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El descaro

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Jorge Fábrega Lacoa
Por : Jorge Fábrega Lacoa Doctor en Políticas Públicas (U.Chicago), académico en el Centro de Investigación de la Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo y Director de Tendencias Sociales en Datavoz.
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Existe una forma más sutil del descaro que es la que tiene mayores probabilidades de sobrevida y que explica el que muchas veces las demandas sociales por reformas culminen en alguna variante de gatopardismo. Se trata del descaro que apela a las costumbres y la historia. En este caso, no se intenta justificar el propio actuar como algo legal sino que se exige que todo cambio respete derechos adquiridos. A esta fórmula apelaron varios incumbentes que se negaron a pasar por elecciones primarias para repostular al parlamento.


Diagnosticar el malestar que existe en el país como “abuso” ha alcanzado tal generalidad que ya casi no requiere explicaciones. Entonces cabe preguntarse ¿qué viene ahora?

Lo que viene es una tensión entre dos fuerzas. La más evidente es la que promueve cambios para hacerse cargo del creciente malestar contra los abusos. Votación tras votación y encuesta tras encuesta está claro que es una demanda con bases muy profundas en la ciudadanía y, por eso, los actores políticos han empezado a mostrar aperturas a cambios que fueron imposibles de concretar en el pasado.

[cita]Existe una forma más sutil del descaro que es la que tiene mayores probabilidades de sobrevida y que explica el que muchas veces las demandas sociales por reformas culminen en alguna variante de gatopardismo. Se trata del descaro que apela a las costumbres y la historia. En este caso, no se intenta justificar el propio actuar como algo legal sino que se exige que todo cambio respete derechos adquiridos. A esta fórmula apelaron varios incumbentes que se negaron a pasar por elecciones primarias para repostular al parlamento.[/cita]

Pero también se está desplegando otra que es igualmente importante: la escala alcanzada por el malestar contra el abuso también obliga a los que han abusado a acomodarse ante los nuevos escenarios. No obstante, como esos nuevos escenarios todavía se están escribiendo, estamos en un período nebuloso al que bien podríamos denominar la etapa del descaro.

El descaro es la actitud de aquel que sabe que su accionar es visto como un abuso, pero lo asume con desvergüenza. La forma más común (y con menos futuro) del descaro es la legalista. Esta actitud es la que asumen, por ejemplo, partidos políticos cuando presentan candidatos al parlamento a individuos con condenas por corrupción bajo el argumento que tales condenas ya se cumplieron. Una actitud similar adoptan los empresarios que ofrecen productos de menor calidad a la que promocionan porque la rotulación de los alimentos se lo permite. O la de un juez que sanciona una conducta abusiva con clases de ética empresarial porque las leyes lo hacen posible. Y la lista sigue con organizaciones educacionales que ofrecen títulos sin campo laboral, empresas financieras que esconden los reales costos de sus créditos y un largo etcétera. La forma legalista de defensa del descaro tiene poco futuro no porque las reglas eventualmente vayan a cambiar, sino porque el malestar ciudadano es precisamente contra la legitimidad de esas reglas. Por eso, lejos de ser una defensa que calme el malestar, lo acrecienta y lo transforma en indignación.

Existe una segunda forma del descaro, la más genuina y combativa y frente a la cual no existe la posibilidad siquiera del debate público. A ella recurren los que no consideran necesario tener que justificar sus acciones. Son los que saben que lo que hacen está mal, pero le ponen precio. Es, por ejemplo, lo que hacen empresas que incorporan en sus contabilidades los pagos por multas (usualmente bajas) que deberán hacer por infracciones legales y la que hacen candidatos a ser legisladores que ya han desplegado publicidad de campaña, pese a que las leyes (eso a cuya producción aspiran a dedicarse) aún no lo permiten. Esta forma pragmática del descaro, es hija de los tiempos, la que más fácil se acomodará a las nuevas circunstancias. Quienes las perpetran serán, probablemente, los primeros en encontrar los vacíos en las nuevas reglas del juego.

Por último, existe una forma más sutil del descaro que es la que tiene mayores probabilidades de sobrevida y que explica el que muchas veces las demandas sociales por reformas culminen en alguna variante de gatopardismo. Se trata del descaro que apela a las costumbres y la historia. En este caso, no se intenta justificar el propio actuar como algo legal sino que se exige que todo cambio respete derechos adquiridos. A esta fórmula apelaron varios incumbentes que se negaron a pasar por elecciones primarias para repostular al parlamento y, en lo económico, es la práctica habitual de los gremios para impedir mayores niveles de competencia.

Cuando una sociedad asume colectivamente su realidad como “un abuso”, el descaro es el último reducto donde el poderoso muestra (en ocasiones, ajeno a toda retórica y decoro) cuánto poder realmente posee. En esa etapa estamos: una etapa intermedia entre las antiguas y las nuevas reglas. La demanda por reformas está, pero el descaro del poderoso también. Lo que está por verse es si las nuevas reglas serán muy parecidas o muy distintas a las vigentes. Vienen elecciones y un posterior reacomodo de fuerzas. Sólo entonces sabremos cómo queda registrado en nuestra historia cuánto pesó en realidad el malestar de las calles de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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