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Ley de Identidad de Género: los menores de 14 años, los principales damnificados

Myriam Sabah Telias
Por : Myriam Sabah Telias Psicoanalista Centro Chileno de Sexualidad.
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En estos días, se discute en el Congreso la Ley de Identidad de Género largamente esperada por las organizaciones de la diversidad sexual y que tiene por fin legitimar la identidad de aquellos individuos, cuya percepción subjetiva sobre sí mismos no coincide con su sexo biológico.

Es urgente legislar al respecto, ya que la población trans sufre y ha sufrido históricamente discriminaciones y humillaciones de todo tipo, producto de esa falta de legitimación.

La falta de legislación enfrenta a estos individuos, desde pequeños, a situaciones cotidianas, que vulneran sus derechos. Entre ellas, podemos mencionar, las clases de gimnasia en los colegios, que son segregadas por sexo, y los baños en las instituciones educacionales -y en todos los lugares públicos- que también están diferenciados por sexo.

Aunque estas situaciones parezcan triviales a simple vista, la experiencia indica que la falta de aceptación social por parte del sistema público es lo que mayor daño le provoca a las personas trans.

En esa línea, para ellos sería un gran avance contar con un estatus legal sobre la forma cómo se sienten identificados y quieren ser identificados por la sociedad.

Durante este debate el tema que ha provocado mayor controversia tiene relación con los menores de edad y, en particular, con los menores de 14 años.

[cita tipo=»destaque»]Los niños y niñas, desde muy pequeños, tienen noción de su identidad de género. Esta, incluso, puede producirse a la edad de dos años. Es importante diferenciar entre la identidad con el género al que se pertenece o la discordancia con el sexo biológico (que correspondería a los trans) de otras manifestaciones naturales de la niñez, que implican juegos o roles transitorios.[/cita]

Los niños y niñas, desde muy pequeños, tienen noción de su identidad de género. Esta, incluso, puede producirse a la edad de dos años. Es importante diferenciar entre la identidad con el género al que se pertenece o la discordancia con el sexo biológico (que correspondería a los trans) de otras manifestaciones naturales de la niñez, que implican juegos o roles transitorios.

En este sentido, un niño trans manifiesta de forma estable y consistente un rechazo a sus genitales y a ser tratado por el nombre puesto por sus padres al nacer. Esto perdura durante su desarrollo y se afianza con el paso del tiempo.

Cuando se propone hacer el cambio registral y, por ende, en el documento de identificación, sólo a partir de los 14 años, como lo establece el proyecto de ley en discusión, se están desconociendo implicancias de gran envergadura para ese niño o niña. Bajo esas circunstancias, se hará aún más complejo para ese menor vivir la pubertad con la consiguiente aparición de los caracteres secundarios correspondientes al sexo biológico rechazado y las dificultades de adaptación al grupo de pares, que resulta tan fundamental en esa etapa de la vida.

De acuerdo a mi experiencia clínica, esas situaciones son una fuente de sufrimiento y, muchas veces, pueden desencadenar patologías, que no están relacionadas con el hecho de ser trans -como algunos, en este debate, han sostenido irresponsablemente-, sino más bien, son el resultado de no ser aceptados por lo que son.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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