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La cultura de festivales y fiestas Opinión

La cultura de festivales y fiestas

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Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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La experiencia significante de lo subjetivo creativo a partir de planificaciones de funcionarios de la cultura políticamente establecidos, o por lo menos presionados, creo que ni siquiera tienen el alcance en la comprensión de la planificación cognitiva del sistema: solo la reproducen en la medida del intento de emulación e importación de segunda mano.


No recuerdo cuántos años atrás conversaba con Marcelo Expósito sobre temas vinculados a la industria cultural y al arte y la cultura como espectáculo. En ese entonces él era más optimista que yo. Argumentando desde una comparación estructural cualitativa, me contaba que, independiente de la formación planificada de espectáculo o de industria capitalista involucrada en los procesos de arte y cultura, la movilidad simbólica de los asistentes o el público a cualquiera de los eventos que se relacionen con esto, dejaba la vía abierta a la “reinterpretación” activa de las “masas” asistentes. Básicamente, lo que refería estaba dado por las condiciones de desvío y cruce de un entramado dispuesto, pero que dejaba, inevitablemente, muchas puertas abiertas (tipo hipótesis Certeau) para su propia transformación dada por una población, o lo que llaman, políticamente otros, la ciudadanía. La comparación que planteaba era en relación a la industrialización (históricamente hablando) más dura como el Fordismo y Posfordismo, donde las posibilidades de subjetividad abierta tendían muchísimo más a cero que las del primer caso.

Bueno, el extremo resumen de esa conversación siempre deja problemas, los cuales no terminan de discutirse activamente. La ciudad como soporte es la primera consideración. ¿Qué es lo que soporta la ciudad? ¿Cuál es el doble efecto a partir de lo programático en estas “fiestas”? No es de extrañar que la “efectividad” en las sensaciones de expectación privilegian la emoción directa de la potencia de los primeros efectos sensitivos de impacto desde la niñez (metáfora de la consideración de infantes pre-ilustrada de los eventos “espectáculos”): fuegos artificiales, distracción circense, y en el mejor de los casos (y esto no solo en estos eventos) malabarismos conceptuales. La consideración de esta adaptación de columna, traída desde mis apuntes de blog, es inspirada de acuerdo a una constante alegoría que se potencia en los eventos de fines de año. En el caso de la intención de contemporaneidad en las artes, la respuesta de espectáculo no sería tan diferente, solo más sofisticada.

El campo abierto planteado por Expósito es conflictivo políticamente, pues su extremo es la inactividad basada en la esperanza de un cambio tipo naturalista de las condiciones socioculturales. En este sentido, con certeza o no, las formas de afectar se pueden entender como un “todo es posible”, debido a que la esperanza de la movilidad social tiende (lentamente, por ahora, diría yo) al desajuste reinterpretativo de una planificación o política determinada en cultura o arte, la cual los participantes “pasivos” a los espectáculos movilizan otras instancias interpretativas, y llevan a sus intimidades y subjetividades para ser, nuevamente, rearticuladas. Si comparamos las pequeñas y grandes maquinarias de cultura y programación de eventos de arte, en estos contextos, con la formación industrial de producción en masa, claro que hay abismos fuertes de diferenciación.

Sin embargo, el “capitalismo cognitivo” ya lo utiliza hace un buen tiempo, trabaja con ese principio devaluativo de la representación simbólica, y el goce, dirigido a “creer” que es un deseo individual (principio del error postestructuralista del lenguaje atomizador y no colectivo). Han sido varios decenios de experimento humano para llegar a esto. Ahora, la experiencia significante de lo subjetivo creativo a partir de planificaciones de funcionarios de la cultura políticamente establecidos, o por lo menos presionados, creo que ni siquiera tienen el alcance en la comprensión de la planificación cognitiva del sistema: solo la reproducen en la medida del intento de emulación e importación de segunda mano (de segunda me refiero a que ni siquiera es un intento inscriptivo de arte contemporáneo, aunque este también maneje análogamente estos principios que critico).

En un segundo momento conversé, hace años, con David Maulen, luego del término de unas jornadas de conferencias en el MNBA sobre el proyecto Bauhaus en Chile. En la ocasión, Maulen me recordaba y reafirmaba la gran distancia que existe entre el proceso creativo individualista y el colectivo. La potencia del colectivo, en este caso, es dada por la ejecución de lo llamado “obra” en reciprocidad, en retroalimentación, en sinergia; un proceso que puede estudiarse en Chile desde principios del siglo XX hasta finales del 60. No es la experiencia del sujeto, o individuo, trabajando en la base de un objeto, sino la relación entre uno y otro, la participación de conjunto en un sistema.

Poniendo en el argumento la opción positiva en comparación con el de no realizar ningún espectáculo, creo que me inclino por la segunda. Esto último, mientras no se plantee y estructure una mínima relación participativa, y me refiero a la que involucra, necesariamente, una política mínimamente planificada fuera de la cosificación/espectáculo. Este último puede estar muy bien por el momento que dura el efecto de una droga o una comida rápida hecha con un aceite de mejor calidad de lo normal. Pero no nos engañemos con estos eventos. Algunas y algunos artistas locales, y ciertos públicos, sienten que por lo menos está “pasando algo”. Esta situación solo retrasa, o por lo menos hace muy lento, o incluso nulo, el trabajo integrado de política, cultura, arte, arquitectura, ciencia, filosofía, etc. y esto es mucho decir, pues, en realidad, hace extremadamente lenta la posibilidad de construcción crítica, y de lo que muchos quieren (mencionándolo o no) de la ficción de una fuerte escena cultural local. Las fiestas (incluyendo, obviamente, los espectáculos de congresos político-científicos y de festivales de ideas) son solo fiestas, las cuales deben revisar y estudiar más sus resacas posteriores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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