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Crítica de cine: “Las analfabetas”, la secreta sintaxis de la verdad La película del director Moisés Sepúlveda se basa en la pieza de teatro de Pablo Paredes

Crítica de cine: “Las analfabetas”, la secreta sintaxis de la verdad

Uno de los estrenos chilenos más esperados del año, por fin llega a las salas locales, después de un largo peregrinar por los festivales internacionales. Filmada en un lenguaje cinematográfico que recuerda su origen arriba de las tablas, esta correcta cinta minimalista, despliega su propuesta narrativa bajo temáticas tan profundas como la irredimible soledad del ser humano, las imposturas personales que vician cualquier posibilidad de relación auténtica con los demás, y la búsqueda de la propia identidad, una que oscila entre el recuerdo desgarrador y la tentación de la amnesia benéfica.


“—Las vas a poder abrazar bien fuerte.

—Más que abrazarlas… lo que quiero… es…

—Dime.

—…

—Dime ¿qué quieres?

—Más que abrazarlas, quiero… hablar con ellas…, y hasta puede ser que nos entendamos…”.

Manuel Puig, en Pubis angelical

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Luego de ver Las analfabetas (2013), el recuerdo en torno al escritor, guionista y cinéfilo argentino Manuel Puig, se hace persistente y necesario. En especial acerca de esa novela suya, una que redactó cuando ya estaba enfermo y desahuciado, y sabía que la muerte, siempre presente en nuestras vidas, tenía una fecha concreta y predecible para él: nos referimos a Cae la noche tropical (1988).

Esa poética, maravillosa y melancólica historia de dos hermanas mayores —escenificada en Río de Janeiro—, y que en espera de la desaparición física de ambas, añoran el pasado, y tiemblan ante el amor y el misterio de la existencia, mientras observan, a través de la terraza de su departamento, los vaivenes afectivos de una vecina más joven.

La cita no es forzada ni gratuita, y por esos tópicos, sin que el relato sea parecido, salvo el que ambos estén protagonizados por un par de mujeres, desenvuelve los hilos de su trama la ópera prima de Moisés Sepúlveda, quien escribió el libreto de ésta, junto al joven dramaturgo Pablo Paredes, el autor de la exitosa obra teatral que inspira el argumento de la cinta.

Otras creaciones hermanas de sangre de Las analfabetas, las podemos encontrar en El lector, la soberbia novela del alemán Berhard Schlink, que trasladada al cine en un hermoso largometraje por el realizador Stephen Daldry, cuenta con las excepcionales actuaciones de los británicos  Kate Winslet y Ralph Fiennes.

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También la relación subyacente que tiene el filme de Sepúlveda con Dos señoras conversan (1990), una ficción atemporal del querido Alfredo Bryce Echenique; con esos personajes desahuciados por la vida que estelarizan las invenciones del francés Patrick Mediano, quienes movidos entre la bruma y el deseo de existir, persiguen palpar una identidad posible a riesgo de destruirse para siempre en el intento. Y por supuesto, con la literatura del maestro cuyos repartos ocultan secretos esenciales: Henri Beyle, Stendhal.

¿Alguien nos querría si supiera lo que verdaderamente escondemos detrás de un rostro sereno?, parece preguntarse la dupla Sepúlveda-Paredes. Pero si otro, realmente cayera en la comprensión y la realidad de los dolores, la soledad, las vergüenzas, las frustraciones, las perversiones, las carencias, las tragedias, los desamores, las humillaciones, los quiebres, las pobrezas, las infelicidades, las ausencias que guardamos, ¿nos aceptaría como somos? ¿Huiría despavorido?

En el salto transversal y en el coraje que se necesitan para asumir la honestidad de nuestra esencia, se halla el nudo dramático de Las analfabetas. A veces no se sabe leer, pero tampoco vivir. En otras ocasiones ignoramos la receta para lograr que una sola persona nos quiera, por lo que efectivamente ausculta la transparencia de nuestra alma.

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Y se miente e inventan imágenes, simulacros, vendemos falsas representaciones e imposturas, creyendo ingenuamente que podremos transitar solos, que aguantaremos sin ayuda, la frialdad infinita y sinsentido del cosmos.

Con un lenguaje cinematográfico que tiene entre sus referencias al inglés Mike Leigh, al estadounidense Woody Allen y a la francesa Julie Delpy, la cámara de Sepúlveda explora en lo desgastador que puede ser sostener la farsa de una máscara, incluso hasta cuando se tienen 58 años —como es el caso de Ximena (Paulina García) — y alcanzar el amor, se asemeja a una utopía.

Pero surgen esas sincronías, esas apariciones inesperadas, las que nos asustan por el pavor que provocan en una mentalidad lógica y racionalista. Son las segundas oportunidades, que en escasas vueltas, desenvuelve “el azar” sobre el acantilado pedregoso de nuestro camino.

En Las analfabetas, sin embargo, prevalecen los primeros planos y la composición fotográfica de una intimidad frágil y precaria. Las que revelan una orfandad psicológica y un desamparo anímico en las protagonistas que, al menor estímulo, pueden estallar en la locura y en el absurdo de lo esperpéntico.

Planos cerrados durante las escasas secuencias exteriores, rodadas bajo la luz de un Santiago nublado que se acerca a un sentimiento de la nada misma y el desarraigo bastante logrados y efectistas, esta película fundamenta parte de su estatura artística, no obstante, en el desempeño interpretativo —trasladado desde las tablas del teatro al plató cinematográfico— en la gestualidad expresiva de sus dos protagonistas. La mencionada Paulina García, y el descubrimiento que supone la actuación de Valentina Muhr, quien en el papel de la joven profesora Jackeline, enseñará a leer y a escribir a Ximena, y que también, en ese trance, tropezará con el significado de sus reveses y naufragios más vitales.

Sin las falencias de continuidad tan comunes en las producciones nacionales, pero con ciertas deudas en el desarrollo y caracterización emocional de sus personajes, Las analfabetas se erige en un buen ejemplo del aceptable nivel narrativo, al que pueden llegar los créditos del cine chileno, si es que se encarga la escritura de sus guiones, a autores con experticia en la elaboración de un texto dramático.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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