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Ciencia y democracia: bajo el régimen de la evidencia

Alex C. Gormaz-Matamala
Por : Alex C. Gormaz-Matamala MSc en Ciencias Físicas y Astrónomo, Universidad de Concepción Doctor (C) en Astrofísica, Universidad de Valparaíso
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Recientemente en Chile vimos cómo, de forma inédita en el mundo, se presentaba un recurso de protección a la justicia con tal de acabar con la obligatoriedad de la vacuna contra el Virus del Papiloma Humano (VPH). ¿Las razones? Las mismas de siempre: las vacunas producen autismo, no sirven, son parte de una conspiración farmacéutica-reptiliana-illuminati, etc.  Lo que comenzó como un conjunto de estudios fraudulentos para estafar gente se convirtió en toda una ola de conspiración mundial y que, naturalmente, también llegó a Chile. Al igual que años atrás con Arturito, nuevamente pasamos una vergüenza mundial.

El antecedente no es nuevo: ya previamente se había aprobado por 85 votos y 5 abstenciones prohibir el timerosal en vacunas (finalmente anulado bajo veto presidencial). Sin embargo, este hecho marcó el precedente de lo que pasa cuando temas técnicos son «debatidos» sin preguntarle a expertos.

Cuando el tema de las vacunas se instala en el «debate público», la declaración del mundo académico es categórica: la efectividad y las vacunas está comprobada, no hay «debate» al respecto. Pero mi intención no es hablar sobre vacunas sino sobre ciencia. ¿Por qué se obtiene una respuesta con tantos tintes de autoritarismo (perdón por la aliteración)? ¿Es la ciencia opuesta a la democracia? ¿Son (somos) los científicos acasos dioses descendidos desde el Olimpo para traerles la verdad revelada a los simples mortales?

Ciencia desde un pedestal

Entonces, ¿es democrática la ciencia? Para llegar a una respuesta primero hay que preguntarse: ¿acepta la ciencia a todas las visiones como iguales?

La respuesta es fuerte y clara: no. No todas las posturas son válidas. No hay posturas distintas dentro de la ciencia en torno a si la Tierra es plana o la validez de la Evolución, por dar algunos ejemplos obvios. ¿Pero por qué podemos hacer aseveraciones tan categóricas?

Como hemos señalado en una columna previa, la ciencia es una forma de estudiar la Naturaleza en base a una metodología específica con tal de reducir nuestros sesgos cognitivos. Esta metodología es el método científico: consiste en hacernos una pregunta acerca de lo que nos rodea, (¿por qué se caen las cosas al suelo?, ¿por qué nos electrocutamos?, ¿por qué los seres vivos se mueren?), e imaginarnos alguna respuesta (hipótesis) que la resuelva. Luego, el desafío es poner a prueba nuestra ingeniosa respuesta: nos cuestionamos a nosotros mismos cuestionándonos nuestra brillante solución propuesta. Para ello, comenzamos a filosofar acerca de todas las posibles implicancias que tendría nuestra hipótesis, y comprobar vía observación y experimentación (sobretodo ésta última) si nuestras conclusiones se ajustan a la realidad. Si no es el caso, nuestra hipótesis queda descartada por inconsistente y es momento de pensar en otra.

Ejemplo: ¿por qué caen las cosas al suelo? Nuestra primera hipótesis es que todas las cosas están amarradas a un duende que jala de ellas en cuanto las soltamos: si yo suelto mi taza, el duende la jalará y la taza caerá. Pero nunca nadie ha visto alguna vez a ningún duende hacer eso. ¿Será el duende invisible? Paso la mano por el piso con la intención de palparlo, sin éxito. Quizás es muy escurridizo. La taza tampoco parece estar atada a ninguna cuerda, quizá porque la cuerda es demasiado delgada y quizás el duende es demasiado hábil para moverla lejos de mi alcance. Haremos un experimento: dejaremos caer la taza sobre agua. Si el duende está ubicado justo debajo de la taza el agua delatará su presencia. Si el duende está afuera de nuestra fuente de agua (supongamos que haremos caer la taza dentro de nuestra tina), significa que la taza no caerá en línea recta sino en forma diagonal, porque el duende ahora no está debajo. Suelto la taza y ¡sorpresa! ha caído dentro de la tina sin que se haya delatado la presencia de algo debajo de ella. Conclusión: las cosas no caen por duendes molestos.

[cita tipo= «destaque»]Hacer ciencia es como jugar al detective: si tenemos un crimen en donde la víctima tiene enterrado un cuchillo en el estómago con las huellas digitales de una persona A. Tiene también la víctima restos de piel humana en las uñas (porque probablemente se resistió y arañó al atacante) cuyo análisis de ADN muestra que pertenece a persona A. Y además, la hora aproximada del crimen coincide con la hora a la que se reuniría la víctima con A (se sabe eso porque estaba en su agenda). La conclusión es obvia: el asesino es A. Acá no sirve hacer encuestas ni votaciones tratando de buscar quién es el culpable (imaginemos que A es una persona muy querida por la gente), porque las opiniones personales no tienen el mismo peso que los hechos comprobados. Diremos entonces que la evidencia manda.[/cita]

Si alguien afirma que duendes hacen que las cosas se caigan está mintiendo: su afirmación está en oposición con los hechos. Falló en un experimento que, dicho sea de paso, cualquiera puede realizar y verificar. Otro ejemplo: si la Tierra fuera plana, la sombra en la Luna durante los eclipses sería recta y no curva. Además, el Sol produce diferentes sombras dependiendo de sobre qué parte del mundo caigan sus rayos, lo que incluso permite conocer su circunferencia (algo que hizo Eratóstenes más de mil años antes de que Hernando de Magallanes diera la vuelta el mundo). Por ende, el que la Tierra sea plana es completamente falso porque contradice la evidencia, aunque hay gente que todavía lo cree.

Hacer ciencia es como jugar al detective: si tenemos un crimen en donde la víctima tiene enterrado un cuchillo en el estómago con las huellas digitales de una persona A. Tiene también la víctima restos de piel humana en las uñas (porque probablemente se resistió y arañó al atacante) cuyo análisis de ADN muestra que pertenece a persona A. Y además, la hora aproximada del crimen coincide con la hora a la que se reuniría la víctima con A (se sabe eso porque estaba en su agenda). La conclusión es obvia: el asesino es A. Acá no sirve hacer encuestas ni votaciones tratando de buscar quién es el culpable (imaginemos que A es una persona muy querida por la gente), porque las opiniones personales no tienen el mismo peso que los hechos comprobados. Diremos entonces que la evidencia manda.

A esto nos referimos con el «régimen de la evidencia». La evidencia siempre tiene la última palabra en cualquier discusión. Un debate que no esté basado en la búsqueda de ajustarse a los hechos sino simplemente contrastar visiones personales es estéril. Naturalmente hay casos en los que esto no es relevante. Probablemente usted y yo no coincidamos en nuestros gustos musicales o en qué equipo de fútbol nos gusta (quizás a usted ni siquiera le guste el fútbol). Yo opino que el último gran disco Metallica fue The Black Album, pero puede que usted piense lo contrario y no por eso entraremos en conflicto porque se trata sólo de apreciaciones subjetivas. Pero las demás situaciones necesitarán regirse por la evidencia para validarse. Si tenemos dos teorías que buscan explicar el mismo fenómeno pero se contradicen entre ellas, la correcta será simplemente la que se ajuste a los hechos. Ejemplo: tenemos dos teorías de la gravedad. La primera predice que un objeto tardará 2 segundos en caer al piso desde cierta altura, y la segunda predice que tardará 10. La disputa se zanja simplemente haciendo la prueba: se lanza el objeto desde la altura indicada. Dado que tardó 2 segundos en caer, se muestra que la segunda teoría es errónea. Simple.

Lo anterior puede parecer trivial, pero causa escozor fuera del ámbito científico, lo cual hace que muchas veces se nos tilde de arrogantes o cerrados de mente. Por lo mismo, debemos ser claros en el mensaje: una visión que no tenga evidencia que la respalde (o peor, la evidencia la contradice) no puede equipararse a una que sí tiene. La Evolución y el Creacionismo no son igualmente aceptables, porque uno cuenta con el respaldo de los hechos y el otro no. Frente a la evidencia entonces, las opiniones que tengamos nosotros son irrelevantes.

Hacia el gobierno científico del pueblo

Tenemos entonces que, en temas científicos, las opiniones personales carecen de relevancia porque lo que importa es lo que la evidencia demuestre. ¿Significa eso entonces que la ciencia es antidemocrática? ¿Aboga la ciencia por una visión estalinista del mundo en donde no se pueda disentir?

De ser así, el conocimiento sería algo fijo e inmutable, y sabemos que no es el caso. La ciencia ha permitido que nuestro conocimiento no sólo se expanda sino que también se actualice, dando por obsoletas muchas cosas que antaño pensábamos que eran ciertas. ¿Y entonces?

Analicemos: la evidencia determina qué cosas son ciertas y cuáles no. Pero, ¿cómo encontramos la evidencia? Ya vimos que era necesario hacer observaciones y experimentos. Sin embargo, ¿qué sucede cuando éstos no nos permiten obtener una conclusión clara? Habrá que rehacer el experimento o ingeniárselas para implementar otro distinto. Y es aquí precisamente en donde debemos considerar que todos los experimentos tienen un margen de error asociado, debido simplemente a nuestras propias limitaciones.

Volvamos al ejemplo de las dos teorías gravitacionales. Luego de haber mostrado que la segunda teoría era errónea, llega una tercera que predice que el cuerpo tardará no 10 ni 2 sino 2,01 segundos en caer al piso. En el primer experimento, un error de 0,01 segundos en el resultado final era irrelevante, dado que la diferencia entre las predicciones teóricas era mucho mayor. Pero ahora dicho error sí importa debido a que la diferencia se ha acortado. Por lo tanto, el nuevo experimento que efectuemos deberá tener un margen de error mucho menor. Podemos medir el tiempo de caída con un cronómetro más preciso o dejar caer el cuerpo desde más altura para que la diferencia entre los tiempos de caída teóricos sean mayores. Supongamos que optamos por la segunda opción: desde un edificio más alto, la primera teoría predice un tiempo de caída de 16 segundos y la nueva teoría, de 17 segundos. Y ahora el cronómetro marca 16,9 segundos con un margen de error de una décima. ¡La nueva teoría ha desplazado a la anterior!

¿Qué llevó a la formulación de una nueva teoría? El haber sido capaz de cuestionar lo sabido. La ciencia no funciona en base a verdades reveladas sino en base a conocimiento. Dicho conocimiento se basa en las conclusiones derivadas del análisis a la Naturaleza, a partir de los hechos observados en ella. Pero sabemos que los hechos pueden a veces interpretarse de distintas formas, por lo cual debemos estar revisando lo que sabemos constantemente, con tal de irlo perfeccionando. Este sistema de retroalimentación ha sido la clave del método científico: le permite corregir sus errores e ir perfeccionando sus postulados.

Newton nos mostró que la atracción gravitacional entre los cuerpos se podía describir de forma sencilla. Einstein demostró que la teoría de Newton no servía cuando los objetos se mueven a velocidades cercanas a la de la luz. Él se dedicó a buscar evidencia que apoyara su Relatividad, sin desconocer la evidencia que validaba la gravedad newtoniana. Hoy en día sabemos que la Ley de Gravitación Universal de Newton es válida sólo cuando los cuerpos no son demasiado grandes y sus velocidades tampoco. No es de extrañar que la evidencia respaldara a Newton, porque en esa época no se conocían cuerpos supermasivos como agujeros negros ni teníamos cómo medir velocidades gigantes. Pero conforme la ciencia y el conocimiento avanzan, también lo hace la tecnología, lo que nos permite medir con mejor precisión. Esto modifica resultados y entrega nuevas evidencias para aprender nuevas cosas a futuro.

Para hacer ciencia, se necesita pensamiento crítico entonces. Se necesita disentir de lo que se da por sabido y, sobretodo, es capaz de proponer nuevas ideas. Si estas ideas son capaces de cambiar o perfeccionar el conocimiento, contribuirán. En caso contrario, las ideas se pueden modificar para mejorar. Y este proceso de retroalimentación lo puede hacer cualquiera, por lo que la ciencia sí está al alcance de todos.

Un concepto fundamental en una democracia es el de la igualdad ante «la ley». En este caso, la ciencia ofrece una igualdad para cualquiera que proponga una hipótesis (por muy disparatada que parezca al principio, como la del duende y la cuerda). La diferencia es, que para ser aceptada una hipótesis, idea u opinión ésta debe pasar por este proceso de revisión que aquí hemos llamado el régimen de la evidencia: debe ajustarse a los hechos y resistir los cuestionamientos para poder ser validada. Y en caso de que esto no se cumpla no es el fin del mundo: dicha idea puede modificarse y perfeccionarse.

Entonces, la ciencia sí es democrática. Más aún: la democracia requiere del pensamiento crítico para sobrevivir. Un punto débil de la democracia es su carácter cuantitativo: el voto de una persona fanática vale lo mismo que el de una crítica. Por eso muchas veces escuchamos más consignas que ideas en los debates, porque es más efectivo buscar llegar a la masa que al individuo cuestionador. Una democracia sana necesita entonces ciudadanos que no sólo sean críticos, sino que además sean capaces de aportar nuevas ideas para mejorar la sociedad. Necesitamos gente en ciencia que cuestione lo que sabemos, con tal de ir perfeccionando nuestro conocimiento. Una sociedad necesita exactamente lo mismo.

‘Estoy en completo desacuerdo con tus ideas, pero con gusto daría mi vida con tal de que puedas defenderlas’. Esta frase, que refleja el espíritu de la libertad de pensamiento en un gobierno democrático y atribuida erróneamente a Voltaire, no son sólo palabras de buena crianza. Como he señalado previamente, los seres humanos somos muy autocomplacientes, por lo que necesitamos escuchar opiniones distintas a la nuestra con tal de poner a prueba lo que pensamos. Todo esto guiado por el respaldo de los hechos. Una opinión no basada en hechos es un dogma, y ya sabemos lo dañinos que son.

Para ello entonces, necesitamos formarnos como ciudadanos críticos y abiertos a perfeccionar nuestras ideas (y dado que somos imperfectos, éste es un proceso infinito).  Debemos entender que la vida es un continuo aprendizaje, por lo que a veces tendremos la razón y a veces no. Lo importante es superarnos como humanos, adquirir más y mejor conocimiento, sin temor a equivocarnos. Tal como en la ciencia: el científico que formuló la teoría que predijo un tiempo de caída erróneo de 10 segundos no era un tonto ni hizo mal su trabajo. Simplemente formuló una teoría para poner a prueba a la primera, así como hasta el día de hoy se sigue poniendo a prueba a la Teoría de la Relatividad de Einstein. Las verdades absolutas no existen. Éste es otro aporte que hace la ciencia a la sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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