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Postmodernismo y statu quo. Relaciones y conexiones

Cristóbal Villalobos
Por : Cristóbal Villalobos Cristóbal Villalobos Académico Facultad de Educación UC Subdirector CEPPE UC
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El discurso postmodernista y el statu quo

En medio de la discusión sobre los sueldos parlamentarios, el diputado UDI Gustavo Hasbún declaró que, a pesar de no estar de acuerdo con la forma de la medida, valoraba todos los puntos de vista ya que “cada uno tiene su verdad”. Solo unos meses antes, y mientras se discutía el proyecto de ley referido al timerosal, uno de los parlamentarios proponentes del cuestionado proyecto, y frente a la acusación de que sus fuentes eran sesgadas, indicó que eso no era relevante porque “toda opinión es siempre válida, independientemente de si ésta es de un científico o no”. En septiembre de 2013, Manuel Contreras, en una delirante entrevista donde defendió su rol en la dictadura militar, indicaba algo similar al señalar que “muchos tienen su historia y yo tengo mi propia historia”, defendiendo así su tesis de la guerra civil constante y la “necesidad” de torturar y desaparecer a personas para defender al país.

¿Qué tienen en común todos estos argumentos y discursos? Que todos se construyen a partir del discurso del postmodernismo, que cuestiona la existencia de una verdad y una realidad. Nacido en los años setenta, el postmodernismo ha dejado de ser una simple moda intelectual para imponerse como un paradigma epistémico relevante y hasta predominante en muchas ciencias (sociales y naturales), así como en un discurso clave en muchas discusiones políticas, sociales y culturales.

De manera muy breve, intentaremos mostrar algunas de las relaciones que esta lógica y modo de pensamiento tienen actualmente con la mantención del statu quo. Más como idea que como postura filosófica elaborada, pretendemos mostrar cómo y porqué este discurso se convierte muchas veces en una herramienta poderosa para reprimir transformaciones y mantener inalterada la relación de poderes en la sociedad contemporánea.

Postmodernismo, ciencia y verdad

A diferencia de áreas como el arte o la arquitectura, donde el postmodernismo se asocia a un giro concreto de la forma de realización de obras incorporando las necesidades y expectativas de los sujetos, en ciencias sociales (y filosofía social) se entiende básicamente como una corriente fundamentada en tres elementos[1]: i) la crítica radical a la existencia de metarrelatos (Lyotard, 1979), que puedan explicar de manera global y general el funcionamiento de la sociedad y sus actores; ii) relacionado con esto, la inexistencia de un centro de poder (como en parte existe en Marx y Weber), y la imposición de una idea de poder deslocalizada, transaccional y diluida (Foucault, 1980) y; iii) un cuestionamiento relevante a la distinción entre ciencia / no ciencia, en términos metodológicos y epistemológicos, criticando así fuertemente la existencia de la verdad o la realidad misma.

La crítica más frecuente al conjunto de estas teorías es la de ser tautológica (Larraín, 2010). Si no existen verdades ni metarrelatos, la posibilidad de que las lógicas y postulados postmodernistas sean utilizados también se diluye, cayendo así en una contradicción de la que es muy difícil escapar. Desde otro punto de vista (Joas, 2010), se ha planteado que el asumir estos postulados de manera completa no coincide con los procesos evidenciados por las sociedades contemporáneas, siendo más bien un proyecto normativo que una manera de analizar el mundo.

Postmodernismo y la mantención del statu quo

Otro argumento crítico, menos esgrimido pero más potente, es la utilización del postmodernismo como un arma de defensa del statu quo. Para algunos autores, esto se debe a su profunda relación con el sistema capitalista contemporáneo, que tendría una fuente de legitimación en las diversas teorías postmodernas. Como dice acertadamente Larraín (2010: 107), no es extraño que los argumentos postmodernos rara vez se ocupen como base para criticar el sistema de relaciones actuales, ya que sus postulados no permiten generar críticas radicales a la realidad existente (¿qué realidad?, podrían siempre esgrimir) ni a las fuentes del poder (¿qué poder?, podría ser una respuesta estándar del postmoderno). Otros autores han llegado aún más lejos, visualizando en estas teorías nada más que la cristalización socio-cultural del pensamiento capitalista colonizador (Quijano, 2010).

Más allá de estas críticas sociológicas, creemos que es posible encontrar en el germen discursivo-argumentativo postmodernista tres elementos que benefician la mantención del statu quo y la persistencia de la estructura de desigualdades tan profundas como la que hay en la realidad chilena (algo que, dicho de paso, también puede ser cuestionado por estas teorías). La primera dice relación con que la disolución de las verdades y la explosión de múltiples puntos de vista, todos igualmente válidos, enfría los procesos de conflictos e inevitablemente ayuda a la mantención del orden actual y sus estructuras. ¿Si la Constitución es tanto válida como no válida, para qué cambiarla? ¿Si el sistema educativo puede segregar como no segregar, para qué hacer reformas? Así, la argumentación postmodernista siempre puede ser ocupada como un dilator de transformaciones, argumentando la inexistencia de una verdad incontrarrestable. Algunas de estas argumentaciones se pueden ver, por ejemplo, en las actuales maniobras de muchos dirigentes empresariales para dilatar los cambios en la estructura tributaria.

En segundo lugar, las teorías de multiplicación y disolución del poder son fácilmente utilizables como argumentos para mostrar la inexistencia de desigualdades estructurales o diferenciales de poder dentro de la sociedad. Si el poder está en todos lados, ¿por qué tenemos como sociedad que privilegiar a determinados sujetos políticos o sociales? Dicho de otro modo, si el poder es múltiple y está en todos lados, ¿para qué convocara una asamblea constituyente, por ejemplo, si en el Congreso ya están todos representados por igual? Fácilmente, la estrategia postmodernista puede ser utilizada como argumento para zanjar estas discusiones.

Finalmente, y relacionado con lo anterior, el cuestionamiento a la construcción y validación de la ciencia permite la emergencia o “empate” natural de teorías que defienden la mantención del orden. Por eso no extraña la utilización de las teorías postmodernistas desde la derecha conservadora norteamericana para imponer la enseñanza del creacionismo de la misma manera que la teoría de la evolución (Dawkins, 2008) o para negar el calentamiento global. El punto aca es que si no hay una ciencia o todas las teorías científicas son del mismo valor, ¿por qué no se puede enseñar la Biblia de la misma manera que El origen de las especies? Es fácil pensar algunos derivados de este cuestionamiento: ¿por qué se debe decir dictadura militar y no pronunciamiento militar? Poco importan los múltiples datos o informes (según esta visión todos los datos son construcciones, recordémoslo), ya que si cada uno tiene su verdad, todos podemos enseñar como queramos estos hechos. Igualmente tenemos entonces también que preguntarnos ¿por qué no introducir en la enfermería o medicina ramos de auricultura, psicomagia, auroterapia o el tarot, si son teorías igualmente válidas que la medicina? Algunos autores (Sokal, 2009) han descrito largamente este y otros nudos críticos de estas argumentaciones posmodernistas.

Transformaciones y realidad

No se trata, sin embargo, de desechar lisa y llanamente a todo el postmodernismo. Muchos autores, valiéndose del instrumental del postmodernismo, han sido densos críticos de las estructuras de poder, del origen desigual de los discursos o de las estructuras económicas. Probablemente, las mayores críticas a los sistemas sociales de los años sesenta o setenta tienen alguna reminiscencia postmoderna. Sin embargo, esto no significa necesariamente que esta teoría sea inherentemente transformadora.

Para los que creemos que las sociedades tienen profundas deficiencias, algunas estructurales y otras contingentes, el postmodernismo puede ser muchas veces un enemigo más que un aliado. Como dice Larraín, “el relativismo y la desconfianza en la razón postmoderniana hacen imposible creer que la gente pueda creer en un futuro mejor o en la posible resolución de problemas sociales mayores” (p. 106). Por ello, pareciera ser necesario pensar en la posibilidad de empujar cambios a partir del análisis riguroso de la realidad (ya lo decía Marx hace más de 100 años) y la imaginación de un mundo más justo y humano. Como dice Sokal, “radicalismo quiere decir cantar la verdad al poder” y no diluirlo.

[1] En este aspecto, al igual que en muchos otros del texto, se recurre a una extrema simplificación de los argumentos, diferencias y matices existentes entre distintos autores del postmodernismo. Ya que la idea no es generar una crítica filosófica o propiamente sociológica de esta corriente, sino realzar un punto político-social, no parece relevante ahondar en estos elementos ni menos las contracríticas realizadas frecuentemente desde estas posturas.

(*) Texto publicado en Red Seca.cl

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