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Henruz, el grafitero que bombardea mensajes Catorce años de arte repartidos entre Santiago, Antofagasta, Buenos Aires y Montevideo

Henruz, el grafitero que bombardea mensajes

Recientemente, fue el único chileno presente en “Muta Montevideo”, un encuentro Iberoamericano de Arte Urbano que los días 22, 23 y 24 de noviembre congregó en el barrio montevideano de Goes a artistas de todo el continente. Para este profesor de artes visuales el graffiti ha pasado de ser un hobby a una forma de vida.


henruz

Hace poco se realizó en Uruguay el “Muta Montevideo”. Fue un Encuentro Iberoamericano de Arte Urbano que los días 22, 23 y 24 de noviembre congregó en el barrio montevideano de Goes a artistas de todo el continente. De Chile sólo llegó un representante, Felipe Henríquez, conocido como “Henruz”. Un licenciado de Educación y profesor de artes visuales para el cual el grafiti, un hobby que comenzó a los 14 años, se ha transformado casi en una forma de vida.

“Una de las tallas que me pasó fue que me puse a pintar un liceo sin permiso. No sabía que era casi un patrimonio. Por una parte tenía unos murales, por otra parte lo estaban arreglando, y en el medio habían dejado todo rayado”, cuenta.

“Yo lo fui a pintar y ahí llegó la policía. Me dijeron que no podía pintar, y les dije que no era de allí y no tenía idea. Les dije que prefería que estuviera pintado a todo rayado. Y uno de los policías me dijo: ‘Yo también’. Entonces agarró un celular y llamó por teléfono y luego me dijo que tenía permiso para pintar”.

Tallas como esas hay muchas. “Una vez, en Bellavista, un evangélico nos dijo que nosotros marcábamos las casas para el Día del Juicio Final, y que las primeras que iban a caer eran las que pintábamos nosotros”, recuerda.

Es una de las tantas historias que tiene para contar este artista de 27 años, originario de Maipú, que comenzó pintando allí y luego siguió en lugares como Cerrillos, Pudahuel, El Bosque, los barrios Yungay y Bellavista, y La Florida. Luego dio el salto afuera: primero Antofagasta, luego Mendoza, Buenos Aires (en La Boca) y finalmente Montevideo, un lugar al cual ya ha ido varias veces.

Foto: Javier Liaño

Foto: Javier Liaño

“El verano del año pasado me fui un mes y medio a Montevideo, a puro pintar. No conocía a nadie. Empecé a agregar gente grafitera al Facebook y a decirles que quería ir para allá. Llegué al terminal sin saber si me iban a ir a buscar o no, con la pura fe, y me estaban esperando. Los cabros me ofrecieron casa… y terminé pintando como seis muros”.

El intercambio ha sido de ida y vuelta. Con un uruguayo que conoció allá, Felipe pintó “La Guagua”, un mural de la Panamericana que está a la altura del puente Huérfanos. “La idea es generar esos intercambios, todo el rato”.

Como muchos, Felipe llegó al graffiti a través del hip hop, esa corriente compuesta por el rap, el breakdance, el dj y el grafiti. A los 14 años empezó pintando su “chapa” (“la bomba”, en jerga grafitera) en los muros de su barrio en Maipú (“algún día quiero volver a Maipú, donde ya no queda ningún muro mío, pero con algo grandote, porque yo partí allí”, dice en un momento de la charla).

”Yo entro al grafiti por una moda, era parte del contexto cultural de esa época, andaba con los pantalones anchos. Me sentía parte de esa cultura”.

A los 18 paró y se puso a estudiar pedagogía en Arte, y se dedicó a los cuadros, pero no fue por mucho tiempo.  En el 2008 retomó el arte en la calle, pero no con el grafiti sino el stencil.

En aquella época, Henruz pertenecía a un grupo que se llamaba “Heroestencil”, integrado por otros tres artistas. “Con ese grupo empezamos a hacer cosas que tenían que ver con las plantillas pero a tamaño natural, tres cuatro capas de figuras completas bastante grande, de forma legal como ilegal”. Duró un tiempo, hasta que el grupo se disolvió y cada uno siguió su propia línea artística, aunque han vuelto a juntarse de vez en cuando para una que otra obra.

Hoy suele trabajar solo o con artistas como Bastian Newen. Su última obra –terminada el martes último– fue parte de la decoración que se hizo a diez kioscos en el Museo a Cielo Abierto de San Miguel. El suyo, un kiosco de diarios, está en Tristán Matta con Monje Alférez, que hoy luce un ojo en cada uno de los cuatro costados.

“Yo vine a hablar con la señora para ver si quería algo especial. Ella me dijo que no, que quería algo bonito”, cuenta. “Yo le dije que quería hacer unas miradas, porque tiene que ver con lo que puede hacer la prensa, que es ofrecer distintas miradas. Puede ser muy facha o muy comunista. A la larga son distintas miradas que se conjugan aquí”.

¿Usualmente quieres dar un mensaje?

A veces sí, a veces no, cuando me parece que es un momento importante para decir algo, cuando tuve tiempo para reflexionarlo. Me gusta decir cosas a través del muro, no me gusta que sea sólo para apreciarlo porque es bonito.

Felipe destaca que hoy, a diferencia de lo que sucedía antes, hay cada vez más mensaje con significado en el graffiti.

“Hoy hay gente que está haciendo ‘bombas’ de mensaje. Hay consignas como ‘no a Hidroaysén’ que uno cacha que las hizo un grafitero, o mensajes más positivos como ‘sonríe’ o ‘genera un cambio’. Más que poner su nombre, quieren entregar un mensaje, y con letras mucho más legibles”. Algo distinto a lo vigente hasta ahora, cuando “el grafiti era para grafiteros”.

“En el barrio Yungay (Sotomayor con Compañía) hicimos uno que dice ‘no olvidar’. Fue el primero al que le metí texto. Lo pinté con un amigo de Antofagasta, el Isaac. Él se iba a vivir a Estonia, era el último muro que pintaba en Chile. Yo decía que el muro tenía que decir algo en relación a que él se iba. Habíamos pensado en poner ‘recuérdame’, para que la gente que pasara recordara el muro, también que recordara que el Isaac ya no está en Chile. Pero ese día corrí el refrigerador y cayó un imán que decía ‘No olvidar’. Entonces pensé que esa era la frase, porque tiene una connotación romántica pero también política”.

Ahora la idea es incorporar frases, tal vez no tan explícitas como “no olvidar”, sino palabras o frases. Aún quedan muchos muros.

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