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SIMCE 2017: Ya es la hora de los aprendizajes Opinión

SIMCE 2017: Ya es la hora de los aprendizajes

Nicole Cisternas
Por : Nicole Cisternas Directora de Política Educativa de Educación 2020
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Esta semana conocimos los resultados del SIMCE y, así, como en la película “El Día de la Marmota”, cada año nos enfrentamos a un panorama idéntico: los resultados son abrumadoramente bajos en todos los cursos y asignaturas evaluadas. Por ejemplo, en lectura, habilidad clave en la sociedad digital, la mayor parte de nuestros estudiantes no logra entender un texto simple, plantear un juicio crítico o relacionarlo con otros temas.

Misma situación ocurre en ciencias, donde los puntajes no sólo están estancados, sino que van peligrosamente a la baja. Esta situación es aún más preocupante considerando la discusión curricular en el país respecto a eliminar esta materia del plan común de tercero y cuarto medio.

Otro deja vu que aparece con los resultados son las brechas socioeconómicas. Aquí, nuestra desigualdad social se expresa crudamente en lo educativo, donde vemos que en promedio las diferencias entre estudiantes de nivel socioeconómico bajo y alto corresponden a 50 puntos en enseñanza básica y se empinan al doble en segundo medio, cifras que llevadas al plano educativo representan entre 1 y 2 años escolares de distancia.

Todo este diagnóstico no puede sino dolernos profundamente. Es dramático ver cómo nuestros niños, pese a pasar más de 1.300 horas anuales en las aulas, no están aprendiendo. Hemos dicho orgullosos que logramos llevarlos a la escuela y que hoy tenemos cobertura universal, pero queda claro que la silla no es suficiente, debemos garantizarles el derecho a aprender.

[cita tipo=»destaque»]No es posible que los bajos resultados de aprendizaje sean achacados únicamente a los docentes o leídos por los niños como su propia responsabilidad. La desmotivación y desconfianza en las propias capacidades se ha ido instalado como una barrera infranqueable para el aprendizaje en las comunidades educativas. Al respecto, SIMCE devela el triste dato de que la mitad de los estudiantes cree que hay temas que no puede aprender por mucho que se esfuerce.[/cita]

No es posible que los bajos resultados de aprendizaje sean achacados únicamente a los docentes o leídos por los niños como su propia responsabilidad. La desmotivación y desconfianza en las propias capacidades se ha ido instalado como una barrera infranqueable para el aprendizaje en las comunidades educativas. Al respecto, SIMCE devela el triste dato de que la mitad de los estudiantes cree que hay temas que no puede aprender por mucho que se esfuerce.

Podemos seguir lamentándonos y terminar el día de la marmota nuevamente sin hacer cambios o podemos comprometernos a abordar el problema. Esto no significa que no hayamos hecho nada por la calidad, pues el país ha invertido enormemente en condiciones mínimas para avanzar en ello. Pero hoy tocamos techo y es hora de probar nuevas soluciones. El camino, aunque complejo y multifactorial, es evidente: necesitamos enfocarnos en la calidad de los aprendizajes e impactar en lo que pasa en la sala de clases.

¿Qué significa entrar a las aulas? En gran medida representa mover el dique que nos tiene enseñando y aprendiendo del mismo modo que hace más de un siglo: en la verticalidad, uniformidad y excesivo foco en la memorización.

Para avanzar en calidad tenemos que transformar radicalmente la enseñanza, innovando en el aula a través de experiencias que —junto con desarrollar las habilidades académicas— entreguen sentido a los estudiantes, los conecten con su vida cotidiana, los desafíen a pensar, crear y, por sobre todo, confiar en sí mismos.

Los miles de estudiantes que egresan cada año sin las habilidades mínimas son tarea de todos. Frente a esto no es necesario inventar la rueda: muchas escuelas están innovando y ellas requieren más confianza, recursos y apoyo para seguir llevando adelante estos procesos.

El Gobierno puede cumplir un rol clave impulsando la innovación pedagógica. Contamos con evidencia suficiente sobre metodologías que pueden implementarse en Chile a un bajo costo y alto impacto, lo que se requiere ahora ya. Se trata de iniciativas que involucran la formación de los docentes, directivos y estudiantes en estrategias innovadoras de enseñanza y acompañan en su puesta en práctica en las salas de clases.

Al mismo tiempo, el país tiene que dar una respuesta contundente en términos de apoyo a las escuelas que se encuentran en situación más crítica. Nuestra ley de zanahoria y garrote, que las presiona por resultados, pero las deja solas a la hora de la responsabilidad, no da para más.

Con 30 años de SIMCE en el cuerpo tenemos que vencer el día de la marmota y movilizarnos ante estos resultados, desarrollando políticas públicas que aseguren aprendizajes de calidad y den señales reales a las escuelas de que confiamos profundamente en que todas pueden mejorar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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