“Nuestros gobiernos han elegido la ignorancia”. Así de duro es el comunicado que un grupo importante de científicos, incluyendo premios nacionales, presidentes de sociedades científicas, directores de centros de investigación, investigadores y estudiantes, han publicado en los principales medios de comunicación. Una frase que denota la frustración ante el abandono de la ciencia, la tecnología y la innovación en las políticas nacionales.
Cuando alguien se siente sano y un amigo le aconseja cambiar malos hábitos alimenticios por una vida saludable, se puede o no hacer caso. Pero distinto es que, después de exámenes objetivos, especialistas le diagnostiquen diabetes e hipertensión y aun así se decida no actuar. Con esta actitud se está eligiendo la ignorancia y elegir la ignorancia no lo aleja a uno del peligro, al contrario, lo más probable es que se sufra una crisis fatal.
Esta es la situación del país respecto a su atraso en el tema científico. La explotación de recursos naturales sin aumento en el desarrollo del conocimiento nos deja en la misma situación conceptual de los humanos primitivos, dependiendo de lo que el cielo y la madre tierra entregue. Pero el planeta está cambiando, el calentamiento global altera las cosechas y las vetas de metales se agotan. ¿De qué van a vivir entonces nuestros nietos?
[cita tipo=»destaque»]Es imperioso que el desarrollo científico se inserte en las perspectivas ideológicas e incida en la contingencia. El gobierno, la oposición, los partidos, los parlamentarios y las organizaciones sociales deben esforzarse por ofrecer las mejores políticas de fomento de la investigación y la innovación, que nos hagan transitar lo más rápido posible a la sociedad del conocimiento.[/cita]
Hay quienes plantean equivocadamente que esta elección entre la ignorancia y el saber no es un problema de izquierdas ni derechas. Las políticas ultraliberales aplicadas con distintos énfasis por los gobiernos postdictadura, no han dejado espacio a la elaboración de un proyecto de desarrollo nacional. La actividad científica ha sido promovida casi únicamente por la iniciativa individual, dejando la distribución de fondos a la competencia entre investigadores, sin insertar los proyectos en ninguna visión de modelo país.
Sin visión estratégica, las iniciativas de formación de recursos humanos calificados aparecen divorciadas del fortalecimiento de las universidades; la investigación fundamental y aplicada se ve forzosamente disociada del incentivo a la innovación empresarial y, lo que es peor, la creación de conocimiento no es suficientemente considerada en la reforma educacional. Esto deja a la ciencia como un tema que afecta solamente a los científicos, sin relación con los planes de mitigación de la inequidad y la exclusión.
En los distintos programas de gobierno de uno u otro sector no se encuentran más que generalidades sin convicción. Frases de buenas intenciones, de aumentar presupuestos, de crear ministerios o subsecretarías, que evaden el contexto ideológico. Aquello resulta raro, dado que desde la Edad Moderna –fue el caso de Inglaterra y España–, como durante la Guerra Fría, la investigación y el conocimiento constituyeron uno de los campos de batalla más trascendentales entre distintas visiones.
No existe un modelo de desarrollo posible que eluda el fortalecimiento por parte del Estado de las capacidades científicas-tecnológicas. Y no únicamente para fomentar la productividad industrial, sino para dotar a sus ciudadanos de herramientas culturales para resolver problemas de la vida actual.
Es imperioso que el desarrollo científico se inserte en las perspectivas ideológicas e incida en la contingencia. El gobierno, la oposición, los partidos, los parlamentarios y las organizaciones sociales deben esforzarse por ofrecer las mejores políticas de fomento de la investigación y la innovación, que nos hagan transitar lo más rápido posible a la sociedad del conocimiento, en la línea que los científicos están planteando.