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Escocia con haggis y vino tinto Opinión

Escocia con haggis y vino tinto

Álvaro Sáez G.
Por : Álvaro Sáez G. Sociólogo, Universidad Alberto Hurtado. Magister en Ciudad y Arquitectura Sostenibles, Universidad de Sevilla. Estudiante de doctorado en Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología, Universidad de Edimburgo, Escocia, Reino Unido.
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Cuando la mayoría de los países del planeta se han bañado en sangre para reclamar su soberanía, cuesta no mirar con admiración lo que ocurre hoy en el Reino Unido (RU). Pero el optimismo y anonadamiento deben mesurarse. El referéndum o plebiscito sobre la independencia de Escocia más que un desgarrador y salvaje grito de libertad, como Hollywood invitaría a pensar, o un intento nostálgico de volver a ese pasado autocrático que nunca existió, es más bien una meditada, quirúrgica, mesurada y consensuada apuesta política de las distintas facciones de la política del RU para redistribuir el poder.


Este 18 de septiembre a los escoceses se les presentará una papeleta con una escueta pregunta y dos posibles respuestas: ¿Debería Escocia ser un país independiente?, Sí/No. Los más de 4 millones de escoceses que votarán han tenido más de dos años de una a ratos confusa campaña electoral para formarse una opinión y tomar una decisión.

Ese día en la capital Edimburgo, en Glasgow, en Aberdeen, en Inverness y demás ciudades de Escocia no habrá guillotinas ni carabinas, tampoco tanques ni hawker hunters. El destino soberano de esa nación será decidido con el lápiz y el papel por los ciudadanos de Escocia.

Cuando la mayoría de los países del planeta se han bañado en sangre para reclamar su soberanía, cuesta no mirar con admiración lo que ocurre hoy en el Reino Unido (RU). Pero el optimismo y anonadamiento deben mesurarse. El referéndum o plebiscito sobre la independencia de Escocia más que un desgarrador y salvaje grito de libertad, como Hollywood invitaría a pensar, o un intento nostálgico de volver a ese pasado autocrático que nunca existió, es más bien una meditada, quirúrgica, mesurada y consensuada apuesta política de las distintas facciones de la política del RU para redistribuir el poder. Aunque el mecanismo democrático asombre y encandile, aunque Cataluña llore de envidia, no hay nada tan heroico después de todo. Los demócratas ascéticos son en realidad simplemente políticos más estratégicos y profesionales.

En resumen, mejores políticos.

Un archipiélago, dos grandes islas, dos Estados, una reina.

La gran influencia y larga data de las divisiones políticas y terminológicas del archipiélago situado al norte del Canal de la Mancha inducen a gran confusión. Que exista una selección de fútbol de Inglaterra sin ésta ser un Estado o que el banco central del Reino Unido sea el Banco de Inglaterra, es una pequeña muestra de lo esquivo que RU puede resultar al entendimiento del viajero. Un repaso veloz.

[cita] El apoyo a la independencia en 2012 era solo del 28%, evitarlo solamente habría aumentado la presión independentista a futuro. Su negativa a incorporar una pregunta intermedia sobre devolución en el referéndum dejando solo la opción “todo o nada” del Sí/No parecía que desalentaría aún más un voto “sí”. En este escenario, la perspectiva plausible de una victoria fácil le permitía a Cameron cerrar la puerta de la independencia por una generación al menos y con credenciales democráticas. Su partido, la unión y su prestigio salen fortalecidos. Negocio redondo. [/cita]

En un archipiélago de más de 600 islas las dos principales son Gran Bretaña e Irlanda. El RU es uno de los dos Estados soberanos del archipiélago. Motivo de confusión es que este Estado soberano está formado geográficamente por la isla de Gran Bretaña más una pequeña porción de la otra isla mayor, Irlanda. El nombre oficial del RU es “Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte”. Sus ciudadanos son llamados británicos e Isabel II es su reina y jefa de Estado.

El RU es un Estado soberano formado por cuatro naciones: Escocia, Inglaterra, Irlanda del Norte y Gales. Ninguna de estas cuatro naciones es, por tanto, un Estado soberano. Escocia, mediante su referéndum, propone serlo. El peso relativo de estas cuatro naciones en el RU es muy dispar. Un dato iluminador es que el 84% de la población del Reino Unido reside en Inglaterra. Bajo soberanía del RU están también los restos de la principal potencia mundial del siglo XIX e imperio más grande en extensión territorial que ha conocido la humanidad: el Imperio Británico. El RU ejerce soberanía también sobre catorce de estas colonias redenominadas en 2002, eufemística y convenientemente, como “Territorios Británicos de Ultramar” dispersos por el globo (Gibraltar y las Islas Malvinas, entre otras). Por último, se añaden a ellos tres islas cercanas a la isla de Gran Bretaña, denominadas “Dependencias de la Corona”.

Escocia decide si sigue formando parte de esa historia o si inaugura una nueva al lado de India, Australia y Canadá, apoyada en sus sectores financieros, petrolíferos, educacional, de alimentación (whisky y salmón), energético y de turismo.

Vamos a decir que si… oh-oh? 

Habiendo sido Escocia e Inglaterra el núcleo del Imperio Británico, la independencia de Escocia se presenta para parte de quienes apoyan el proyecto RU como un duro golpe ideológico. En especial, para el legado imperial que aún es parte constitutiva de la cultura británica. A izquierdas y a derechas. Desde la impronta simbólica en la cultura de masas, hasta las más evidentes y materiales intervenciones militares en Medio Oriente. La pérdida de su puesto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, y el privilegio del veto que conlleva, forzaría a una recomprensión del lugar del RU e Inglaterra en el mundo. Para quienes apoyan a una Escocia independiente la oportunidad es la de crear un Estado pequeño, pero más democrático, menos desigual, más rico, más verde, más flexible. La multimillonaria y democrática Noruega es frecuentemente citada como un modelo a seguir, pero el listado de países pequeños en población y con altos estándares de vida es vasto. Dinamarca, Suecia u Holanda, solo por nombrar los pequeños países vecinos en el Mar del Norte.

Mediante el voto popular el Gobierno del Reino Unido y el Gobierno de Escocia acordaron en 2012 zanjar el tema de la independencia de Escocia. Se formaron dos campañas:

La campaña YesScotland encabeza el “Sí” por la independencia. El gobierno del Partido Nacional Escocés la lidera y es secundado por los partidos Verde Escocés y Socialista Escocés. La ideología general del movimiento es de centroizquierda y busca la independencia dentro de la Unión Europea. La propuesta, tal y como está plasmada en el detallado manifiesto independentista de más 600 páginas, conocido como white paper o Scotland’s Future, propone deshacer la unión parlamentaria de 1707 y devolver al Parlamento escocés los poderes que fueron delegados al Parlamento del Reino Unido (Westminster). De las muchas independencias posibles, ésta es sobre la cual se tomará una decisión, no otra. La propuesta contempla, por tanto, mantener al mismo tiempo gran parte del statu quo, por ejemplo, la reina como jefa de Estado o la libra esterlina como moneda de cambio. En otro sentido, la independencia se ofrece como solución a la gravitación incontestable que tiene Londres.

A la cabeza del “No” a la independencia está la campaña BetterTogether, apoyada por los principales partidos británicos: el Partido Conservador, el Laborista, Liberal-Democrático y el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP, en inglés), entre otros. La propuesta de los unionistas es mantener el statu quo del RU con la promesa de devolución de poderes adicionales al Parlamento de Escocia. A lo largo de 2 años, sin embargo, la campaña no ha generado acuerdos generales acerca de qué poderes en concreto se devolverían, ni cuáles serían sus alcances. Hace pocos días una encuesta señaló el apoyo a la independencia en un 51%. Ello generó una explosión de creatividad y voluntad de acuerdos no vista por parte de los unionistas, quienes subieron en masa a Escocia con renovada disposición negociadora. Ironías a parte, es muy probable que los poderes devueltos sean considerables en una eventual victoria ajustada del “No”.

El “Sí” comunica en exceso esperanza, confianza, promete un mundo nuevo con haggis, whisky y, por qué no, vino tinto. No hay enfermedad que la independencia no pueda curar, ni mal que no venga de Westminster. Si el futuro podría ser bueno, pues será necesariamente inmejorable. El “No”, por su parte, comunica también en exceso y con orquestada coordinación circense, miedo, mucho miedo. Su Leitmotiv hacia los jóvenes, madres y pensionistas se puede resumir así: “teman, luego voten”. Puede que tengan razón, pero disfrutan la detallada exposición de los, por definición, interminables riesgos de una decisión y de las amenazas de un futuro que, cualquiera sea lo que se decida, es y seguirá siendo incierto. Como dijo un famoso sociólogo alemán: “El futuro es el terreno de la opinión”. Ambas campañas son máquinas de marketing político. Tanto el miedo como la esperanza son las principales fuerzas de movilización política. Qué duda cabe. ¿Pero cómo se llegó a esta situación en la que el RU está al borde de perder control de alrededor del 40% de Gran Bretaña?

La Ruta del Referéndum 

El 11 de septiembre de 1997, los laboristas en Escocia llevaron adelante un referéndum sobre la creación y devolución de un Parlamento escocés. Uno de sus objetivos políticos era atacar directamente a los nacionalistas escoceses restándoles argumentos y apoyo en la urnas. El “Sí” al Parlamento ganó holgadamente y en 1999 los laboristas lo inauguraron en Edimburgo. Ello les permitió a los laboristas ganar las siguientes elecciones parlamentarias en Escocia. Sin embargo, los escoceses, no muy ávidos de las aventuras bélicas que Blair y Bush realizaban en Irak y en respuesta a la crisis económica y los rescates financieros de 2008 a los bancos británicos, castigaron a los laboristas duramente en 2007, apoyando masivamente al Partido Nacional Escocés (SNP, en inglés). El SNP obtuvo, así, la mayoría parlamentaria y luego una inesperada mayoría absoluta en 2011 tras el descalabro electoral de los laboristas, lo que les permitió movilizar su propuesta de referéndum. El SNP es un partido socialdemócrata de centroizquierda cercano ideológicamente a los antiguos laboristas que, desde su fundación en 1934, han mantenido una política consistente de independencia del Reino Unido.

En 2012 el primer ministro del Reino Unido, el conservador David Cameron, junto al ministro principal de Escocia, el nacionalista escocés Alex Salmond, firmaron el Acuerdo de Edimburgo, mediante el cual se comprometían a realizar un referéndum sobre la independencia de Escocia. Cameron podía, en principio, impedir la consulta, pero no era realmente una opción factible. El apoyo a la independencia en 2012 era solo del 28%, evitarlo solo habría aumentado la presión independentista a futuro. Su negativa a incorporar una pregunta intermedia sobre devolución en el referéndum, dejando solo la opción “todo o nada” del Sí/No, parecía que desalentaría aún más un voto “Sí”. En este escenario, la perspectiva plausible de una victoria fácil le permitía a Cameron cerrar la puerta de la independencia por una generación al menos y con credenciales democráticas. Su partido, la unión y su prestigio salen fortalecidos. Negocio redondo.

Larguísimas campañas del referéndum de 2 años, las políticas de austeridad del gobierno conservador y el hábil manejo político del líder nacionalista en un entorno institucional y comunicacional dominado por el respaldo a la unión, entre otros factores, se encargaron de minar esa certeza. El tímido 28% es hoy alrededor del 50%. Como suele suceder en política, para los inseguros, el cambio propuesto suele ser demasiado; para los insatisfechos, insuficiente. Se anticipa, no obstante, que un 85% del electorado escocés irá a las urnas este 18 de septiembre. El empate técnico que divide desde hace semanas la votación tiene al establishment británico en estado de máxima expectación.

En un mundo globalizado la independencia no es más que el breve momento en el que se decide hacia dónde se redirigirán los nuevos lazos de dependencia e interdependencia. Ese momento maravilloso en el que señalamos afirmativamente de qué queremos depender. No es poco. Ese momento es el 18 de septiembre. A disfrutarlo soberanamente con haggis y vino tinto, aunque la resaca del 19 pueda durar una generación completa…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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