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Transantiago y política de verano


Sin duda que la instalación del Plan Transantiago ha traído aparejado una serie de transformaciones de alto impacto en la vida cotidiana de los capitalinos. Un cambio de tal envergadura debía remecer, como un terremoto, a los vecinos de una ciudad llena de trabajólicos, depresivos y enajenados.



El sismo mediático, entonces, no debía sorprendernos y las reacciones, algunas de verdadera furia, formaban parte de un libreto demasiado predecible. Sin embargo, nos remecieron.



El bombardeo televisivo, las portadas catastrofistas y los testimonios de la calle sembraron por 48 horas la sensación de fracaso. Y en varios de nosotros se instaló el temor del regreso a la pesadilla de las micros amarillas. A ratos del lunes 12 de febrero pareció que todo se venía abajo, a ratos, la frustración le ganó a la esperanza.



Pero el tiempo ha hecho su trabajo, ese que nadie hace por él. Lentamente el sistema va funcionando, los noticieros dan cuenta de notas de optimismo y muestran las ventajas del nuevo plan. No todo parece ser malo. La histeria colectiva está siendo desplazada y, aunque algunos quieren ver a la vuelta de la esquina nuevas «pruebas de fuego», el Transantiago llegó para quedarse. No hay vuelta atrás.



En este proceso, realizado en un periodo en donde todo el mundo está ‘en otra’, de vacaciones y alejado de las obligaciones, el elenco político involucrado ha sido cuantitativamente menor. Pese a ello, el tenor de las declaraciones da cuenta de un histerismo similar al de los rostros desencajados y enfurecidos del lunes 12 en la mañana.



Mientras las autoridades gubernamentales han cumplido su labor al implementar un plan de futuro que apunta a las raíces del problema del transporte santiaguino, el mundo político estival se ha hecho eco de la protesta, la descalificación y el análisis simplista.



Cabe aquí reflexionar sobre la manera en que los políticos entendemos nuestra labor.



La política es una actividad que tiene, básicamente, dos formas de ser ejercida. Una es entender como obligación el rol de representante de las demandas ciudadanas y ser ‘reflejo’ del clamor de la gente. Otra es adoptar el rol de conductor de procesos sociales, mirar hacia adelante e instalar el futuro en medio de las ataduras del presente.



En nuestro medio es bien mirado el equilibrio entre estas dos distantes posiciones y quienes forman a las noveles generaciones de políticos. les indican que lo correcto es tener cables a tierra para sintonizar con la gente y capacidad de abstracción del presente para leer el futuro.



El mundo político ‘de turno’ este verano ha estado alejado de este equilibrio y, más bien, optó por hacer eco de las sensaciones de los atribulados usuarios del Transantiago.



La oposición aliancista, fiel a su raigambre conservadora, llegó a incluso a proponer como medida paliativa que las micros amarillas suplieran los recorridos deficientes. Increíble.



La oposición de izquierda y personeros del PC, era que no, rechazaron el sistema porque estaba en manos de los privados y era una nueva solución capitalista a un problema que debía ser resuelto y administrado por el Estado. Su discurso dio pábulo a movilizaciones y desórdenes, u hasta se produjo la ‘toma’ de un bus en pleno centro de Santiago.



Bueno, la oposición ha sido oposición, y seguramente lo seguirá siendo, justamente por esta mirada sesgada de su función política. Ser eco de la histeria los conecta con la realidad, pero los aleja del futuro. Finalmente, en las urnas la ciudadanía vota por el futuro no por los lamentos del presente.



Los Gobiernos de la Concertación no se han equivocado en este sentido, han hecho lo que estaban obligados a hacer. Se instaló un plan ambicioso, radical, pero concordante con el desarrollo que queremos alcanzar. ¿Por qué hacer las cosas a medias si podemos hacer el todo?



El Transantiago es, al fin, una medida ajena a nuestra costumbre de ‘en el camino arreglamos la carga’. Es una solución de raíz, que trajo un terremoto que comienza a ser pasado, la histeria empieza a ser historia.



Pero en todo esto no ha dejado de llamarme la atención la falta de sintonía de algunos dirigentes de partidos concertacionistas que se han sumado a la teoría del caos.



No se trata de ser autocomplacientes, pero hacer eco de los reclamos, caer en las descalificaciones y sacar cálculos políticos menores, no sólo es un desacierto, es atentar contra la naturaleza misma de la Concertación. Es alejarse de esa conexión con la realidad cotidiana y la mirada de futuro que inspira a nuestros gobiernos.



Denostar este plan para pasar cuentas pendientes al gobierno anterior es aprovecharse del momento. Ser partidario de un gobierno que enfrenta un desafío del tamaño del Transantiago y detenerse en cuitas pasadas habla muy mal quienes ejercen un liderazgo político. Tal odiosidad refleja un nivel de desafección que sorprende, afortunadamente, por su excepción.



Transantiago, quieran o no, está en marcha. Gracias a un Ministro de Transportes que ha enfrentado con responsabilidad una tarea a la que estábamos obligados. Gracias a una Concertación que entiende que su tarea es la conducción de Chile hacia el desarrollo y gracias a los miles de chilenos que le están dando una oportunidad al nuevo plan.



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Waldo Carrasco. Profesor de Historia y Geografía. Consejero Nacional del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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