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Carlos Peña: «Dialogar no equivale,  como teme la Presidenta, a postergar, demorar u obstaculizar una decisión» Rector UDP advierte que se trata de un principio clave de la democracia

Carlos Peña: «Dialogar no equivale, como teme la Presidenta, a postergar, demorar u obstaculizar una decisión»

«El diálogo, al agregar puntos de vista y confrontarlos, ayuda a minimizar los errores y, allí donde exista, a encontrar la verdad. El diálogo corrige la falibilidad humana, permite, incluso a retazos, completar el cuadro definitivo; ayuda, en fin, a evitar el prejuicio», señala el abogado y analista política, en una abierta crítica a la posición de la mandataria y la Nueva Mayoría frente a las grandes reformas y a temas valóricos como el aborto.


Una abierta crítica a la Presidenta Michelle Bachelert y al gobierno de la Nueva Mayoría por negarse a someter a un diálogo abierto las refomras tributaria y educacional, y también temas valóricos como la despenalización del aborto, formuló el rector de la Universidad Diego Portales (UDP), Carlos Peña.

En su columna dominical publicada en el diario El Mercurio, el abogado y analista político planteó que el Ejecutivo equivoca el camino al avanzar amparado sólo en el amplio respaldo ciudadano de las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales, por cuanto abrir la discusión no sólo es un factor clave de una democracia, sino que permite «minimizar los errores» y construir un mundo donde «todos serán capaces de reconocerse».

«La Presidenta declaró esta semana su disposición al diálogo, pero al mismo tiempo su temor de que él fuera motivo de obstáculo o demora para lo que la mayoría demanda. ¿Son razonables los temores de la Presidenta?», se pregunta Peña, y agrega: «Para saberlo hay que examinar las funciones que cumple el diálogo en una sociedad democrática. Esas funciones son de tres tipos: morales, epistémicas y constructivas».

«Las morales derivan del hecho de que quien dialoga reconoce en su interlocutor una condición de igualdad, y al intercambiar razones con él, renuncia a la coacción y a la amenaza. La situación de diálogo es, así, una de las más humanas que se puedan concebir. Los dialogantes reconocen, por el solo hecho de ponerse a dialogar, que tienen un mundo en común al que pueden apelar para convencerse mutuamente. Ese mundo en común puede ser físico (la realidad circundante) o moral (los principios que subyacen a la comunidad de la que ambos forman parte). Dialogar es ejercitar una de las convicciones que subyacen a la democracia, la de que sus partícipes son iguales y todos poseen la misma capacidad de discernimiento», sostiene.

Asimismo, sostiene que «dialogar no equivale, entonces, como teme la Presidenta, a postergar, demorar u obstaculizar una decisión. Pero el diálogo no solo posee esa cualidad moral. También posee, a veces, cualidades epistémicas». Y en este sentido, no dudó en cuestionar el estilo del ministro de Hacienda, Alberto Arenas.

«Las cualidades epistémicas del diálogo provienen del hecho de que los seres humanos (con la excepción, sin duda, del ministro Alberto Arenas) cuentan con puntos de vista inevitablemente parciales respecto del mundo. Cada ser humano equivale a una perspectiva, y ninguno a una totalidad. El diálogo, entonces, al agregar puntos de vista y confrontarlos, ayuda a minimizar los errores y, allí donde exista, a encontrar la verdad. El diálogo corrige la falibilidad humana, permite, incluso a retazos, completar el cuadro definitivo; ayuda, en fin, a evitar el prejuicio», sostuvo, enfatizando que «esta segunda dimensión del diálogo, no cabe duda, podría ayudar a la Nueva Mayoría a minimizar los errores en los que, sin diálogo, podría incurrir».

Más adelante, afirma que las sociedades determinan «qué es sacro y qué no, qué es justo y qué injusto» mediante el diálogo. «Pero en este caso el diálogo no tiene por objeto descubrir una realidad que no se veía o completar un relato que, entregado a cada uno, es siempre parcial, sino que tiene por objeto construir ciertos principios que permitan resolver esos dilemas y en los que todos puedan reconocerse. El diálogo en este caso no es un preámbulo de la decisión, sino que sin él no hay decisión razonable posible».

Pela cree que la Nueva Mayoría debería esforzarse en privilegiar el diálogo en «ámbitos relativos a la moralidad de ciertos actos -el más relevante de todos, el aborto- exigen un diálogo de esta última clase» y afirma que «al llevar adelante ese diálogo, no se trata de simplemente ejecutar un acto que en sí mismo posee valor moral (en la medida en que, como se vio, quien dialoga reconoce en el otro una condición de igual); tampoco se trata de completar la visión que cada uno tiene del mundo o de la realidad (como si el diálogo fuera solo un método para evitar el error), sino que se trata de dialogar para construir un mundo en común, discerniendo los principios que orientarán las acciones comunes y en los que todos serán capaces de reconocerse».

Finalmente, sostiene que «omo es fácil advertir, en este caso el diálogo es inevitablemente moroso y la mayoría no debe dejarse tentar sin más por los números. La mayoría en una democracia está siempre presa de una paradoja: no necesita el diálogo para imponerse, puesto que los números le sobran; pero necesita del diálogo para construir el mundo en común sin el cual no hay propiamente democracia».

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