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AFP y educación: egoísmo vs. solidaridad

Roberto Meza
Por : Roberto Meza Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona.
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Agosto fue designado “mes de la solidaridad”, en recuerdo y homenaje al santo chileno, padre Alberto Hurtado (SJ), quien falleció el 18 de agosto de 1951 y cuya vida estuvo dirigida por dicho deseable sentimiento. Hace más de 200 años, en tanto, Adam Smith en su clásico libro “La Riqueza de las Naciones” afirmaba: “No es por la benevolencia del carnicero, ni la del cervecero, ni la del panadero, que llega a nosotros nuestra comida, sino por la atención a su propio interés”, una frase polémica por su aparente apología del individualismo, pero no por eso, menos reveladora de la naturaleza humana, la que, pocos años después de su muerte, confirmarían los estudios de su compatriota británico, Charles Darwin.

Contrariamente al Padre Hurtado, Smith, en su búsqueda de una moralidad plausible que no supusiera para hombres comunes ni la vocación ni obligación de ser santos, estaba convencido que el fundamento de la acción humana no es “ni mandamientos, ni normas sociales, ni ideas nacionales”, sino esos “sentimientos universales, comunes a todos los seres humanos” del panadero, cervecero o carnicero. La proposición ponía en tela de juicio la severa mirada ética teocéntrica que había intentado por siglos conducir el buen comportamiento de las personas y venía a coronar un proceso de revisión de concepciones filosóficas y morales de la Edad Media, iniciado con la invención de la imprenta, posterior Reforma y que se consolidó luego con la Revolución Industrial.

En efecto, durante los siglos XVIII-XIX, la irrupción de las maquinarias y el motor a vapor autorregulado modificaron el pensamiento social, económico, cultural y político, barriendo con las ideas del centralismo monárquico absoluto, paternalista ilustrado. Y pusieron en discusión conceptos desconocidos hasta entonces: la división de poderes y del trabajo, la propiedad como sustento de la libertad, la “mano invisible” de los mercados libres, los beneficios inconscientes que surgen del individualismo gracias a la libertad. Afirmaba Bastiat, “la libertad doma al egoísmo; sin libertad, el egoísmo (de poderes sin restricciones) se desboca y se vuelve dañino; con libertad, se subyuga y tiene efectos positivos”.

Junto a otros, Smith creía que la leal emulación entre hombres libres que voluntariamente se asocian y colaboran para lograr sus propósitos, regidos por normas de convivencia aceptadas mayoritariamente, incluso si son llevados por el puro interés propio y agosita, civilizan a la sociedad y superan el “estado de naturaleza” de la dura competencia por sobrevivir y procrear, propio de la “ley de la selva”, donde la “ultima ratio” es la fuerza coercitiva.

Del mismo modo, hacia fines del siglo XX e inicios del XXI, el impacto económico, político, cultural y social de las llamadas Nuevas Tecnologías de las Comunicaciones e Información (NTIC’s) está provocando profundos cambios, “recableando” una nueva ética, que es producto tanto del infinito acceso a la información, cada vez más extendido, como del modo en que éstas obligan a operarlas: aplanamiento de la verticalidad y reacomodo de las tradicionales formas de autoridad y poderes; conformación de redes sociales horizontales atópicas y asíncronas que estimulan la interacción virtual en línea; individuación creciente, junto a la generación de “comunidades de incidencia” con pretensiones de “universalidad”, gracias a la posibilidad de información y coordinación que éstas herramientas posibilitan, entre otros.

En este nuevo marco, que está incidiendo en las formas democráticas representativas, hijas de las revoluciones francesa e industrial, asistimos, pues, no sólo al desprestigio creciente de los poderes que lideran el sistema, sino también a diarias señales de los cambios que estas nuevas tecnologías están generando sobre la economía, cultura y sociedad. Más allá de la coordinación de acciones posibilitadas por las NTIC’s a “pingüinos”, “No+AFP” o el proceso constitucional, las empresas, la ciencia, la academia, ONG y otras orgánicas humanas, están adecuando su funcionamiento a las nuevas técnicas, so pena de ser fagocitados por quienes ya las integraron.

Las NTIC’s están generando cambios paulatinos, aunque definitivos, de apreciación de la realidad, caracterizadas por estos nuevos usos técnico-culturales. Baste citar a Uber, Facebook, Twitter, robótica, smartphones, Internet de las cosas, para dimensionarlas. Sus provenientes posibilidades hacen, pues, cada vez más irrelevante la representación política al modo tradicional, mientras que la misma política es percibida mayoritariamente como una función que no incide en las vidas diarias de personas que no estén directamente vinculada a ella. De allí la actual opinión sobre la política, los políticos y sus organizaciones.

[cita tipo=»destaque»]Al observar la conducta de los “movimientos sociales single issue”, más pragmáticos y menos generalistas que los partidos políticos tradicionales guiados por ideologías totalizantes, el sentido común muestra un evidente motor individualista que, paradojalmente, siendo colaborativo y coordinado gracias a las redes sociales, les permite hoy, a cada quien, blandir sus intereses propios como exigencias “universales” y darle a su lucha, un carácter representativo “de todo el pueblo”.[/cita]

En paralelo, el egoísmo, como cuidado prioritario de los intereses propios, parece estar cambiando su valoración social y, contrariando enseñanzas tradicionales, comienza a instalarse con legitimidad en las consciencias de buena parte de las personas, que conciben la solidaridad como acto voluntario, de libre determinación, no impuesto. No de otro modo se explica la aparente paradoja que muestracitan las encuestas en las que más del 70% de los consultados se expresa feliz de su entorno inmediato (familia y amigos), pero, al mismo tiempo, similar porcentaje se declara pesimista respecto del futuro del país, al tiempo que reconoce desconfiar hasta del propio vecino.

No es sorprendente, pues, que, según un sondeo de DF, el 77% de las personas de entre 25 y 34 años, que están empezando a cotizar las AFP’s, (nativos digitales) esté en desacuerdo con que el 5% de cotización adicional de cargo del empleador sea destinado a un fondo común, y prefieran que esos recursos vayan a sus cuentas individuales, mientras que, en otra encuesta realizada por Cadem, a nivel general, el 63% expresaran igual postura. Por supuesto, y siguiendo la pauta de la humana naturaleza, del 30% o 40% que se manifiesta partidario del fondo solidario, buena parte corresponde a personas ya cercanas a jubilarse.

Algo similar ocurre con la reforma educacional, en la que, no obstante las buenas intenciones del Ejecutivo de mejorar “la igualdad y la inclusión”, la matrícula en colegios municipales ha seguido cayendo -16 mil menos en 2016- y aumenta la de escuelas particulares subvencionadas (7 mil más) superando en número a la educación fiscal.

Es decir, desbordado el antiguo sentido común sobre la solidaridad que antaño se construía a través de carismáticos líderes políticos o autoridades religiosas legitimadas por un discurso moral representativo de una potestad institucional o divina, acatada sin más, las personas, hoy más informadas, descreídas y huérfanas de tales conductores, desconfiadas y paradas sobre sus pies, retornan a sus intereses y se protegen entre “los suyos”, emergiendo esos “sentimientos universales, comunes a todos los seres humanos” de los que nos hablara Smith, que responden a las pulsiones de supervivencia (y procreación) que Darwin nos legó como aporte comprensivo de nuestra especie, y en las que, por cierto, subyacen la colaboración, solidaridad, amor y justicia, aunque, prioritariamente, para los que cada quien siente cercano y/o amado.

¿Es este sentido individualista, egoísta y empoderado, inconsistente con el desarrollo? Desde la izquierda, esta es una de las críticas más de fondo contra el sistema de capitalización individual de las AFP’s, el cobro por servicios y/o derechos a educarse o a la salud y, en fin, contra el modelo capitalista “neo-liberal” que, centrado en la competencia, abandonó el concepto de solidaridad social del Estado, por el de subsidiariedad, aunque la proclamada solidaridad sea más discursiva que real, porque, en los hechos, cuando la hermanable máxima “de cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad” se ha intentado en países autodefinidos como “socialistas”, la necesidad de sus elites es, también, como en el injusto neoliberalismo -¡oh infausta realidad!- “más necesaria que las de otros”. De allí el rechazo juvenil al capitalismo y el socialismo real y su búsqueda de nuevas formas de organización social equidistantes de aquellos.

Para la derecha, en tanto, el modelo es la materialización del justo sentido de redistribución y asignación de recursos, único compatible con la libertad enfrentada a las pulsiones totalitarias de abstracciones lingüístico-institucionales como la “sociedad” y su expresión institucional, “el Estado”. En efecto, un modelo de libertades normadas jurídicamente se ajusta bien ante el principal fenómeno político relevante, “la persona humana”, para la cual, la equidad -si le creemos a las encuestas- no es sino que “cada quien aporte según su capacidad y a cada quien se le retribuya según su trabajo”. Así, las personas reales pueden practicar (o no) su solidaridad ampliada a lo social, como un acto de voluntad, no obstante que también se invoque un cierto papel focalizado y copartícipe del Estado -a través de la “exacción de impuestos”- para con el más desposeído.

Al observar la conducta de los “movimientos sociales single issue”, más pragmáticos y menos generalistas que los partidos políticos tradicionales guiados por ideologías totalizantes, el sentido común muestra un evidente motor individualista que, paradojalmente, siendo colaborativo y coordinado gracias a las redes sociales, les permite hoy, a cada quien, blandir sus intereses propios como exigencias “universales” y darle a su lucha, un carácter representativo “de todo el pueblo”.

Así, tras más de 40 años de aplicación, las duras señales sobre las que se funda el modelo y con las cuales ha aprendido a vivir gran parte de la gente (“rascarse con las propias uñas), parecen estar ya culturalmente incorporadas, de modo que, actuando de forma egoísta, aún a costa de un aumento de la desigualdad, del abandono de los niños en situación irregular, del aumento de la delincuencia, de los aun 500 mil chilenos que viven en extrema pobreza, de los problemas en la salud de comunas de menores ingresos, merced al “egoísmo extendido” de quienes quieren gratuidad universitaria o que el 5% de cotización patronal vaya a sus cuentas individuales, ahora se busca disminuirla con la premura egoísta de quienes dependen de esos votos y simpatías.

Como en la física cuántica, donde el caótico comportamiento de las partículas pareciera no responder a ley alguna, pero que, finalmente, es sobre ese mundo caótico que se configura la realidad física en la que vivimos, más estable, con comportamiento reconocibles y relativamente previsibles, la aparentemente caótica conducta social egoísta, desprendida de la amalgama unificadora de concepciones del mundo “ordenadoras” y/o liderazgos que brindaban certezas sobre el actuar de cada quien, tiende ahora a ordenarse a través de ese mismo patrón darwiniano, precisamente porque las necesidades son infinitas y los recursos siempre escasos.

La libertad que brinda la mayor consciencia de sí mismo y de los propios intereses -por voluntad de supervivencia y conveniencia- “termina así por domar al egoísmo”. No por la proclamada “solidaridad” -habitualmente practicada con recursos de otros- y que, ejercida tantas veces a la fuerza, parece mostrarnos esa subconsciente evidencia que somos tan egoístas como “el carnicero, el cervecero o el panadero” de Smith. De allí que la civilización y su expresión democrática nos haya llevado a organizar Estados de Derecho, en donde todos vivimos bajo la jurisdicción de leyes y normas mayoritariamente acatadas, de modo de resolver, bajo su imperio y pacíficamente nuestras diferencias, evitando así que, intereses egoístas desbocados, terminen expresándose al modo del “estado de naturaleza”, tal como hemos visto tantas veces.

La historia nos muestra que cuando se ha intentado imponer el ciento por ciento de los intereses propios a otro -sea por codicia o salvífica pasión- las alternativas de futuro se reducen a aceptar que, en cada negociación de intereses contrapuestos, lo inevitable es transar parte de lo exigido; o conseguir imponer todos nuestros puntos de vista con violencia y mantenerlos con ella. Como parece que la mayoría rechaza la violencia (¿) será, pues, el poco prestigiado egoísmo por evitarla el que, más temprano que tarde, aconsejará más racionalidad, pragmatismo y prudencia y menos rabietas adolescentes, terquedad y trasnochados arrojos heroicos medioevales. Así podremos celebrar más agostos “solidarios”, como quería el Padre Hurtado: en paz y donación libre y voluntaria “hasta que duela” para con los más desamparados, en especial aquellos que no son ni cercanos, ni “de los nuestros”, dando así un paso más hacia esa tan lejana “santidad”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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