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Señor Ezzati: su sonrisa ofende


Vamos por parte. Ricardo Ezzati es una persona que no cae bien. Es un hombre tosco, brusco y áspero en su forma de relacionarse con quienes le rodean.

Nunca pierde una discusión. Siempre tiene la razón y pontifica desde la moral y las buenas costumbres sobre política, vida familiar, ética médica y sobre cualquier tema que acapare la atención de una sociedad cada vez más informada.

Últimamente lo que más molesta de Ezzati es su sonrisa. No puede un hombre que va a un tribunal de justicia a declarar sobre un caso de abusos sexuales que ha destruido la vida de muchas personas llegar con la cara llena de risa.

No puede una persona ofrecer un punto de prensa y decir cosas como “hay víctimas que han sufrido mucho” o “la Iglesia ha acompañado a las víctimas” con una sonrisa propia de un candidato a diputado recién electo.

[cita destaque=»destaque»] Sea por los motivos que sean, señor Ezzati, su sonrisa ofende. Su sonrisa daña. Su sonrisa afecta negativamente a quienes ven cómo su Iglesia pierde tontamente cada oportunidad que se le presenta para hacer las cosas bien.[/cita]

¿Por qué sonríe, señor Ezzati? Déjeme adivinar. Quizás para usted sea comiquísimo el hecho de que haya sacerdotes alrededor del mundo abusando de sus feligreses; quizás para usted sea chistoso que cuatro de los obispos formados por Karadima estén hoy en ejercicio; quizás encuentre, usted, sumamente hilarante que para el Vaticano resulte más grave que un sacerdote reconozca su homosexualidad que el hecho de que un sacerdote abuse de un menor de edad.

O quizás le resulte extremadamente gracioso que Karadima esté hoy recluido en un convento ubicado a pocos metros de un colegio, gestión que usted reconoció como propia y “nada fácil”. O, a lo mejor, no puede contener su sonrisa al recordar la cara de felicidad que debe haber puesto Fernando Karadima cuando usted le regaló chocolates.

¿Qué es tan gracioso, señor Ezzati? ¿Qué puede hacerle sonreír de esa manera en medio de un proceso judicial que rememora el calvario que muchos vivieron por culpa de la negligencia de una Iglesia que dejó pasar años sin investigar nada?

¿Le resulta gracioso que el Papa haya tratado a los osorninos de “zurdos” y de “tontos”? ¿Le resulta gracioso haber obstaculizado el nombramiento de Juan Carlos Cruz en una comisión papal? ¿Le resulta gracioso el apodo con el que su compadre Errázuriz se refiere a Cruz, tildándolo de “la serpiente” que no prevalece? ¿Le es gracioso haber vetado a tres sacerdotes para el cargo de capellán de La Moneda?

Sea por los motivos que sean, señor Ezzati, su sonrisa ofende. Su sonrisa daña. Su sonrisa afecta negativamente a quienes ven cómo su Iglesia pierde tontamente cada oportunidad que se le presenta para hacer las cosas bien.

Hay muchos que preferiríamos reír por otros motivos. Reír de felicidad por que, por ejemplo, hombres como Felipe Berríos se hicieran cargo de los destinos de la Iglesia. Reír de alegría por que hombres como Juan Carlos Cruz integrasen una comisión papal para enfrentar el abuso en la iglesia universal. Reír de emoción por que el obispo Barros renunciara a su cargo. Sonreír con ganas por que los obispos formados por Karadima abandonaran sus cargos y se retiraran de la iglesia.

Sonreír y reír es muy sano, señor Ezzati… siempre y cuando los motivos sean los adecuados. Recuerde que el diablo también sonríe, y mucho.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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