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«Pudimos haber salvado a Allende y a la democracia chilena»

»No ves que detrás de todo está Frei que quiere botarme… ¡Necesito un plebiscito! ¡Un plebiscito que nos dé un tiempo… tres meses!», dijo el presidente Allende a su ministro de Justicia, Sergio Insunza, dos noches antes del golpe. Estaban uno frente al otro, solos en una habitación en El Cañaveral. »Necesito tres meses. Quizás en ese plazo las cosas cambien… ¿no te das cuenta?».


Una de las pocas personas que se ha mantenido en riguroso silencio durante estos treinta años es Sergio Insunza, militante comunista, ministro de Justicia en 1973, personalísimo amigo de Salvador Allende, y a quien el Presidente confió la misión de garantizar la legalidad del gobierno de la Unidad Popular.



Enemigo de la exhibición pública, Sergio Insunza hizo un trabajo silencioso y eficiente durante la dictadura. Desde su largo exilio consiguió la aprobación de votos internacionales contra Pinochet.



Durante tres décadas se ha negado a contar lo que sabe, especialmente lo que conoce del llamado a plebiscito que habría precipitado el golpe de Estado, la posición del Partido Comunista y su propia opinión jurídica sobre el punto.



En la siguiente entrevista, el que fuera ministro durante todos los días del gobierno de la Unidad Popular habla por primera vez y da su versión de las preocupaciones de Allende en las horas precedentes al golpe.



¿Cómo ingresó usted al gobierno de la Unidad Popular, antes incluso de que asumiera el Presidente Allende?
– El mismo día de la elección de Allende yo suspendí mi ejercicio de la profesión de abogado porque fui llamado por el Presidente (electo) como su subsecretario General de Gobierno. En esas funciones me correspondió estar en La Moneda para coordinar el cambio de mando. Allende me nombró porque quería que ese cargo lo tuviera un comunista, y deseaba también tener allí a una persona de su entera confianza, a un amigo.



¿Cuál es su historia personal con Allende, cómo se conocieron?
– En 1954, año en que fuimos a la Unión Soviética y a China, en una delegación de chilenos, con nuestras respectivas señoras, Tencha y Aída. Desde el primer momento tuvimos una estupenda comunicación los cuatro. Se generó una amistad muy cercana. En la invitación a China tuvo gran influencia la presencia en ese país del pintor José Venturelli. Fueron cuatro meses juntos, ¡imagínese usted!



¿Cómo podría describir el grado de confianza entre ustedes?
– La amistad fundamental era naturalmente derivada de la afinidad política, pero esto se hizo extensivo a nuestras familias, al mundo privado. Fue una amistad familiar, cercana, no sólo social y política. De visitarnos frecuentemente en las casas, comer juntos, almorzar juntos.



¿Cómo era Allende?
– Cómo era Allende… (se toma su tiempo). Era un hombre muy simpático, agradable en el trato corriente, un poquito suficiente, un poco terco, así. Era amistoso, le gustaba conversar, tenía siempre la ironía un poco a flor de piel para referirse a uno, se reía un poco de la gente a veces. A mí me decía "dile a tu partido esto o lo otro"… Era un hombre muy agradable.



¿Usted diría que era un tipo brillante en lo intelectual?
– Yo no diría que era un estudioso de la política. Era un socialista, pero no tenía todo el tiempo la presencia del marxismo en la mente. Era un hombre que más que nada actuaba políticamente con una gran fuerza, digamos, casi instintiva. En cada oportunidad en que exponía sus posiciones políticas hacía referencias a su bagaje personal, su experiencia, más que a elucubraciones teóricas.



«Hay que considerar que los comienzos políticos de Allende son en Valparaíso, como dirigente socialista, partido que contribuyó a fundar. Allende tenía, en primer lugar, fuerza y valor».



¿Qué significó para usted, en lo personal, su ingreso al gobierno de la Unidad Popular?
– Si lo analizo desde un punto de vista personal, fue un sacrificio. Dejé de ejercer la profesión, porque nunca me ha parecido bien, ni me lo parece ahora, que los funcionarios públicos ejerzan privadamente la profesión de abogado. Es muy posible en esos cargos aprovecharse de la situación, hacer tráfico de influencias, negocios. Así que yo suspendí mi participación en el estudio en que trabajaba y pasé a ganar una miseria. Un sueldo de ministro en ese tiempo era de treinta mil pesos mensuales, que no significaba ni la tercera parte de lo que yo ganaba. Tenía cinco hijos en el colegio, así es que se produjo una baja fuerte en el presupuesto familiar.



Usted era un abogado con una posición económica más que aceptable, prestigio profesional, una casa con piscina, y cinco hijos que mantener ¿Cuál fue su motivación para ingresar al Gobierno?
– Yo era militante comunista desde la universidad. Era allendista, había sido partidario y entusiasta partícipe de las cuatro campañas de Allende, desde el comienzo. Además, me atraía concretar esta inquietud por la cosa publica a través de un cargo de gobierno. Era amigo de Allende, respetaba sus deseos, y él quería que yo estuviera allí.



Más que en un cupo de partido, el presidente Allende apeló a la persona de Sergio Insunza. ¿Qué era concretamente lo que Allende quería a su lado en este amigo comunista y abogado?
– No quiero pecar de poco modesto, pero me parece que era una cuestión de capacidad, además de la relación de amistad. Mi cargo era muy activo, tenía la relación del Gobierno con el Parlamento, reunía a todos nuestros parlamentarios, discutíamos con ellos los proyectos que estaban por verse, tenía la preocupación de que fueran a votar cuando correspondía, los hacía llamar por teléfono uno a uno. Veíamos los proyectos que estaban en tabla, a cuáles de ellos valía la pena ponerles urgencia.



Ahora se sabe que desde el primer momento se complotó para derrocar a Allende, intentando poner a su gobierno bajo sospecha de ilegalidad. ¿No le parece que Allende veía en el cargo suyo, en su persona, al hombre encargado de darle legalidad al gobierno de la Unidad Popular?
– No era necesario porque él era extremadamente legalista, nunca hubo de parte de Allende, como Presidente, ni un solo acto que pudiera ser sino legal, nunca fue más allá de los márgenes de sus facultades y nunca pidió tampoco a sus colaboradores que lo hicieran. Allende actuaba conforme a las facultades que le concedía la ley, ejerció su gobierno dentro de la legalidad. No se puede reprochar a su gobierno haber asesinado a alguna persona… ¿Qué preso político, qué fraude, qué malversación de fondos, que escándalo, qué tortura, qué crimen se le puede imputar? No hubo ni un solo acto ilegal.



¿Esa es su opinión sobre las expropiaciones de empresas, por ejemplo? ¿No le parece que esas intervenciones estuvieron al límite de la legalidad?
– Esa es una situación que se hizo de acuerdo con la legalidad, porque existían disposiciones legales de gobiernos antiguos, de los tiempos en que se gobernó Chile con los famosos decretos ley, disposiciones que tomaba el Ejecutivo cuando no existía Congreso y no había posibilidad de sacar leyes. Los gobiernos autoritarios habían dictado este tipo de disposiciones, que permanecieron vigentes y que después no fueron derogadas. Esos decretos estaban allí y se utilizaron.



¿No le parece que eso fue extremar las facultades existentes, buscar un subterfugio dentro de la ley?
– No fue extremar, sino aprovechar. Las expropiaciones se hicieron de acuerdo a una facultad existente en la legislación. En ese tiempo se hizo burla de que se aplicaran decretos leyes tan antiguos. Pero estaban vigentes. No los creó Allende ni su Gobierno.



¿En qué momento pasó usted al Ministerio de Justicia?
– Fueron las circunstancias políticas que hicieron que en noviembre del año 1972, cuando entra Prats al Gobierno, se hace una nueva conformación del gabinete. Incluso yo no estaba en Santiago cuando supe que este cambio se producía y que Allende me nombraba en Justicia.



¿A usted le sorprendió el cambio?
– Yo estaba muy orgulloso, me gustaba el cargo. He sido legalista toda mi vida, el ministerio de Justicia me venía muy bien.



¿Usted fue uno de los pocos miembros del Gobierno que acompañó a Allende de comienzo a fin, puesto que estuvo en el gabinete durante toda la Unidad Popular?
– También Daniel Vergara… Ambos entramos el día que Allende asumió. Incluso cuando el Presidente llegó del Congreso, tras asumir, estábamos esperándolo en La Moneda. Yo ya era Subsecretario. Él llegó y yo estaba en la escala, esperándolo. Recuerdo que días antes fui a hablar con el Subsecretario saliente: "bueno pues colega, le dejo el boliche, yo me voy", dijo.



El plebiscito… una ‘amenaza’



¿Cuál era su idea, como ministro de Justicia de Allende, respecto de llamar a plebiscito en septiembre de 1973?
– En primer lugar, situemos las cosas en lo que son. En la Constitución vigente en aquella época, y en este sentido en la de hoy también, no existía el plebiscito así, a partir de cualquier cosa. El plebiscito estaba planteado en la Constitución sólo cuando se trataba de proyectos de reforma constitucional que habían sido rechazados. Entonces el Presidente podía insistir y, si lo rechazaban nuevamente, sólo así era posible llamar a plebiscito.



«Ahora todo el mundo habla del plebiscito de Allende. Ya no hay quien no hable del plebiscito de aquella época. En ese tiempo también se habló de plebiscito… pero nunca hubo una concreción, nunca se llegó a establecer qué se iba a plantear en ese plebiscito y cómo se haría. La verdad es esa».



«El propio Salvador Allende y los políticos hablaban de un plebiscito… que nunca llegó a concretarse, nunca. Era como una amenaza. De esas cosas tan absurdas, incluso como solución del problema de la crisis de esos días de septiembre, el ocho, nueve y diez».



«Cuando se habla del plebiscito, que Allende iba a llamar a plebiscito, que iba a plantear un plebiscito… nunca se ha señalado que jamás hubo una concreción, un proyecto de plebiscito propiamente tal…A veces uno no está presente en todas las discusiones o se lo saltan».



Sí, pero es difícil en la eventualidad de llamar a un plebiscito saltarse al ministro de Justicia. Más que difícil parece imposible, ¿no cree usted?
– Yo nunca fui convocado, ni por Allende, ni por nadie, que me dijera "plantea esto, llamemos a un plebiscito". Todo el tiempo se hablaba, pero no se concretó.



Usted dice que el tema del plebiscito era usado como una amenaza, ¿una amenaza de quién y para qué?
– Una amenaza de Allende. Él planteaba un plebiscito para pedir la opinión al pueblo, a la opinión pública. Había quienes opinaban que no lo hiciera porque lo iba a perder. Los socialistas siempre estuvieron en contra de llamar a plebiscito.



¿Qué era lo que se habría podido someter a plebiscito?
– Había problemas ajenos al conocimiento público, demasiado complejos, como el de las áreas de la producción. Recuerde que hubo un proyecto de las tres áreas: área social, área privada y área mixta. Ese era un tema un poco complejo como para someterlo a la opinión de la gente, en mi opinión.



«Cuando se produce el golpe, Allende tenía tres años más de gobierno por delante. Se podía plantear acortar el período presidencial a cuatro años, con la posibilidad de reelección para el siguiente período. Dada la gran crisis que se veía venir, yo propuse esto a la dirección de mi partido, la idea de hacer una reforma para limitar la presidencia a cuatro años en vez de seis… pero no tuve acogida».



Sergio Insunza trae un manuscrito que él mismo escribió inmediatamente después del golpe, según dice, mientras estaba refugiado en casa de un amigo y era buscado por los militares en el poder. Señala que allí está su recuerdo exacto e inmediato de los acontecimientos que vivió con relación a este punto en los días 8, 9 y 10 de septiembre, durante sus últimas entrevistas con el Presidente Allende y con la dirección del PC. Lo lee y revisa en el transcurso de la entrevista.



¿Puede detallarme mejor ese episodio?
– El 8 de septiembre me reuní con la dirección de mi partido. El tema: cómo salir de la crisis. Ellos plantearon tramitar con urgencia los cinco proyectos enviados al Congreso relacionadas con las reformas en las tres áreas de la economía.



«Yo opiné que esto seguramente no lo aceptaría la Democracia Cristiana, y que creía más posible proceder en cambio a una reforma limitando a cuatro años el período presidencial, con lo cual habría elecciones en septiembre de 1974. La dirección del partido no estuvo de acuerdo, ya que podía ser percibido como una muestra de debilidad muy grande y que, por otro lado, podía significar perder el gobierno en el plazo de un año. Los compañeros creían que con ese plazo no se ganaba una elección. Entonces volvieron al planteamiento anterior: la modificación constitucional de las tres áreas. Me pidieron que fuera a decirle esto a Allende».



«Al llegar a El Cañaveral, esperé al Presidente que estaba reunido con otras personas. Acto seguido entramos a la misma sala y le hice la propuesta de mi partido. Él no me dejó terminar y me dijo: ‘No es esto lo que yo necesito, esto no lo aceptan. No ves que detrás de todo está Frei que quiere botarme. ¡Necesito un plebiscito! ¡Un plebiscito! -repitió- que nos dé un tiempo, tres meses… Quizás en este plazo las cosas cambien’… Yo tenía en mente mi proyecto de cambiar la presidencia a cuatro años, pero me lo callé ya que el partido me había dicho que no servía. ‘¿No te das cuenta?’, insistió el Presidente».



¿Se arrepiente de no habérselo dicho a Allende…?
– Era la contradicción entre el partido y buscar una salida a la crisis.



¿Pero Allende habría aceptado, se lo estaba gritando?
– Sí. Y no estaría muerto. Habría sido bueno que los compañeros me escucharan… Pero era un paso muy audaz en ese momento. Minutos después de conversar con el Presidente fui a casa de Luis Corvalán a reunirme con él y con Orlando Millas, para darle los resultados de mi visita a Allende. Los compañeros manifestaron que era inaceptable un plebiscito, ya que significaba la entrega del Gobierno a Frei a corto plazo.



Allende anuncia su suicidio



¿Volvió a hablar con Salvador Allende?
– La noche del domingo 9 me invitó a cenar con él en El Cañaveral. Yo estaba de bastante mal ánimo, pero acepté. En la mesa estuvimos Allende, la Payita, la hija de ésta, una hermana de la Payita, Víctor Pey, el "Perro" Olivares y yo. La conversación la llevaron Víctor y el Perro. Temas livianos para disminuir la tensión. Víctor habló del baile de la sardana. Él es catalán, y se mofaba de la avaricia de los catalanes diciendo que en ese baile hasta los pasos se contabilizaban».



«A Allende le entretenían mucho estas charlas. Estimulaba al ‘Perro’ para que contara estas cosas y las celebraba. No hay duda que el ‘Perro’ era uno de los hombres más cercano al Presidente… Allende le tenía un cariño casi paternal, que él correspondía con su completa dedicación… Del último que me despedí esa noche fue de Víctor Pey, a solas. En voz muy baja, casi cuchicheando, me dijo: "¿Sabes? Está con la idea de matarse si algo pasa. Me lo ha dicho anoche".



¿Usted no tiene dudas de que Allende se suicidó?
– A mí personalmente no me extrañó. En el consejo de gabinete inmediatamente posterior al "tancazo", previniendo a los ministros de los posibles atentados, nos dijo: "Cuídense compañeros, que este es el fascismo. Aquí pueden pasar cosas terribles. Yo ya tengo decidido lo que haré. A mí no me sacan vivo de La Moneda. Quiero mucho a este pellejito que me ha acompañado 65 años. Me gustan las cosas buenas, la buena comida, un buen trago, las mujeres, pero ya he vivido bastante. ¿Conservar la vida para vivirla exiliado, como un gobernante latinoamericano derrocado más? Eso no. Prefiero lo otro".



¿En su opinión jurídica, proponer acortar el período presidencial habría salvado al Presidente y a la democracia?
– La verdad es que pienso que Allende pudo ofrecer un plebiscito la mañana del lunes 10. Este pudo haber consistido en proponer una enmienda constitucional que autorizara al Presidente de la República a someter al voto de la ciudadanía la disolución del Congreso, quedando éste inmediatamente disuelto con la aprobación de la consulta, de tal manera que se renovara el Parlamento en un breve plazo con nuevas elecciones. En caso de ser rechazada la consulta, el que terminaba era el mandato Presidencial. También de inmediato y con la elección de un nuevo Presidente a corto plazo. Mediante disposiciones transitorias se podrían incluso haber señalado las fechas de las elecciones respectivas.



«Pienso que este plebiscito, de haber sido propuesto, seguramente lo habríamos perdido. Sólo habría sido una manera elegante de renunciar, de entregar el poder… Pero yo creo que habría sido preferible, después de lo que ha pasado. Un proyecto así habría sido aceptado por la oposición. Pero entre nosotros, al interior de la Unidad Popular, se habrían opuesto seguramente… Debimos hacerlo».



«Pero, ¿hubo alguien que supo la verdadera dimensión de la confabulación de los militares? Entre los que buscaban que Allende dejara el poder no todos deseaban ni aceptaban el fascismo… Tal vez pudimos salvar la democracia, la representatividad del pueblo, que ya una vez nos había permitido llegar al Gobierno. Pudimos haber salvado a Allende, que la izquierda chilena no perdiera a Allende, su único aglutinador. No hay otro… no lo hubo hasta hoy».

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