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De elecciones de rectores, gobernanza universitaria y otras yerbas Opinión

De elecciones de rectores, gobernanza universitaria y otras yerbas

Enrique Fernández Darraz
Por : Enrique Fernández Darraz Doctor en Sociología, académico.
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Creo que es efectivo que algunos rectores han sido elegidos una cantidad de veces que puede parecer excesiva y que encierra el riesgo de generar prácticas cortesanas. Pero no es menos efectivo que algunos de ellos han alcanzado logros notables en sus instituciones y que, probablemente, por esa misma razón han resultado reelectos. La pregunta, entonces, es otra: ¿por qué son reelegidos aquellos rectores que no exhiben los mismos éxitos, sino al contrario? Y, no menos importante, ¿qué responsabilidad le cabe en ello al propio cuerpo académico, que se conforma con esa situación?


Escribir sobre rectores universitarios se ha vuelto glamoroso, en especial cuando se hace con un pretendido estilo crítico. Y no es para menos, varias universidades chilenas se encuentran en pleno proceso eleccionario y otras tantas se preparan para ello.

Diversos artículos publicados recientemente se abocan a estos temas, pero hay dos que me parece importante comentar: uno sobre la elección del rector Álvaro Rojas en Talca, otro sobre la actuación de Pilar Armanet, quien deja la rectoría de la Universidad de las Américas.

Pienso que es relevante comentarlos para precisar ciertos conceptos contenidos en ellos y para contribuir a elevar la discusión.

Efectivamente en Chile existen rectores que han sido reelegidos varias veces consecutivas, pero de ello no se puede inferir una crisis de “performance” democrática de las instituciones. Como tampoco se puede deducir de la actuación de Armanet una banca rota de la gobernanza de las universidades chilenas.

[cita tipo=»destaque»]Por otra parte, la responsabilidad de la existencia de nuevos candidatos no se puede adjudicar solo, ni principalmente, a la rectoría en ejercicio. No es responsabilidad de esta formular un proyecto alternativo a sí misma. En otras palabras, no se trata del cambio por el cambio –como uno de los artículos señala–, ni tampoco de buscar por buscar un “recambio” de rostros –como (contradictoriamente) el mismo artículo indica, al parecer, pensando que son cosas distintas–, sino de preguntarnos por el mejor proyecto institucional, por cómo construirlo, promoverlo, y quiénes pueden dirigirlo.[/cita]

La pregunta por el número de períodos óptimos en que un rector –u otra autoridad– puede ser reelecto es de larga data y no tiene respuestas taxativas, a pesar de la extensa literatura al respecto. Esa es una opción política, como lo es elegir uno u otro candidato o candidata. Entonces, existen universidades, como la Austral de Chile, que restringen a dos el máximo de elecciones consecutivas y otras que no fijan límite.

La pregunta debe plantearse, entonces, no por la persona, sino por el modelo de gobierno que las instituciones se quieren dar o que el país requiere para su mejor funcionamiento.

Por otra parte, la responsabilidad de la existencia de nuevos candidatos no se puede adjudicar solo, ni principalmente, a la rectoría en ejercicio. No es responsabilidad de esta formular un proyecto alternativo a sí misma. En otras palabras, no se trata del cambio por el cambio –como uno de los artículos señala–, ni tampoco de buscar por buscar un “recambio” de rostros –como (contradictoriamente) el mismo artículo indica, al parecer, pensando que son cosas distintas–, sino de preguntarnos por el mejor proyecto institucional, por cómo construirlo, promoverlo, y quiénes pueden dirigirlo.

Un poco más compleja es la deducción que se hace de “la crisis de gobernanza de las rectorías universitarias chilenas”, a partir de la actuación de Pilar Armanet. Este juicio va mucho más allá de mezclar peras con manzanas. En Chile existen variados modelos de elección o nombramiento de rector: votación directa, comités de búsqueda, designación por los sostenedores, por juntas directivas, entre otros. Por lo mismo, no es posible suponer una crisis generalizada. Menos aún, cuando la mayoría de las universidades ha funcionado bastante bien, pese a las dificultades que deben sortear.

Creo que es efectivo que algunos rectores han sido elegidos una cantidad de veces que puede parecer excesiva y que encierra el riesgo de generar prácticas cortesanas. Pero no es menos efectivo que algunos de ellos han alcanzado logros notables en sus instituciones y que, probablemente, por esa misma razón han resultado reelectos. La pregunta, entonces, es otra: ¿por qué son reelegidos aquellos rectores que no exhiben los mismos éxitos, sino al contrario? Y, no menos importante, ¿qué responsabilidad le cabe en ello al propio cuerpo académico, que se conforma con esa situación?

El mayor equívoco de los artículos, sin embargo, es personificar el gobierno y la gestión de una universidad en una sola persona. Esto no significa menospreciar el rol que los rectores tienen, sino situarlo. Una de las principales características de las universidades con tradición académica es tener una estructura que combina, en todos los niveles, autoridades unipersonales y colegiadas, que reducen el riesgo de monopolio del poder. Esta obliga a las autoridades superiores a largos procesos de deliberación y decisiones colectivas, que forman la base de un sistema bastante democrático de gobierno y gestión. Si ello es lo óptimo o es lo que queremos, es otra pregunta. Pero en los hechos, es así como funciona.

Es más, me atrevo a apostar que aquellos rectores que han sido exitosos son precisamente quienes han sabido convivir bien con visiones distintas y, sobre todo, integrarlas en los proyectos académicos que encabezan. Bastaría revisar un par de datos para verificar esta afirmación. Por ejemplo, ¿cuál ha sido la rotación de cargos de confianza en el curso de los períodos rectorales y quiénes han sido los académicos que los han ocupado?

Tal vez la respuesta nos sorprenda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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