Publicidad
Entrevista a director de “The Act of Killing”, el documental en el que criminales se jactan de su genociodio La cinta sobre la matanza de Indonesia de 1965 se presenta este miércoles en Surdocs

Entrevista a director de “The Act of Killing”, el documental en el que criminales se jactan de su genociodio

En un comienzo el director Joshua Oppenheimer quiso hacer un documental sobre las víctimas del genocidio de Indonesia de 1965. Aunque hoy el sistema político de ese país se define como democracia, la censura gubernamental le impidió hablar con los sobrevivientes. Fue entonces cuando las mismas víctimas le propusieron hablar con los asesinos. Cultura+Ciudad entrevistó a Oppenheimer, quien aún sorprendido señaló: «Todos fueron abiertos, todos se jactaban, y todos me invitaron al lugar de sus crímenes”.


Imagine a Manuel Contreras paseándose por Villa Grimaldi, flanqueado por Marcelo Moren Brito y Miguel Krassnoff, jactándose de sus crímenes. Diciendo “aquí los encerrábamos”, “allá los torturábamos”, “acá los matábamos”, mostrando el funcionamiento de una “parrilla” o cómo se aplicaba el “submarino”. No sólo eso: imagine a un ex DINA como ministro de gobierno, vanagloriándose de la “gesta” del 73.

Pues todo eso sucede hoy, ahora mismo, en Indonesia. Un país donde en 1965 hubo una matanza colectiva de supuestos comunistas en la cual murieron al menos medio millón de personas a manos de verdaderos gángsters, que asesinaron a diestra y siniestra, en total impunidad, y cuyas agrupaciones paramilitares desfilan públicamente hasta hoy.

[cita]Este contraste entre víctimas que no pueden hablar de lo ocurrido y asesinos que presumen de sus actos me hizo sentir como si regresara a Alemania cuarenta años después del Holocausto para encontrar a los nazis aún en el poder[/cita]

De esto nos habla, “The Act of Killing”(2012), un documental de los realizadores estadounidenses Joshua Oppenheimer y Christine Cynn, que se presenta mañana en el marco del festival de cine Surdocs de Puerto Varas. Una obra protagonizada por uno de esos “héroes”, Anwar Congo, que a lo largo del film no sólo habla de sus crímenes, sino que participan en una recreación de los mismos, incluso en papel de víctimas, con más de algún remordimiento.

Orígenes

Oppenheimer cuenta que todo empezó hace más de 10 años, en 2001, cuando viajó a Indonesia para filmar el intento de un grupo de trabajadoras de crear un sindicato en una plantación de aceite de coco (“The Globalisation Tapes”, 2003) en Sumatra Norte. Fue allí donde se enteró de la matanza de 1965, ya que muchos padres y abuelos de los trabajadores de hoy y sindicalizados en 1965, habían muerto en aquella época, acusados de ser comunistas. “Y sus descendientes temían que volviera a pasar”, señala.

El cineasta quiso hacer entonces un documental sobre los sobrevivientes, sobre los familiares de las víctimas, “y cómo es convivir con los asesinos, que aún tienen posiciones de poder”. Pero no fue posible, porque “el Ejército impidió a los sobrevivientes participar en la cinta”.

Como se ve, a pesar de que Indonesia es formalmente una democracia, aún existe la censura, la intimidación, y el régimen que se instauró en base a esa matanza subsiste hasta hoy.

Fue entonces que los sobrevivientes sugirieron a Oppenheimer hablar con los asesinos, presentes en cada pueblo, que hoy viven en completa impunidad a pesar de sus crímenes. La esperanza de las víctimas era saber, al menos, “cómo habían muerto sus familiares”.

Director Joshua Oppenheimer Foto: Oliver Clasper

Director Joshua Oppenheimer
Foto: Oliver Clasper

“Se  jactaban”

“No sabía si era seguro hablar” con los asesinos, cuenta el cineasta. “Me acerqué cuidadosamente a ellos. Para mi sorpresa y horror, todos estaban abiertos a contar y jactarse de sus historias, hablando de matanzas colectivas con una sonrisa en la boca, frente a sus esposa, hijos e incluso nietos”, cuenta.

“Este contraste entre víctimas que no pueden hablar de lo ocurrido y asesinos que presumen de sus actos me hizo sentir como si regresara a Alemania cuarenta años después del Holocausto para encontrar a los nazis aún en el poder”.

Oppenheimer mostró los testimonios filmados a algunos de los sobrevivientes –otros no quisieron verlos- y a miembros de la comunidad de defensa de los derechos humanos. Ellos le animaron a continuar.

“’Sigue filmando a los victimarios, porque no sólo estás averiguando lo que pasó, sino algo aún más importante: cada indonesio que vea esto estará obligado a admitir que todos tenemos miedo, a preguntarnos la razón y a reconocer el corazón podrido de este régimen’, me dijeron”.

El cineasta fue de “pueblo en pueblo, de plantación en plantación, de un escuadrón de la muerte a otro, del campo a la ciudad”, hablando con ellos. “Todos fueron abiertos, todos se jactaban, y todos me invitaron al lugar de sus crímenes”, señala. Al final la pregunta ya no fue “qué sucedió en 1965”, sino “por qué se jactan, y cuál es la consecuencia de ello en el resto de la sociedad y ellos mismos”.

“Tras hablar con diez o quince les dije: ‘mire, usted participó en una de las mayores masacres en la historia de la humanidad. Yo quiero saber qué significa para usted y su sociedad. Usted quiere mostrarme lo que hizo. Hágalo en la forma que desee, yo filmaré su recreación pero también cuando usted y sus amigos las preparen y discutan sobre lo que deben mostrar o no, por qué quiere mostrar lo que quiere mostrar’”.

El elegido

Durante más de dos años, Oppenheimer entrevistó a más de 70 matones. El número 41 de ellos fue Anwar Congo, quien en su primer encuentro baila en la terraza de la oficina donde mataba gente. “Bailar allí era negar el significado moral de lo que había hecho”, cuenta Oppenheimer. Y decidió centrar la película en él.

“Sentí que en su caso el dolor estaba cerca de la superficie”, dice, apuntando a que Anwar contaba que bailaba, bebía y se drogaba para olvidar lo que había hecho. Con él Oppenheimer intuyó que “el jactarse no era necesariamente una señal de orgullo (de sus actos) o de que no tuvieran consciencia, sino de que también significaba que sabían que lo que hicieron estuvo mal, y que con desesperación tratan de evitar reconocer eso”.

Sin mala fe

Algunos críticos han acusado a Oppenheimer de engañar a estos criminales para conseguir su testimonio, pero él lo niega.

“A todos les expliqué el motivo del film. No hubo ningún truco para se abrieran a contar sus historias, (el film) fue una respuesta a su apertura y a tratar de entenderla”, asegura. “No hubo necesidad de eufemismo (con los asesinos), porque las palabras ‘exterminio’ y ‘asesinato’ no tienen una connotación negativa en Indonesia”. Por eso, en la película se ve cómo los genocidas discuten entre ellos sobre la conveniencia (o no) de contar sus historias, aunque finalmente continúan.

De hecho, Anwar Congo se ve en pantalla cuando el film aún estaba en producción y pide “corregir” sus apariciones, pero para dar más detalles y veracidad a su historia, aunque Oppenheimer cree que la verdadera razón es su afán de escabullirse de reconocer que actuó mal.

“Cuando le mostré las imágenes de él bailando en el techo, quedó impactado, pero no se atrevía a reconocerlo, porque era admitir que había obrado mal”, recuerda.

Otros de sus pares, en cambio, se retiraron. Hasta hoy, su actitud frente a los hechos varías: algunos se arrepienten, otros no. “Al final, descubrí que la razón para jactarse no era que estuviera bien, sino porque nunca han sido forzados a admitir que estuvo mal”, concluye.

De hecho, cuenta que al ver la cinta terminada, Anwar dijo: “Josh, esta cinta cuenta cómo es ser como yo. Me alivia haber podido finalmente mostrar el significado de estos hechos, y no sólo lo que hice”. Para Oppenheimer la cinta además permite ver su miedo y arrepentimiento.

Sin censura

Una vez terminada la película, el cineasta enfrentó la dificultad de exhibirla en Indonesia, como era su principal objetivo. Si simplemente solicitaba un permiso normal, podía ser prohibida y la gente nunca se enteraría de la obra. Oppenheimer se reunió en 2012 con importantes activistas, defensores de derechos humanos, artistas, intelectuales, miembros de la prensa y el gobierno para tratar el asunto hasta el más alto nivel, con éxito. Un papel especial desempeñó la prensa, que también entrevistó a centenares de asesinos y se ocupó del tema masivamente, replicando la labor previa de Oppenheimer, que finalmente pudo estrenar su cinta.

“La película habla de algo que todos sabían, pero todos temían hablar. Ahora la gente puede hablar sin miedo”, cuenta. “La cinta no puede cambiar la política indonesiana,  pero lo que sí puede hacer es que la gente hable de sus peores dolores sin miedo”. Además el filme ha provocado una revisión de la historia oficial, incluso de los textos escolares, “llenos de mentiras”. El cineasta es optimista sobre la constitución de una Comisión de la Verdad cuyos resultados den origen a un proceso de reconciliación.

“Más difícil será lograr una redistribución de la riqueza del país. Unos pocos amasaron inmensas fortunas gracias al terror y a la exclusión de millones de familiares de las víctimas de la actividad económica”, admite. “Es una lucha que sólo pueden dar los indonesios”.

Ahora, Oppenheimer trabaja en una nueva cinta, también sobre Indonesia. Esta vez, sí, con los sobrevivientes. Se los debía.

 

Publicidad

Tendencias