Publicidad

De «masas» a «ciudadanos»: lo que los políticos no entienden

Fernando Thauby
Por : Fernando Thauby Capitán de Navío en retiro
Ver Más

«¿Y donde queda el “Pueblo”?. Se supone que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y si no atenemos a lo que describe la ley chilena respecto al sistema de partidos políticos, la democracia sería el gobierno de los partidos políticos, ejercido por la oligarquías partidarias para materializar las aspiraciones e intereses de sus miembros».


Siempre es bueno comenzar describiendo la cosa que vamos a tratar, en este caso, los Partidos Políticos.

Este concepto ha sido definido de diferentes maneras según el momento histórico y la realidad socio cultural específica. Una definición es: “un grupo de individuos que participan en elecciones competitivas con el fin de hacer acceder a sus candidatos a los cargos públicos representativos”; otra dice: “toda asociación voluntaria perdurable en el tiempo dotada de un programa de gobierno de la sociedad en su conjunto, que canaliza determinados intereses, y que aspira a ejercer el poder político o a participar en él mediante su presentación reiterada en los procesos electorales”.

Una tercera dice: “es una asociación de individuos unidos por compartir intereses, visiones de la realidad, principios, valores, proyectos y objetivos comunes, como alcanzar el control del gobierno para llevar a la práctica esos objetivos”.

En Chile, el proyecto de ley de modernización de los partidos políticos actualmente en el Congreso, los define como: “asociaciones autónomas y voluntarias organizadas democráticamente, dotadas de personalidad jurídica de derecho público, integradas por personas que comparten unos mismos principios ideológicos y políticos”.

No se aprecian diferencias de fondo en estas definiciones: se trata de grupos de personas que tienen ideas, ideología e intereses en común, que se organizan para acceder al poder político con la voluntad de emplearlo para materializarlos.

¿Y donde queda el “Pueblo”?. Se supone que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y si no atenemos a lo que describe la ley chilena respecto al sistema de partidos políticos, la democracia sería el gobierno de los partidos políticos, ejercido por la oligarquías partidarias para materializar las aspiraciones e intereses de sus miembros.

Parece obvio que los Partidos Políticos no son “el pueblo” sino una elite, pero, ¿representan al pueblo?. Creo que tampoco. En efecto, son grupos integrados por personas que comparten una ideología, es decir, por definición son una minoría que trata de prevalecer por sobre otros grupos que profesan ideologías distintas a la suya o no profesan ninguna sino que priorizan sus intereses personales, familiares o sectoriales.

¿Gobiernan para el pueblo?. No, las ideologías llegan a la competencia electoral con un “programa” que -da cuenta de su ideología- tratando de convencer al “pueblo” que adhieran a él. No le preguntan que quiere; cuales son sus prioridades ni menos respecto a la forma de poner en ejecución el programa. Peor aun, muchas veces disfrazan cuidadosa y crípticamente su programa para que parezca algo atractivo para el pueblo, pero cuyo significado real es otro. Gobiernan para si mismos. Muchas veces tienen compromisos con quienes financiaron y patrocinaron a los aspirantes al poder, cuyos intereses permanecen en las sombras o están amarrados a pactos políticos que el público no conoce.

Debemos eso si reconocer su franqueza. Reconocen abiertamente que aspiran a crear una oligarquía política que mande y disponga. Al pueblo no le preguntan nada, solo se le informa lo que conviene. No comprenden lo ofensivo que es para los ciudadanos ser entendidos como “masas”.

Esta forma de relación viene desde la creación del sistema –a fines del siglo XIX- en que “el pueblo” era una “masa”, anónima, ignorante, perdida y abandonada. En que la ignorancia y falta de información no permitía la “participación” del pueblo en la política sino su mera utilización por los lideres que trataban, con buenas o malas intenciones, de capturar su apoyo.

El senador Carlos Ominami señala al respecto: “las personas acudían a los partidos para “informarse e incluso para aprender a leer y escribir” “. De participar, nada.

La relación es clara, los políticos “saben, enseñan y mandan” y las masas “ignoran, aprenden y obedecen”. No se trataba de una relación entre iguales, ni menos de un “ciudadano mandante” que se hacía representar por un “político mandatado”.

Esta situación fue cambiando lentamente. Allende y los políticos de izquierda de su época aun se referían a “las masas”, hoy no lo harían.

A fines del siglo XX el cambio se aceleró. Las personas incrementaron su nivel de educación en forma exponencial y el cambio aun sigue creciendo; la información de todo orden se transformó en avalancha; la transparencia comenzó a mostrar la realidad de la gestión política y del estado y quedó a la vista una realidad constituida por mentiras, resquicios y engaños, evasivas y excusas para evadir el reconocimiento de culpas; el uso de procedimientos ilegales e inmorales para financiar sus elecciones a cambio de su complicidad en la dictación de las leyes y en la supervisión de los actos de sus financistas.

Poco a poco la realidad va quedando a la vista, pero el sistema no cambia y los políticos inventan comisiones y reformas para que todo siga igual. Esfuerzo vano. La renovación es inevitable, está en marcha, será profunda y no podrá ser conducida por las antiguas dirigencias.

La credibilidad, la legitimidad y la popularidad de los políticos y sus partidos no puede descender mas y la institucionalidad política comienza a mostrar grietas por donde históricamente ha ingresado el populismo y los caudillos extremistas. La capacidad de los políticos y sus partidos para comunicarse con el pueblo ha descendido hasta desaparecer. Los vínculos históricos entre su orgánica partidaria y la ciudadanía están degradados y si alguna vez, en algo, representó al pueblo, ya no es más así.

Este cambio afectó a todo el sistema de la “elites gobernante”: el Ejecutivo, la Iglesia, el Congreso, los Partidos Políticos, los Empresarios y la gran Prensa, todos desnudos, con sus vergüenzas, sus complicidades y sus pequeñeces expuestas. El aparato del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) incapaz y poco deseoso de supervisar, controlar y hacer cumplir la leyes, se hizo cómplice y parte de una realidad cuya existencia se sospechaba pero de la cual no había pruebas.

El volumen, calidad y rapidez de la información dejó al sistema político paralizado, incapaz de producir respuestas oportunas. Toda su incapacidad técnica y de gestión y su escasez de valores morales y ciudadanos quedó al descubierto.

El pueblo comenzó su transformación –aun en proceso- de ir de “masa” a “ciudadano”.

Está surgiendo un fenómeno conocido como la “esfera pública” que según el filósofo Jürgen Habermas es un espacio entre la autoridad y la vida privada, en el cual los ciudadanos pueden reunirse informalmente, intercambiar opiniones sobre los asuntos públicos, decisiones de gobierno y proponer reformas. Sirviendo como contrapeso al gobierno. La esfera pública será el “campo de juego para la ciudadanía” que podría habilitarla para reducir o acotar la autonomía a la clase política.

La tecnología para apoyar esta “esfera pública” optimizar su eficiencia y ampliar su espacio de acción ya existe. Hay que difundirla y operativizarla.

No será fácil desmontar el aparato oligárquico político, tampoco lo será la creación de nuevas instancias de participación ciudadana real y efectiva. Hay que construir nuevas instancias y formas de entender la ciudadanía.

Obviamente este es un proceso, no es algo que ocurrirá de la noche a la mañana, es por eso que todo el cambio debe ser gradual e incremental. Creo que los primeros pasos deben encontrarse en los siguientes ámbitos:

  • Reforzar la primacía de los ciudadanos por sobre la burocracia partidista. Los políticos deben ir cambiando de su condición actual de “representantes de sus partidos” hacia ser “representantes de los ciudadanos”. Ello implica sistematizar la designación de los candidatos, como una actividad ciudadana real, rendición de cuenta pública de sus acciones políticas y funcionarias ante sus representados y la existencia de procesos simples y eficientes para la revocación de su mandato.
  • Desmontar las oligarquías partidistas poniendo límites a la reelección de sus miembros; ejercicio de la democracia interna e imposición legal de efectuar sus procesos eleccionarios internos en forma abierta y bajo el control del Servicio Electoral.
  • Control frecuente y obligatorio de las finanzas de los partidos por parte del Servicio de Impuestos Internos y la Contraloría General de la República.
  • Control frecuente y obligatorio de las finanzas de los partidos por parte del Servicio de Impuestos Internos y la Contraloría General de la República.
  • Control de la gestión y empleo de los recursos asignados al Congreso, Contraloría autónoma de la gestión económica y financiera de gobierno interior del Congreso.
  • Limitación al número de reelecciones en los distintos niveles de representación popular –concejales, alcaldes, diputados y senadores-.
  • Estricta y completa declaración y control de sus haberes, ganancias e intereses.

Acabo de terminar de ver un programa en que tres tres ex ministros de gobiernos de la Concertación comentan los errores y falencias del gobierno actual, y lo hacen desde una perspectiva elitista añeja que concentra todo el desfase existente entre ellos y la realidad chilena actual.

Ellos –políticos profesionales, miembros conspicuos de la oligarquía partidista- “saben lo que es bueno para Chile” y su “trabajo político” es manejar, controlar y administrar a las masas para que apoyen las políticas que interpretan sus preferencia o al menos no se opongan activamente.¡Preguntarles algo o escuchar la opinión de “los ciudadanos” antes de hacer “el programa”, no es ni siquiera considerado; menos escucharlos ey representar sus deseos durante su ejecución o rendir cuenta de su mandato!

Publicidad

Tendencias