Por cada persona que trabaja desde casa con la computadora, hay miles sin acceso seguro a la web. Las lecciones de la pandemia podrían ayudarnos a superar este desfase.
El mundo está presenciando una de las transformaciones organizativas más rápidas de la historia, ya que los Gobiernos y las empresas dependen en gran medida de Internet para minimizar la paralización causada por los bloqueos y otras medidas extremas para contener el coronavirus.
En las últimas semanas ha aumentado más que nunca el uso de tecnologías digitales: para trabajar desde casa, escuelas y universidades, asistir a clases en línea, asesorar a los pacientes a través de la telemedicina y reunir a los líderes políticos virtualmente.
Las herramientas digitales, como las aplicaciones y los datos de teléfonos inteligentes, también se utilizan para controlar la propagación del virus. Compañías tecnológicas como Alibaba y Tencent, en China, e IBM, Google y Microsoft, en Estados Unidos, están desplegando sus capacidades informáticas de alto rendimiento para apoyar a los investigadores, que buscan soluciones a la pandemia del coronavirus.
Sin embargo, esta creciente dependencia de las plataformas digitales ha puesto de manifiesto la profunda división entre los que tienen acceso a dicha tecnología y los que no, dice Torbjörn Fredriksson, jefe de economía digital en la Conferencia de las Naciones Unidas de Comercio y Desarrollo (UNCTAD).
Él cita el ejemplo de las personas mayores, incluso en los países más avanzados, que son más vulnerables a la enfermedad, pero que no están digitalmente bien equipados para acceder a toda la información, en tiempo real, que se difunde en línea para responder contra el brote de Covid-19.
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Es evidente que muchas de las herramientas digitales, que se están implementando en el mundo desarrollado para hacer frente a la pandemia, como las conferencias online, las aulas virtuales y las compras en línea, no se pueden usar en la mayoría de los países en desarrollo y menos desarrollados, que han limitado acceso a la web, haciéndolos especialmente vulnerables en esta crisis.
«Una vez que las empresas, organizaciones y Gobiernos utilicen cada vez más a soluciones digitales para hacer frente al distanciamiento social, las prohibiciones de viaje y otros efectos de bloqueo, aprenderán a usar las tecnologías digitales de otra manera a la que estaban acostumbrados», afirma Fredriksson. «Una vez que la economía repunte, veremos una economía y una sociedad más digitalizadas, pero solo en los países que han podido aprovechar esas herramientas digitales”, subraya.
La mitad de la población mundial está conectada a la web. Solo una de cada cinco personas usa Internet en los países menos desarrollados, según muestran los datos de la UNCTAD. En los países más pobres, menos del 5% de la población compra en línea en comparación al 60% u 80% en las naciones avanzadas.
«Necesitamos prestar toda la atención a la dimensión digital de la resiliencia económica de los países, ya sea por un desastre natural, por una crisis sanitaria o por cualquier otra crisis», dijo Fredriksson.
La pandemia también ha dejado al descubierto la creciente brecha digital entre los empleos tradicionales de fabricación y prestación de servicios, como los de las empresas automotrices, restaurantes y hospitales, y los llamados trabajos en los sectores de informática y la banca. Mientras las compañías automotrices se vieron obligadas a cerrar plantas para combatir el virus, las empresas de informática y financieras continuaron operando sin mayor dificultad.
«El Covid-19 ha agudizado estas diferencias, ya que el trabajo digital es mucho más fácil hacerlo virtualmente que el trabajo físico tradicional», dijo a DW Marco Lansiti, profesor de Administración de Empresas en la Harvard Business School.
«Nuestra economía no funciona solo gracias a las empresas digitales, y la brecha entre el trabajo digital y el tradicional se ha profundizado dramáticamente, marcando diferencias entre salud y enfermedad», aseguró Lansiti, asesor de empresas tecnológicas como Microsoft, Facebook y Amazon.