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Un punto de partida: #librossiniva

Marco Antonio Coloma
Por : Marco Antonio Coloma Estudió literatura e ingeniería. Dirige los sellos editoriales Frasis y Ciertopez. Mantiene el blog Material Ligero (www.material-ligero.cl)
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Mi amigo Enzo Abbagliati no se aguantó y, con toda claridad y sensatez, publicó su rechazo a la campaña que un grupo de ciudadanos hemos decidido impulsar para eliminar el IVA a los libros en Chile. Enzo fue subdirector de Bibliotecas Públicas y es mucho más que un inquieto parroquiano en los debates en torno a la lectura y las bibliotecas en nuestro país. Sus argumentos son muy atendibles y reflejan, en este caso, una posición similar a la que tienen otros y cuya reacción común puede resumirse así: «eliminar el IVA al libro no es la solución; la solución es otra». Como se ve, coincidimos irremediablemente en que hay un problema. La campaña, sin embargo, no ha propuesto una solución global, sólo ha sugerido un comienzo.

La eliminación del IVA al libro debiera ser la primera pieza de un plan más ambicioso, integral y definitivo de promoción del libro y la lectura. ¿Por qué? Porque, siguiendo el ejemplo de una abrumadora cantidad de países, debiera existir coherencia entre la importancia que le asignamos como sociedad al libro y el tratamiento que tiene éste en nuestro sistema tributario; porque Chile era un país sin IVA al libro hasta 1976 y hay, por tanto, un imperativo ético de saldar una deuda histórica con los valores democráticos; y porque, además, es una medida efectiva para mejorar el acceso al libro y la lectura.

A diferencia de Enzo —que sostiene que esta campaña pareciera ir «en sentido contrario a lo que el país demanda»—, yo creo que está justamente en sintonía con la necesidad de una mejor distribución del acceso a los bienes simbólicos. ¿No es ésa la pelea por una educación pública de calidad?

En lo que sigue voy a comentar punto a punto, y brevemente, cada uno de los argumentos técnicos de Enzo. Comentaré al final su plan B, «con B de biblioteca».

Uno. La afirmación «el precio de los libros no está entre las principales razones que los chilenos esgrimimos para justificar por qué no leemos» no es rigurosa. Lo que es cierto, y de acuerdo a los mismos estudios que Enzo cita, es que entre quienes se declaran no lectores o poco lectores el precio de los libros no es mencionado como una de las principales dificultades de acceso. Insisto: entre no lectores y poco lectores. ¿Cuál es el panorama en el otro grupo, entre los lectores: la gente que tiene el hábito y la costumbre de leer y que tiene una valoración distinta del libro? Uno estudio de la Fundación La Fuente y Adimark indicó que el 84% de los chilenos (sí, esta vez una muestra representativa de todos los lectores) cree que los libros son caros. ¿No es ése un argumento suficiente para demostrar que el precio de los libros en Chile es una dificultad para su acceso? ¿De verdad necesitamos una encuesta para advertirlo?

Dos. Lo que Enzo llama «la obstinada realidad» son, en este caso, cifras de estudios de distintos países que, como lo he mencionado en otra parte, yo sugiero comparar con mucho cuidado. Sostener que el IVA al libro ha sido irrelevante vista la situación medianamente favorable de la lectura en Chile, es desconocer que en este fenómeno y su medición concurren muchísimas variables: calidad de la educación, ingreso per cápita, niveles de salarios, red de bibliotecas públicas, etcétera. Una comparación seria en este sentido sería evaluar los índices de lectura en relación a un conjunto amplio de variables económicas: estoy seguro que en ese ranking Chile aparecería en la parte baja. Por otra parte, cuando señalamos que la mayoría de los países tienen un IVA cero o una IVA diferenciado para el libro, lo que estamos diciendo, «de manera implícita», es que esos países han llegado a un consenso sobre la importancia que tiene el libro en la formación de las personas y han llevado ese consenso a su sistema tributario: hacen un esfuerzo de menor recaudación para mejorar su acceso.

Tres. De acuerdo al Estudio sobre Comportamiento Lector del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, los lectores frecuentes tienen una presencia importante en todos los quintiles: en promedio, uno de cada de dos en el cuarto y quinto quintil; y uno de cada tres en los quintiles primero, segundo y tercero. No es ninguna novedad que a medida que avanzamos en los niveles de ingresos los índices de lectura mejoran, pero lo que muchas veces pasa inadvertido es que los lectores frecuentes no son patrimonio de los sectores medios y altos, como se suele pensar, sino que se reparten en todos los segmentos sociales. Quiero sostener con esto la hipótesis de que el libro está mucho más presente en los hogares chilenos que lo que en general hemos creído. Basta darse una vuelta primero por una librería del Parque Arauco y luego por la calle San Diego para advertir que, con distintos niveles de gasto, las familias chilenas enfrentan la compra de libros. Lo verdaderamente injusto es que buena parte de esas familias estén condenadas a acceder al comercio informal, a libros de segunda mano y a libros piratas. ¿Qué tan regresiva, entonces, puede ser la medida de eliminar el IVA a los libros? ¿De verdad vamos a considerar regresiva esta medida porque favorece también al comprador impulsivo de libros que gasta sendas sumas de dinero todos los meses? Probablemente ese señor sea insignificante para la estadística. Pero, además, ¿qué tan regresiva puede ser una medida que aumentará las asignaciones presupuestarias de bibliotecas públicas y privadas?

Cuatro. Entiendo el asunto de la concentración geográfica de la oferta, pero pedir que la eliminación del IVA al libro solucione este problema es un despropósito. Tendríamos que hacer veinte revoluciones culturales y poner el sistema varias veces de cabeza para que un día veamos florecer librerías en Putre.

Cinco. ¿Por qué el libro y no los alimentos básicos? Muchos sistemas tributarios tienen distintas tasas de gravamen para distintos productos: los bienes que cubren las necesidades más elementales tienden a estar gravados con una tasa menor de impuesto al consumo, justamente para favorecer su circulación. España, por ejemplo, tiene tres tipos de IVA: hiperreducido (4%), reducido (8%) y normal (18%). Los libros y los alimentos básicos están gravados con el IVA del 4%. ¿Cuál es la señal que da el Estado español con esa medida tributaria? Una muy clara: los libros están en el mismo nivel de necesidad que los alimentos básicos. ¿Por qué no podemos tener en Chile un sistema tributario que suponga un IVA reducido para libros, remedios y alimentos básicos? Si podemos buscar alternativas para compensar la menor recaudación fiscal, ¿por qué no?

¿Plan B? Enzo remata su nota diciendo que «hay un plan B. Sí, con B de Biblioteca». A mi juicio, las bibliotecas no son ningún plan alternativo: su fortalecimiento debiese ser parte importante de cualquier programa de fomento del libro y la lectura. Pero, ¿cuál es la realidad de las bibliotecas públicas en Chile? Según el citado Estudio de Comportamiento Lector, sólo el 15% de la población asistió el último año a una biblioteca. Ese mismo estudio señala que el 35% de las personas compra los libros que lee, 29% los pide prestado a amigos y familiares y sólo el 11% accede a ellos a través de una biblioteca. Esto demuestra no sólo que en el ámbito de las bibliotecas públicas hay mucho por hacer, sino que el principal medio de acceso a los libros es el mercado. ¿Por qué no implementar una medida probada, que convoca amplios consensos, y que justamente favorece el acceso a los libros a través del mercado?

Se trata —tal como lo hablaba esta tarde con mi amigo Miguelángel Sánchez— de democratizar una experiencia de lectura más plena, que ni la mejor biblioteca pública puede entregar: aquella experiencia en la que tenemos derecho a ser curadores de nuestra propia biblioteca, heredarla a nuestros hijos, tomar un libro a la hora que queramos, rayarlo, subrayarlo, prestarlo, regalarlo o incluso abandonarlo. Los libros sin IVA son un punto de partida.

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