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No militarizar la disuasión

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Fernando Thauby
Por : Fernando Thauby Capitán de Navío en retiro
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Si las FF.AA. de Chile tenían una capacidad militar, operacional y logística claramente superior a la de Perú ¿cómo es que ese gobierno con su desafío, tomó el riesgo de ser objeto de una acción de fuerza? La respuesta es simple. La disuasión, en los términos convencionales que aplican a las grandes potencias, debe satisfacer tres requisitos: plantear una amenaza real, dañina para receptor y rentable para el disuasor.


Si un país decide que obtendrá sus objetivos internacionales a cualquier costo, incluyendo el uso de la fuerza, habría elegido una Estrategia de Fuerza.

Por el contrario tendría una Estrategia de Disuasión si escogiera no ser el agresor y aspirara a obtener sus objetivos por la vía de la negociación y el acuerdo, renunciando a emplear la fuerza o la amenaza de su uso en forma positiva o adquisitiva; orientándose a crear y mantener una condición de paz e  intentando asegurar que las alternativas políticas que adopten sus oponentes para tratar de obtener los suyos, sean de la misma naturaleza. Obviamente una elección de este tipo no invalida el recurso a la fuerza para la defensa propia, que permanece siempre vigente.

El objeto de una estrategia de disuasión es entonces desincentivar, como opción válida y conveniente, la alternativa del uso de la fuerza por parte de otro actor internacional, para imponernos su voluntad en un asunto en disputa.

[cita]Nuestro gobierno contaba con variados elementos con los cuales disuadir a Perú de emprender su acción, pero no fueron ni siquiera explorados. Como la acción de fuerza estaba descartada, creímos que no había otras alternativas.[/cita]

En estos términos, Chile está tratando de obtener su seguridad internacional mediante una Estrategia de Disuasión.

La literatura especializada, que viene de estados de alcance global o continental, insertos en un ambiente competitivo, enfoca la disuasión como una relación de fuerza entre dos oponentes que viven en una situación de conflicto estructural o de gran inestabilidad, asumiendo implícitamente que la alternativa a la disuasión es la guerra. En regiones de baja conflictividad internacional, como la nuestra, creo que la disuasión opera en un nivel inferior, más que evitar una guerra que nadie realmente busca, trata de  crear un ambiente que evite los conflictos y la inestabilidad o puesto en positivo, que promueva la paz y la cooperación.

Por lo señalado, las acciones y previsiones que acompañan a nuestra Estrategia de Disuasión deben apuntar a generar una percepción de fortaleza visible, mesura por elección y convicción, y “dientes” que se sabe que existen, pero que no se ven.

Con motivo del terremoto y maremoto reciente, varias autoridades se han esforzado en aclarar que pese a los eventuales daños sufridos por algunas unidades de combate e infraestructura militar, “la capacidad disuasiva de Chile” no había disminuido.

Miremos lo sucedido desde otro ángulo: Chile sufrió un terremoto de gran magnitud en su zona más poblada y de mayor productividad económica; el último día de las vacaciones y en pleno proceso de cambio de gobierno, ¿y qué pasó?:

Su población reaccionó con gran entereza y fortaleza física y espiritual; el Estado dispuso de una considerable cantidad de recursos para hacer frente a la emergencia; sus organizaciones estatales y privadas reaccionaron rápido y bien; sus organizaciones de solidaridad y voluntariado actuaron en forma masiva, rápida y eficaz; la relación gobierno-oposición no sólo fue muy fluida sino de completa colaboración y  rápido acuerdo respecto a las líneas gruesas del manejo de la catástrofe. Sus FF.AA. participaron con el apoyo y aprobación más completa y transversal imaginable. Los puntos en que los sistemas fallaron fueron criticados y escrutados con prontitud y altura de miras. Entonces, ¿qué tenemos?:

Desde la perspectiva regional descrita anteriormente, Chile no solo conservó su capacidad disuasiva, sino que la potenció sustancialmente. Es así porque quedó clara la existencia de una nación, un gobierno y un Estado sólidamente cohesionados y organizados para la acción, con instituciones eficaces, recursos económicos  y una fortaleza moral extraordinaria.

Sigamos con el ejemplo. Si las FF.AA. de Chile tenían una capacidad militar, operacional y logística claramente superior a la de Perú ¿cómo es que ese gobierno con su desafío, tomó el riesgo de ser objeto de una acción de fuerza? La respuesta es simple. La disuasión, en los términos convencionales que aplican a las grandes potencias, debe satisfacer tres requisitos: plantear una amenaza real, dañina para receptor y rentable para el disuasor.

Claramente una amenaza de acción de fuerza por parte de Chile no surtiría efecto porque no cumpliría el tercer requisito. Si Chile emprendía acciones militares que afectaran a su solvencia moral, deterioraría las bases mismas de sus políticas económicas y de seguridad en general. Destruiría su prestigio internacional,  alteraría gravemente el escenario de seguridad regional por un tema que para la comunidad mundial era de tercer orden y establecería un precedente funesto para la convivencia regional. Es decir podría perder mucho y ganar poco.

Pero sobre todo, aplicando la teoría convencional a nuestra realidad, tampoco habría servido porque habría estado “sobredimensionada”. Chile y Perú no estaban frente una alternativa de paz o guerra, sino de conservación de la cooperación o la creación de un conflicto, es decir en un nivel más abajo.

Mucho más “disuasiva” hubiera sido una actitud que pusiera de relieve “los costos ocultos” de tipo político, económico o de estabilidad regional, de emprender tal demanda, o los “costos de oportunidad”, comparando la eventual ganancia en el pleito versus las ganancias futuras derivadas de la conservación de la paz y de la cooperación existentes. Aquí está la base de la política de las “cuerdas separadas”, con que Perú esperaba neutralizar nuestra reacción y ganar en todo el espectro.

Nuestro gobierno contaba con variados elementos con los cuales disuadir a Perú de emprender su acción, pero no fueron ni siquiera explorados. Como la acción de fuerza estaba descartada, creímos que no había otras alternativas.

Veamos otro caso: cuando el gobierno de Argentina se vio enfrentado a Chile para cerrar el caso del Canal Beagle, no cumplió el Tratado vigente que obligaba  a las partes a llevar el diferendo a la Soberana del Reino Unido y amenazó que de hacerlo Chile, estaría creando un casus belli y Chile se allanó a llevar la cuestión a La Haya: nos disuadieron de exigir nuestros derechos porque el Gobierno Argentino cumplía los requisitos para que la disuasión en su concepción tradicional funcionara. Nos encontrábamos frente a una elección entre paz  y guerra, es decir en ella aplicaba la definición convencional de disuasión.

Dado que para obtener sus objetivos internacionales Chile tiene una Estrategia de Disuasión, el peor error que podríamos cometer es que, por aplicar esquemas conceptuales que no interpretan fielmente nuestra realidad regional, otros actores internacionales llegaran a la percepción o creencia de que estamos embarcados en una Estrategia de Fuerza.

Las situaciones son, en la mente de la gente, como parecen que son; no como realmente son.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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