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Violencia de género y juicio social (Parte I) Yo opino

Violencia de género y juicio social (Parte I)

Johanna Narr
Por : Johanna Narr Psicóloga Clínica en orientación familiar, especialista en víctimas, con enfoque de género. Psicoterapia especializada en abuso sexual y violencia intrafamiliar. Ha realizado diversas publicaciones con temáticas en Violencia Intrafamiliar, Abuso Sexual y la mirada desde lo penal, y en temáticas familiares y de crisis vitales que afectan a las mujeres y niños dentro del contexto de una sociedad patriarcal.
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Para Nabila, Daphne, Micaela. Para todas. Para Vale Roth…

Hoy me tomaré el derecho de hablar como mujer, desde mi útero, escuchando a la voz dentro de mi cabeza solamente cuando me diga que debo explicar algo, para que así los lectores se conecten con el ruido de mis sentimientos al escribir esta columna.

Antes que nada, a modo de introducción necesaria para leerme, quisiera pedirles que vieran el siguiente video que ronda desde hace un tiempo en las redes sociales, donde se visualizan las bases desde donde las mujeres nos movemos en un contexto patriarcal y machista que, al ser consensuado entre hombres y mujeres, da la idea de ser un contexto justo y de igualdad de género.

VIDEO

Ella (la chica del video) era Micaela García, la chica estudiante de Educación física que fue violada y asesinada por dos personas, uno de ellos ya condenado previamente por violación en dos ocasiones, todo esto en la localidad de Gualeguay en Argentina

Ella (la chica del video) también es DN, la joven mexicana de 16 años que fue violada por 4 jovenes de un alto nivel socioeconómico, autodenominados Los Porkys en Boca del Río.
Ella es también Nabila Rifo, la mujer a quien su ex marido le provocó multiples heridas de carácter graves y gravísimas -entre ellas, la pérdida de sus ojos- en nuestro país, en la localidad de Coyhaique.

La chica del video soy yo, es mi hija, lo fue mi madre y mi abuela y lo son todas las mujeres que nacen en esta sociedad de múltiples jerarquías, en un sistema capitalista, depredador y patriarcal. ¿Se pueden imaginar ahora lo que nos sucede cuando nos pegan, cuando nos violan, cuando nos mutilan… cuando nos tratan de matar? No es tan difícil imaginarlo: nos cuestionamos, repasamos una y otra vez qué fue lo que hicimos para que se nos castigaran de esta manera, nos analizamos y pensamos qué hubiera pasado si no nos hubiéramos quedado paralizadas por el temor; nos responsabilizamos, nos hacemos cargo de acciones que no son nuestras; minimizamos nuestro dolor hasta anestesiarnos y aumentamos aún más el nivel de empatía hacia todo el resto a quien podría afectar la develación de los hechos. Entonces, priorizamos ese dolor que creemos que provocaremos, por sobre el dolor que estamos sintiendo… y muchas veces, decidimos callar.

Nabila calló y mintió en un principio, para proteger a sus hijos, DN calló para protegerse a ella y a su familia de la propia sociedad de la que ella también es parte y, lamentablemente con Micaela nunca sabremos si habría callado en caso de haber resultado viva… probablemente lo hubiera hecho también.

Y es que de la misma forma en que esta sociedad programa nuestra mente para responsabilizarnos por las acciones de los demás, también programa las mentes de hombres y mujeres tolerando que se nos deshumanice desde temprana edad. En este punto me detendré más adelante.

Y digo esto porque estas tres mujeres tienen algo más en común aparte del hecho de haber sido víctimas de delitos horrorosos perpetrados a manos de hombres. Estas tres mujeres tienen también en común el hecho de haber vivido una segunda victimización (ellas y/o sus familias), por parte de los medios de comunicación donde se busca justificar el delito debido a las conductas sociales (y sexuales) adecuadas o no, por parte de las víctimas. Es fácil recordar lo sucedido con el juicio de Nabila Rifo, el interés casi enfermizo por saber a quién pertenecía el semen que había en ella el día de los hechos, aun cuando el delito no se trataba de una violación y cuando nada tenía que ver su sexualidad con algún tipo de pruebas. ¿O es que acaso que si tenía una sexualidad activa o con más de un hombre, se entiende (o justifica) la rabia del agresor y la decisión de agredirla hasta casi provocarle la muerte? “Noooo, claro que no”, dirán todos empezando a clasificarme en sus mentes como una “feminazi” más. Y seguirán: “No es que importe su vida sexual, pero…”, y ese “pero” es el importante, ya que en esta especie de doble moral que hemos construido, donde hay cosas que consensuadamente ya no es correcto decirlas, aparecen los eufemismos y las justificaciones que hablan, al final de todo, de algo que ya analicé en profundidad en una columna anterior: si es tan “víctima” como se dice o no lo es.

[cita tipo=»destaque»] El único elemento indispensable para que una mujer sea violada, es un violador; lo único necesario para que una mujer sea agredida, es un agresor; lo único necesario para que una mujer resulte muerta a manos de la violencia de género, es un homicida. [/cita]

Y para averiguar eso, nos sentimos con el derecho de violentar y transgredir su intimidad, básicamente porque el cuerpo de una mujer nunca ha sido propio, siempre ha sido de dominio público. Antes de manera más evidente, hoy de manera más velada.

A raíz del caso de Micaela, quien sufrió de violación y homicidio, un conocido locutor de radio argentino, Baby Etchecopar, justificó la violencia de género mencionando “si tu hija de 12 años sale mostrando las tetas, con un tatuaje y haciendo trompita, hay una provocación”. Estas palabras fueron repudiadas, sin embargo, el locutor mientras intentaba explicar que lo habían sacado de contexto, volvía a responsabilizar a otros sin tomar consciencia de que continuaba justificando la violencia de un hombre hacia una mujer debido a que él es “provocado”, exculpando al agresor y culpabilizando a la víctima por sus actos, o a sus padres por una supuesta falta de control, o a la modernidad, o a internet. Es simple: el único elemento indispensable para que una mujer sea violada, es un violador; lo único necesario para que una mujer sea agredida, es un agresor; lo único necesario para que una mujer resulte muerta a manos de la violencia de género, es un homicida. Estas palabras podrían aplicarse también a aquellos que dudaron de las palabras de Valentina Roth por el mero hecho de haberlo hecho a través de las redes sociales (aunque esta columna la escribí antes de la polémica, no pude evitar recordarla cuando la repasaba).

En el conocido caso de los Porkys, donde Daphne resulta abusada sexualmente a manos de 4 hombres, ocurrió un hecho similar hace pocos días en donde también un locutor de radio, Marcelino Perelló, se atrevió a decir que “eso de que te metan los dedos tampoco es para armar un desmadre estrepitoso (…) si no hay verga, no hay violación”. Y es cierto, también fue repudiado en redes sociales, sin embargo, nuevamente él continuó justificando sus dichos y reduciendo sus palabras a tecnicismos legales sin mostrar un mínimo de consciencia ni de empatía con Daphne, ni con su familia, ni con ninguna de las miles de millones de mujeres que hemos sido víctimas de transgresiones en la esfera de lo sexual en algún momento de nuestras vidas.

Y nos preguntamos: ¿Cómo es posible que alguien diga una barbaridad como esa?

Recuerdo que una vez vi en un documental acerca de otra temática absolutamente distinta (“Mundos Internos, Mundos Externos”), que daba como ejemplo lo que diría un pez a quien se le ha preguntado por el agua que se encuentra a su alrededor: “¿De qué agua me hablas?”. Es lo mismo en la actualidad: “¿Machismo? Pero si tenemos a una mujer presidenta… ¿de qué machismo me hablas?”. Hablo de ese sistema que nos clasifica a las mujeres según nuestra forma en que llevamos nuestra sexualidad; ese machismo que en principio nos oprimió y nos obligó a desconocer nuestro cuerpo como una fuente de placer y que actualmente nos divide, desde que somos niños y niñas entre “mojigatas” o “warras” o dicho en el chileno más común entre “cartuchas” o “maracas”.

Y es por lo mismo que una parte de mí da gracias a este tipo de desafortunadas opiniones, debido a que nos muestran esa agua, que generalmente no somos capaces de ver porque hemos estado inmersos en ella siempre. El agua de nuestra pecera corresponde a un sistema opresor y competitivo que es producto de dinámicas de poder / sumisión. El poder es representado por el hombre y el hombre gracias a su supremacía física se impone en la relación con la mujer desde un vínculo de propiedad, donde puede utilizar el cuerpo de la mujer, así lo quiera la mujer o no.
Pero entonces cabe preguntarnos ¿qué es lo que ayuda a que no tomemos consciencia –como sociedad- de lo que está sucediendo?

Esto lo responderemos la próxima semana en la segunda parte de esta columna: Violencia de género y juicio social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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