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¿La mafia de la FIFA o la mafia de la elite chilena? Opinión

¿La mafia de la FIFA o la mafia de la elite chilena?

Matías Martínez y Humberto Santos
Por : Matías Martínez y Humberto Santos Investigadores Instituto de Políticas Públicas UDP
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Diversas investigaciones muestran que asistir a un colegio particular pagado en Chile asegura beneficios persistentes en el tiempo a una elite reducida, los que dependen débilmente de su nivel de esfuerzo y, al mismo tiempo, excluye a más del 90% de la población del país, reduciendo su motivación y ganas de dejarlo todo en la cancha. Lo anterior, sumado a que la gran mayoría de la clase política pertenece a este grupo de privilegiados, configura un sistema social organizado de manera tal que los ganadores y perdedores son siempre los mismos y con escasas posibilidades de ser reformado, marginando a los Gary Medel del país.


La reciente eliminación de Chile del Mundial dejó una mezcla de frustración y orgullo entre los chilenos. Muchos hinchas aseguran que la generación actual de jugadores es un ejemplo a seguir, debido al gran esfuerzo y espíritu de superación que demostraron en su desarrollo profesional. Este podría ser el motor detrás del alto nivel competitivo alcanzado por el combinado nacional. De acuerdo a la última actualización del ranking FIFA, Chile es la selección número 14 del mundo. Lamentablemente, en el ranking de la educación la historia es distinta. Según los resultados de la evaluación internacional PISA de 2012, Chile ocupa el puesto 50 en el ranking de desempeño de estudiantes de 15 años en matemáticas. Continuando con la analogía del fútbol, esta posición es comparable a la que tenía Chile en el ranking FIFA en julio del 2007, mismo mes en que fue derrotado 6 a 1 por Brasil, resultado que lo eliminó de la Copa América y que tuvo como consecuencia la renuncia de Nelson Acosta y la llegada de Marcelo Bielsa en su reemplazo.

Parece claro que si Chile participara de un Mundial de la educación perdería por goleada muchos partidos y las críticas de los “fanáticos” no se harían esperar, exigiendo cambios profundos. La baja calidad de la educación en Chile está presente en todos los niveles. Incluso si existiera un Mundial en el que Chile pudiera enviar a competir a aquel grupo de privilegiados y privilegiadas que acceden a los colegios particulares pagados, los cuales cuentan con los mejores profesores e infraestructura disponibles, para que se midieran con el estudiante promedio del resto de los países, Chile no alcanzaría ni siquiera a estar entre los 20 primeros sistemas educacionales.

Cabe preguntarse por qué nos iría tan mal en este desigual Mundial de la educación, a pesar de que la inversión en educación de este grupo de familias en Chile es comparable a aquella en los países desarrollados. En nuestra opinión, este bajo resultado se debe principalmente a un problema estructural de nuestra sociedad. Chile es un país donde el sistema económico, político y educativo es poco meritocrático y profundamente clasista. Existen numerosas investigaciones que demuestran que en Chile el “éxito” está fuertemente asociado a factores heredados de los estudiantes más que al mérito. En este contexto existen pocos incentivos al esfuerzo. Ningún jugador mojaría la camiseta sabiendo que el resultado del partido está determinado antes de entrar a la cancha. Ni los ganadores ni los perdedores.

[cita]Toda esta evidencia ayuda a entender por qué en Chile existen tan pocas oportunidades para la gran mayoría y por qué estas se concentran en tan pocas manos. En palabras de James Robinson, destacado profesor de la Universidad de Harvard y coautor del libro Por qué fracasan las naciones, el dominio de los colegios de elite tiene raíces profundas, lo que demuestra que existen instituciones informales que llevan a que las instituciones políticas chilenas sean mucho menos inclusivas de lo que aparentan ser en el papel. Las cifras respaldan esta hipótesis.[/cita]

Por ejemplo, Núñez y Gutiérrez (2004) estudian la discriminación por clases y la meritocracia en el mercado laboral chileno. Los autores encuentran que los profesionales de clase alta ganan aproximadamente 50 por ciento más que aquellos que han crecido en menores estratos socioeconómicos. Dicha brecha no está explicada por diferencias en el desempeño académico en la universidad, habilidades en el manejo de un segundo idioma, estudios de postgrado, la calidad académica escolar o el origen geográfico. Más aún, el efecto del origen socioeconómico sobre los ingresos sobrepasa a aquel obtenido del desempeño académico en la universidad. Así, José Marcelo Salas Melinao jamás hubiera formado parte de nuestra selección chilena de estudiantes.

Por otro lado, Zimmerman (2013) estima el efecto de estudiar en una universidad de elite en Chile (Universidad de Chile y Universidad Católica) sobre la probabilidad de alcanzar un cargo directivo o ejecutivo en una empresa. El resultado principal es que ser admitido en una de estas universidades aumenta en un 50% la probabilidad de alcanzar dicha posición, pero tales ganancias son significativas sólo para aquellos estudiantes que asistieron a colegios secundarios de elite (nueve colegios particulares pagados). Para aquellos que no egresaron de ese tipo de colegio el efecto es prácticamente nulo. Si esta lógica operara en el fútbol, Arturo Vidal seguiría defendiendo los colores del Rodelindo Román FC de San Joaquín.

Finalmente, ante la realidad nacional evidenciada por la encuesta CASEN de 2011, la cual muestra que la cobertura en educación superior alcanza un 91% en el decil más alto de ingresos y tan sólo un 28% en el decil más bajo, los resultados de un estudio realizado por Nicolás Grau (2013) sugieren que aumentar la equidad en el acceso a la universidad incrementaría el nivel de esfuerzo promedio ejercido por un estudiante de Educación Media durante su etapa escolar. Dicho de otra forma, hacer nuestra “liga de la educación” más competitiva aumentaría la probabilidad de ver aparecer a un Gary Medel o un Iván Zamorano en la selección nacional.

Para poner estos resultados en el contexto internacional, Nuñez y Miranda (2011) analizan los patrones de movilidad intergeneracional del ingreso y la educación en Chile. Estos investigadores encuentran que la correlación entre el ingreso de una generación y otra es muy elevada al compararla con otros países. En otras palabras, Chile no sólo es altamente desigual sino que, además, los perdedores son siempre los mismos.

Toda esta evidencia ayuda a entender por qué en Chile existen tan pocas oportunidades para la gran mayoría y por qué estas se concentran en tan pocas manos. En palabras de James Robinson, destacado profesor de la Universidad de Harvard y coautor del libro Por qué fracasan las naciones, el dominio de los colegios de elite tiene raíces profundas, lo que demuestra que existen instituciones informales que llevan a que las instituciones políticas chilenas sean mucho menos inclusivas de lo que aparentan ser en el papel. Las cifras respaldan esta hipótesis. Así por ejemplo, 63% de los senadores en ejercicio durante el 2013 estudió en un colegio particular pagado, al igual que el 90% de los directores de las 100 empresas más grandes en Chile. Según Robinson, esta es una de las razones fundamentales de por qué Chile no se ha convertido en un país desarrollado.

De esta forma, diversas investigaciones muestran que asistir a un colegio particular pagado en Chile asegura beneficios persistentes en el tiempo a una elite reducida, los que dependen débilmente de su nivel de esfuerzo y, al mismo tiempo, excluye a más del 90% de la población del país, reduciendo su motivación y ganas de dejarlo todo en la cancha. Lo anterior, sumado a que la gran mayoría de la clase política pertenece a este grupo de privilegiados, configura un sistema social organizado de manera tal que los ganadores y perdedores son siempre los mismos y con escasas posibilidades de ser reformado, marginando a los Gary Medel del país. Dado todo lo anterior, parece ser que la lógica organizacional de la mafia está más presente en la elite chilena que en la FIFA.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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