Esta semana hemos valorado el acuerdo que el mundo político selló para impulsar el “Marco de Entendimiento para el Plan de Emergencia por la protección de los ingresos de las familias y la reactivación económica y del empleo”. Sin embargo, y pese a todos los esfuerzos, la pregunta que sigue sin respuesta es cómo hacemos para que la industria de la música en vivo sea parte del diagnóstico, tenga un posible remedio, se aprecie la magnitud de su alcance en la economía creativa y tenga, como en otros países, soluciones concretas para la reactivación de una actividad que fue la primera en parar y será la última en volver.
De este sector existen percepciones e históricamente poco entendimiento, y por lo mismo siempre queda fuera, como si estuviera en otro mundo. Los espectáculos de música en vivo, entretenimiento y cultura proponen por definición muchas luces, mucha sensación de éxito –es su naturaleza- pero en el “backstage” es como todo en la vida: se gana y se pierde. El asunto es que con la crisis social y ahora con esta devastadora pandemia la situación es catastrófica.
Hoy después de meses sin generar ingresos, tambalean 800 mil puestos de trabajo directo e indirecto, cerca de 2.083 productoras y alrededor de 1.952 teatros y recintos. Ni hablar de artistas, tramoyas, técnicos, sellos discográficos, servicios independientes, pequeños y micro empresarios, agencias de booking y distintos referentes de la industria creativa y cultural. Por si eso ya no fuera alarmante, el Observatorio Digital de la Música Chilena concluyó un estudio que dice que el 90% de los profesionales de la industria de la música son independientes y el ingreso mensual, en un año normal, para un músico, está por debajo del sueldo mínimo.
¿Cuál es la realidad de esta industria? Un artista no se sube a un escenario o pisa territorio nacional si no está casi todo pagado. Por esta razón, en los tickets se encuentra un importante capital de trabajo, que muchas veces constituye todo el patrimonio. Hoy, por la sistemática cancelación de eventos, éste se encuentra estancado y sin retorno a la vista. A eso se suma que una importante parte del recurso humano son trabajadores esporádicos, que ofrecen sus servicios a una empresa o a otra, a un artista u otro. La fragilidad es evidente.
Y cuando llega la hora de acogerse a un beneficio o acceder a un crédito, siempre se encuentran esas frases tautológicas, o sea que se reafirman solas: “usted es una empresa de riesgo”, “de incertidumbre, sin activos”, “no entendemos su actividad”, “usted no cuenta con las necesarias garantías”. Para la realización de un espectáculo, hay muchos anticipos a proveedores y publicidad. Si es internacional, hay garantías al extranjero, pago de pasajes y carga, todo antes de que el evento y muchísimo antes de que se acceda a la facturación total.
Hoy no calzamos en ninguna parte. Tampoco hay una solución sectorial. Por ejemplo, ¿se habla de 6 meses de gracia para una industria que no vuelve en un año o más? O que, si la persona no es aval, no hay crédito que otorgar. No se trata de subsidios o asistencialismos. Se trata de hacer realidad la frase que permita que “el shock sea transitorio y no permanente”, que se generen herramientas para poder sobrevivir este tiempo y volver apenas sea posible.
Han sido meses en que hemos visto como nuestros proveedores han ido vendiendo sus elementos de trabajo, otros reinventándose como pueden. Será muy compleja la sobrevivencia si además mañana ellos no están, si no hay un acompañamiento que entienda el sentimiento de quienes asumen la incomparable experiencia de un evento en vivo. Imposible será el desafío, si como se sentenció en otras latitudes de amplio entendimiento cultural, no se comprende que el público presta su ilusión para que alguien la invierta en un momento único. Por cierto, esos 2.800.000 espectadores que asisten cada año a eventos musicales también merecen una respuesta.