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Tolerancia cero con la intolerancia y tolerancia crítica con la tolerancia Opinión

Tolerancia cero con la intolerancia y tolerancia crítica con la tolerancia

Jaime Vieyra-Poseck
Por : Jaime Vieyra-Poseck Antropólogo social y periodista científico
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La mayoría de las catástrofes humanas se han producido por la sinrazón de la intolerancia, que siempre ha culminado en la locura de la violencia y la corrupción. Desde los romanos cuando saquearon Cartago dejándolo convertido en escombros; cuando los conquistadores (invasores para muchos) españoles destruyeron por completo las civilizaciones precolombinas azteca e inca después de haber ejecutado a sus hospitalarios anfitriones, como  Atahualpa; cuando el absolutismo confesional de la Iglesia católica creó el sistema pervertido y criminal de la Inquisición; cuando millones de inocentes murieron en la I Guerra Mundial con las primeras armas químicas para el exterminio masivo; cuando los nazis y fascistas decomisaron los libros para ser quemados para después quemar Europa entera; cuando el totalitarismo estalinista asoló los sueños de un mundo mejor dejando una hojarasca de cuerpos asesinados; cuando el terrorismo religioso derrumbó las Torres Gemelas; cuando en Chile la barbarie pinochetista arrasó a sangre y fuego la democracia e instauró el terrorismo de Estado, en fin, en todos estos hechos, y la lista es interminable, siempre hubo, en medio del desastre, los que continuaron luchando contra la intolerancia y la corrupción, construyendo la tolerancia y la probidad como promesas de cordura.

Todos los estudios de antropología social sobre las sociedades originarias han verificado que sus habitantes tienden a reunirse en grupos con identidad cultural propia, como es una lengua, una creencia religiosa, unas costumbres, etc.; y que a partir de esa identidad cultural se auto valoran positivamente, tendiendo a catalogar como a un extraño al que entra en su categoría cultural.

Este descubrimiento de la antropología social nos enseña que el reconocimiento del derecho del otro es la condición indispensable para que la tolerancia sea recíproca y, lo más importante, que la tolerancia es una construcción sociocultural.

La tolerancia, por lo tanto, no es otra cosa que poner por encima de nosotros mismos al otro, aunque llega a nosotros dotado de un origen cultural y social, con religión, con idea política, con un estatus social, con un género y orientación sexual, debemos superar todo su bagaje sociocultural y recibirlo y tratarlo como un igual a nosotros en su condición humana, y así aceptarlo y abordarlo en su total especificidad. En este sentido, el aprendizaje de la tolerancia es una disciplina de la vida, pues más que ser una actitud innata en el ser humano, es un saber. Se aprende.

La intolerancia puede definirse, entonces, como una atrofia en el aprendizaje, y, por tanto, se fundamentaría en la ignorancia.

[cita tipo=»destaque»]Para que la tolerancia sea efectiva, se debe ejercer una pluralidad crítica, real e indisoluble como el mejor antídoto contra la intolerancia y la corrupción. Las organizaciones ONG y todos los medios de comunicación, en especial los alternativos, son los verdaderos parámetros del pulso democrático; como también, qué duda cabe, los mismos estamentos controladores y fiscalizadores del Estado democrático. Unos y otros deben ser adictos a un tipo de tolerancia: la que está siempre al acecho del beneficio de la duda, porque esto la salva de la intransigente intolerancia y de caer en la corrupción.[/cita]

Ahora bien, para que el comportamiento de construcción cultural y social de la tolerancia sea realidad se requiere, como condición esencial, la libertad política de un Estado democrático de derecho que garantice la pluralidad y la transparencia en el ordenamiento de una sociedad multicultural y anti corrupta. Esto implica, que la construcción de la tolerancia y la anticorrupción en el sistema democrático está en permanente evolución y es, prácticamente, una revolución a nivel mental  y social aún por hacer o, mejor dicho: siempre haciéndose. Este dinamismo intrínseco en la construcción de una sociedad tolerante y anti corrupta, implica un esfuerzo permanente de todas las instancias del poder y de los grupos sociales para defender, en forma transparente, la circulación libre de las ideas políticas, creencias religiosas, comportamientos, formas de comunicación, condición y orientación sexual y de género, actividad económica, etc., capaz de neutralizar cualquier situación extrema de abuso de poder que pueda desencadenar la intolerancia y la corrupción.

Es, entonces, bajo el sistema autoritario donde la intolerancia  y la corrupción tienen su campo de cultivo más fértil. En el totalitarismo no hay instituciones públicas ni sociales capaces de garantizar la fiscalización de las personas, de las organizaciones, de los  partidos políticos (que siempre es uno solo en este sistema), y al mismo Estado, ya que todo el poder está supeditado a los estamentos autoritarios estatales que reprimen cualquier indicio de crítica, incluyendo, en primerísimo instancia, a los medios de comunicación. Es en el sistema totalitario donde puede florecer la intolerancia y la corrupción a su antojo.

Ya sabemos, pues,  que la intolerancia desciende por línea directa del autoritarismo, el cual se muestra siempre como verdad absoluta. Pero hay también que tener cuidado cómo se practica la tolerancia en el sistema democrático, porque ya sabemos de la tendencia incontenible de la voluntad del poder hacia el abuso y la corrupción.

También, como casi todo, la tolerancia tiene sus trampas. El poder se muestra indulgente y hace concesiones para que se pueda decir lo que se quiere, siempre y cuando no se le cuestione en forma estructural o no se denuncie la corrupción. La verdadera tolerancia democrática es otra cosa: es aceptar como principio que las ideas de los demás puedan estar en lo cierto, tanto como las nuestras, y que el ejercicio del poder también en democracia tiende a la corrupción. Por este motivo, deben existir siempre los mecanismos y las instituciones imparciales fiscalizadoras que estén siempre alertas para encender la luz roja y denunciar la intolerancia y/o la corrupción allí donde se presente.

Por otra parte, existen manifestaciones culturales, como el asesinato por razones de honor o la oblación del clítoris, que son imposibles de respetar dentro de arco pluricultural. Estas categorías culturales son más bien una deformación cultural que sublima la intolerancia en favor de un, casi siempre, dogma religioso o por una ancestral y supuestamente  inmutable tradición.  En este sentido, las religiones y tradiciones son demasiadas veces, verdaderos modelos de intolerancia.

Para que la tolerancia sea efectiva, se debe ejercer una pluralidad crítica, real e indisoluble como el mejor antídoto contra la intolerancia y la corrupción. Las organizaciones ONG y todos los medios de comunicación, en especial los alternativos, son los verdaderos parámetros del pulso democrático; como también, qué duda cabe, los mismos estamentos controladores y fiscalizadores del Estado democrático. Unos y otros deben ser adictos a un tipo de tolerancia: la que está siempre al acecho del beneficio de la duda, porque esto la salva de la intransigente intolerancia y de caer en la corrupción.

La tolerancia de calidad, entonces, es aceptar la tolerancia crítica  permanente de sus propios postulados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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