Publicidad

Ascanio Cavallo plantea el «estupor y desconcierto» de la derecha ante los nuevos valores sociales como la causa de su crisis

El decano de periodismo de la UAI dice que el eje central es la defensa del “modelo”, lo cual significa una democracia regulada y un liberalismo económico que “con Piñera se ha convertido en un raro injerto de ortodoxia con reforma. En ciertos planos, la ortodoxia la ha representado la UDI, que fue crítica del gobierno durante todo el primer año, y en otros, RN, que ha ejercido ese papel en todo el período siguiente. Es parte del talento aprendido de Piñera haber logrado que ambos partidos adquiriesen cierto pragmatismo bajo su alero, aun al costo de una credibilidad endeble que la oposición tradujo, con algún éxito, como el gobierno de la letra chica”.


El decano de periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez, Ascanio Cavallo, plantea la tesis de que la crisis que atraviesa la derecha se debe al “estupor y desconcierto” ante los nuevos valores sociales y por más que muestre las buenas cifras de gestión del actual gobierno, hay una confusión en la sociedad que no valoriza tales éxitos.

En su columna en La Tercera, el académico explica que actualmente la política chilena se encamina hacia una “encrucijada de mediano plazo: el descalabro o la refundación. Ya no se trata sólo de un “nuevo ciclo”, como se pensaba hasta hace algún tiempo, sino de opciones algo más agudas que afectan a todos los grupos vigentes, incluso a los alternativos”.

“En línea con la urgencia de coyuntura, por ahora encabeza la procesión el conglomerado de la derecha, que ha batido el récord de liquidar a tres candidatos presidenciales en tres meses y de convertir a julio en un carnaval de contramarchas que tiene cierta semejanza con 1993, cuando obtuvo su peor resultado en las urnas. El parecido es que aquel año estaba derrotada de antemano ante el avance arrollador del apellido Frei, como ahora parece estarlo frente al apellido Bachelet. La diferencia es que entonces tenía aún el corazón partido entre el pinochetismo y los esfuerzos de un sector liberal que deseaba romper con tales cadenas. Hoy no existe nada parecido -salvo alguna excepción atávica más bien inconfesable-, pero el nivel de desconfianza y sospechas recíprocas resuena con más crudeza que nunca antes”, sostiene.

Y agrega que lo más llamativo de esta refriega es que carece por completo de diferencias programáticas, ya que “la confrontación entre Andrés Allamand y Laurence Golborne, los debates entre Allamand y Pablo Longueira y, por fin, la renuncia de Allamand ante Evelyn Matthei, sólo se han disputado una idea central: continuar el gobierno de Sebastián Piñera. No es una idea intrínsecamente mala —a la Concertación le fue bien con ella durante 20 años—, pero nadie podría creer que sea muy luminosa, tratándose de un gobierno que se felicita cuando llega al 40 % de aprobación”.

Cavallo sostiene que la derecha muestra las buenas cifras de gestión del gobierno de Piñera, pero “se encuentra, con desconcierto, ante la evidencia de que la sociedad no valoriza de la misma manera tales éxitos. Algunos culpan a un presunto déficit de comunicaciones de La Moneda, mientras otros ponen el foco en sus desaciertos políticos, como si los anteriores gobiernos no hubiesen tenido ni una ni otra cosa. El hecho es que ese gap entre los valores de la derecha y los nuevos valores sociales está en el fondo de su descalabro, mucho más que la perspectiva de ser derrotada por Bachelet”.

Explica que Bachelet, para estos efectos, es sólo la materialización de una perplejidad más profunda, “que escapa de las fronteras y se extiende hasta una escala global. Los gobiernos de referencia en el mandato de Piñera —Silvio Berlusconi en Italia, Nicolas Sarkozy en Francia, Mariano Rajoy en España—, gobiernos que intentaron “redisciplinar” a sus dispendiosos welfare states, han terminado o se encaminan hacia la catástrofe, aun cuando sus países flotan sobre los 30 mil dólares per cápita. ¿Qué quieren los descontentos, los “indignados”, que han llenado las calles de esas metrópolis y ahora sacuden incluso al Brasil protosocialista de Dilma Rousseff, que recién sobrepasa los 12 mil dólares per cápita?”.

El académico precisa que tales casos proyectan dudas sobre la gobernabilidad en el siglo XXI, por lo que la originalidad de la derecha consiste en la afirmación de la singularidad chilena, “la de un país que puede ir en contra de la corriente y desafiar la desaceleración o la estagnación del mundo. Sólo que esta idea ya no es tan provocativa como lo fue en los 90, cuando la restauración de la democracia multiplicó los panes y los peces en vez de sumir al país en el caos que profetizaba el pinochetismo”.

Y menciona que el eje central de esta afirmación es la defensa del “modelo”, lo cual significa una democracia regulada y un liberalismo económico que “con Piñera se ha convertido en un raro injerto de ortodoxia con reforma. En ciertos planos, la ortodoxia la ha representado la UDI, que fue crítica del gobierno durante todo el primer año, y en otros, RN, que ha ejercido ese papel en todo el período siguiente. Es parte del talento aprendido de Piñera haber logrado que ambos partidos adquiriesen cierto pragmatismo bajo su alero, aun al costo de una credibilidad endeble que la oposición tradujo, con algún éxito, como el gobierno de la letra chica”.

Sin embargo, explica que tal pragmatismo aparece ensombrecido por la perplejidad, “como lo revelan las frecuentes apelaciones de sus autoridades económicas a comparar la situación chilena con el mal estado del mundo. Para ellas, las demandas públicas no parecen sólo insaciables, sino sobre todo incomprensibles. El de Piñera es el gobierno que más ministros ha perdido por la conducta de las calles”.

Cavallo argumenta que las polémicas que ha enfrentado recientemente la derecha se han estado resolviendo con argumentos personales y en el caso de los escaños parlamentarios, con cálculos tácticos ya no orientados a no ganar, sino a no perder demasiado.

“Tanto la UDI como RN han podido paladear el sabor venenoso del sistema binominal en el ejercicio de preparar sus listas para el Congreso. Las entradas y salidas de precandidatos al Senado y a la Cámara reflejan el apurado activismo, no de sus bases, sino de sus técnicos electorales, atravesados por una vaga conciencia de que tantos vaivenes dañan la naturaleza de una alianza. Nadie apela tanto a la unidad cuando ella está garantizada, y en 23 años de democracia política nunca se había repetido de manera más insistente ese llamado como en los 120 días pasados”, añadió.

Por tal motivo, señala que el resultado de esa ansiedad es la candidatura de Evelyn Matthei, ya que “el ala herida de RN ha querido seguir condicionando a un consejo general para una semana más. Se trata de una mera infatuación, no sólo porque RN carece de alternativas propias, sino porque no hay duda de que Matthei hará que su postulación sea competitiva, intensa y espiritosa. El vigor que se le conoce parece hoy el único bálsamo para el cuerpo dañado de la derecha, el último recurso para sacarla del derrotismo y llegar a octubre con algo más que la pura dignidad”.

“A Evelyn Matthei le ha sido asignada la tarea más difícil de los últimos tiempos, la de enfrentar a una adversaria que parece incombustible. Desde el momento mismo en que fue designada por la UDI, ella mostró su decisión y la larga preparación que ha tenido para este desafío. No se ve en su desplante ni un asomo de los quebrantos que sacaron a sus tres antecesores del camino. Pero esto es sólo en el plano electoral, en el territorio áspero de la campaña y el disciplinamiento de sus aliados. Si es verdad que las elecciones presidenciales ponen a los países en frente de sus sueños para el futuro, falta aún por saber si Matthei podrá levantar una ilusión superior a la de los golpeados partidos que la secundan, es decir, una ilusión que deje atrás los fantasmas, las culpas y los dolores del pasado. En las circunstancias actuales, esto significa nada más y nada menos que refundar la derecha”, explica.

Publicidad

Tendencias