Claves para una crianza basada en la autonomía de niños y adolescentes.
La educación tiene como uno de sus pilares fundamentales el desarrollo de la autonomía personal. Un niño o niña autónomo es aquel que, dentro de las capacidades esperadas para su edad y contexto sociocultural, puede realizar por sí mismo tareas y actividades propias de su vida diaria, así como desarrollar la capacidad de pensar críticamente.
Por el contrario, un niño o niña con baja autonomía se caracteriza por ser dependiente, requiriendo ayuda constante, mostrando poca iniciativa y, en ocasiones, viviendo bajo una sobreprotección excesiva. La falta de hábitos de autonomía puede afectar negativamente el aprendizaje y las relaciones sociales.
A medida que un niño o niña progresa en su autonomía, también lo hace en su capacidad de aprendizaje y en sus relaciones con los demás.
El núcleo familiar es el primer escenario donde los niños comienzan su viaje hacia la interacción social. Es en este entorno cálido y familiar donde encuentran sus primeros modelos de aprendizaje, comienzan a desarrollar sus habilidades sociales y capacidades, y establecen vínculos socioemocionales que les brindarán la seguridad necesaria para desenvolverse en el mundo. Sin embargo, la familia no es el único actor en la formación del individuo. El sistema educativo y el entorno social también juegan un papel crucial en la socialización de los niños.
La familia, como primer espacio de socialización, tiene la responsabilidad de brindar a los niños las herramientas necesarias para desenvolverse con seguridad y autonomía en el mundo que lo rodea. Dentro de los estilos de crianza que se pueden dar en las familias, se ha demostrado que el que mejor desarrolla la autonomía es el democrático.
Este estilo se caracteriza por padres, madres o adultos de referencia con autoridad, pero no autoritarios. Ser un padre o madre democrático significa ser capaz de establecer límites claros y razonables y de explicar las razones detrás de esos límites. En estas familias, los progenitores animan a sus hijos e hijas a participar en la toma de decisiones y a expresar sus opiniones a través del diálogo, la negociación y el respeto mutuo.
Los estilos parentales autoritarios o centrados en el control pueden tener efectos negativos en la autonomía, mientras que los estilos más próximos a una parentalidad positiva suelen promover un proceso fluido de desarrollo de la autonomía personal.
La infancia es una etapa crucial en el desarrollo de la autonomía. Los niños y niñas que aprenden a ser independientes desde pequeños estarán mejor preparados para afrontar los retos de la vida adulta. Desde casa, podemos favorecer esta independencia si:
La adolescencia no puede ser entendida como una etapa independiente. Es el momento en el que todo aquello que los niños han ido aprendiendo durante las etapas anteriores se pone en práctica. La autonomía es una de esas habilidades más relevantes en esta etapa pues el adolescente exige un aumento de autonomía frente a la etapa anterior.
Fomentar la autonomía en adolescentes que presentan comportamientos desafiantes puede ser un reto, pero es importante para su desarrollo personal. Algunos de los consejos para lograrlo son:
Finalmente recordar que la adolescencia es una etapa de cambios tanto físicos y sociales como psicológicos. Cualquier problema en uno de estos ámbitos va afectar directamente a la relación familiar. Es recomendable acudir a un profesional que nos pueda ayudar en nuestro caso concreto si vemos que la situación no es manejable.
Martina Ares Ferreirós, Profesora en el área de psicología del desarrollo, Universidade de Vigo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.