gobierno, en definitiva, prevenir el contagio de una enfermedad.
Si hacemos una encuesta, probablemente la mayor parte de la población con más de cinco años de edad sabe que para evitar contraer la hepatitis es necesario lavarse las manos, porque la campaña difundida para esos efectos contenía una invitación explícita a realizar una conducta que aseguraba la prevención. En estos spots, en cambio, no queda claro que hay una enfermedad que se llama SIDA, ni por qué vía se transmite, ni cuáles son las alternativas para prevenir su contagio.



Si bien desde la perspectiva cinematográfica, las imágenes pueden ser interesantes y provocativas para el telespectador, el mensaje es difuso, vago y difícil de entender justamente para la población más expuesta.



En buenas cuentas, un spot malo, porque no cumple con los objetivos para el cual fue diseñado. Que, además, promueve y valida exactamente las conductas que generan la enfermedad que pretende prevenir. Y que, para colmo, ha generado la feroz y totalitaria reacción de un sector minoritario, que pretende amordazar a todos aquellos que se atrevan a contradecirlo.





(*) Diputado. Correo electrónico: pmeleroa@hotmail.com


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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