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«Mamá, por qué me pusiste este nombre»: el testimonio de una madre de una niña trans Día de la Madre

«Mamá, por qué me pusiste este nombre»: el testimonio de una madre de una niña trans

Loreto Santibáñez
Por : Loreto Santibáñez Editora de Agenda País y Revista Jengibre. Periodista PUC con experiencia en prensa escrita, radio y TV, tanto en Chile como en el extranjero.
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No es fácil ser mamá de un niño transgénero. Hay que aprender a responder preguntas que a veces ni siquiera se conocen las respuestas. Hay que convivir con las dudas y los cuestionamientos y entender que hay personas que no aceptarán a tu hijo. Y que hay miedo por un futuro incierto.


«Siempre había querido tener un niño, siempre soñé con que mi primer hijo iba a ser un hombre, entonces fue difícil desprenderme de ese deseo tan mío, tan personal que a veces uno ni siquiera lo comparte con los demás», recuerda Mónica Flores.

Como muchas mujeres, ella esperaba ansiosamente a su primer hijo. Pero luego de que nació y empezó a crecer, notó que algo era diferente: su hijo no se identificaba con lo que tradicionalmente le gusta a los niños sino que prefería las cosas de niña.

«Lo viví con harta angustia porque no sabía qué hacer. Mi primera opción fue dejar que se expresara, darle su espacio y no coartarle ninguna de sus manifestaciones pensando en que solo era su exploración del mundo», cuenta.

Pero todavía las cosas no encajaban para Mónica. Ella, sicóloga de profesión, empezó a conversar con otra colega, amigas cercanas, educadoras de párvulos, buscando una respuesta que no podía encontrar.

«Uno empieza a cuestionarse si esto será una etapa e irá a pasar y me decían que todos los niños exploran, que ahora por el tema de la igualdad de género en los jardines se tiene de ambas cosas y se mezclan todos los niños porque la idea es terminar con esto tan binario y tan marcado del género y de los estereotipos», señala.

Sin embargo, el tiempo seguía y lo que todos le decían que iba a pasar no sólo no cambiaba, sino que se hacía más fuerte. No fue hasta que conoció al consultor de derechos humanos Andrés Rivera donde todo le hizo sentido.

«Por mi trabajo tuve que ir a una charla de identidad de género y cuando lo escuché sentí que muchas de las cosas que él decía y que contaba que le habían pasado en su vida, era lo que yo veía en mi casa», recuerda Mónica. Y es que Rivero es un hombre transexual.

«Ahí empecé a reunirme con él, comencé a leer y me di cuenta que había otros papás a los que le pasaba lo mismo y me di cuenta también que no había políticas públicas, que no había un lugar donde pudiera ir y me dijeran ‘sí efectivamente pasa esto’, sino que era yo la que tenía que armar un rompecabezas. Y cuando uno se empieza a encontrar con que hay un sufrimiento porque ya no es un juego, ya no es que sólo le gusta este color o cierta ropa, ya no es sólo la mariposa o el hada, empecé a poner más oído, a conversar con mi hijo… hasta que un día me dice ‘mamá yo siempre he sido niña, por qué me pusiste otro nombre», cuenta.

Fue a los 4 años y medio cuando Mónica se dio cuenta que no había tenido un hijo, sino una hija transgénero, es decir, una persona que se identificaba como mujer, pero cuyo género asignado era el de un hombre.

Y a pesar de la tranquilidad que le dio entender qué le estaba pasando a su hija, un gran temor se apoderó de ella: «Son sentimientos encontrados porque si uno ve que hay un hijo que está sufriendo y que está tan decidido en algo obvio que siento que tengo que acompañarlo, pero también uno se encuentra con que vivimos en una realidad y en un país determinado y te das cuenta que parece que estas personas no lo pasan bien, no son aceptados, que las tasas de suicidio son súper altas, que hay mucha prostitución o drogas, hay muchos cuestionamientos».

Como toda madre, Mónica deseaba lo mejor para su hija, pero no quería equivocarse. Hasta ese momento, no sabía mucho de la transexualidad por lo que empezó a visitar a especialistas para que la guiaran: «Como todas las personas claro que uno piensa que son muy pequeños, pero cuando también empiezo a darme cuenta de que es un sentir profundo que no puedo cuestionar y que viene desde siempre y que también yo tengo recuerdos desde que la veo moverse que expresa eso, que no es una cosa antojadiza, entonces ahí dije ‘ya poh, vamos, veamos qué pasa’”.

La decisión de dejar que su hija comenzara a vivir como quería estaba llena de dudas y los cuestionamientos de los otros también se hicieron sentir: «En general hubo mucho apoyo de la gente más cercana, que notaba que mi hija siempre había manifestado algo diferente a lo esperado a su género y sexo, pero hubo gente que me hizo sentir como que estaba loca, que no era una decisión que yo podía tomar a este edad. Perdí amigas, perdí a algunas mamás del jardín, que no estuvieron de acuerdo con mi decisión, y también parte de mi familia se alejó. Sin embargo, gané a otras familias y he ganado cosas que nunca pensé en mi vida con todo este proceso».

Y es que pese a lo que mucha gente podía pensar, Mónica no se lo tomó a la ligera. Había intentado que su entonces hijo jugara con los hombres de su curso, pero no había caso, tenía sólo amigas en el jardín. Incluso en el curso se comentaba que era distinto y le decían que tenía un «ángel especial» porque era muy emotivo. Tanto se empezó a notar, que la tía le pidió que le cortara el pelo, que hasta ese momento era crespo y desordenado. Aún así, nada cambiaba.

«A veces me cuestioné que quizás yo debí haberla dirigido más a lo que era biológicamente, pero siempre he sentido que uno no tiene que formar o limitar todo lo que los hijos van a hacer, también uno tiene que darles libertad de expresarse», señala.

Cuando Mónica empezó a buscar colegio, aún no sabía que era una niña trans, pero sí sabía que manifestaba cosas distintas. Por eso escogió uno que fuera inclusivo y respetuoso del ser humano, que contaba con un programa de integración y diversidad que incluía niños con síndrome de Down, asperger o algunas discapacidades.

Fue en pre kínder cuando en un recreo le dijo a una tía: «Te voy a contar un secreto, pero tú no le puedes contar a nadie, porque todavía yo no lo decido, pero yo soy niña y me llamo tanto».

Con una increíble madurez, pese a tener cuatro años, la hija de Mónica ya empezaba a manifestar públicamente quién era en realidad: «Todos los niños trans son así, porque tienen que enfrentarse a todo el mundo para que entiendan lo que ellos sienten. Yo lloré sola durante mucho tiempo por eso, porque ella a esta edad tiene que estar pensando cómo mierda le explica al resto qué es lo que siente que es, cuando ella solo debería estar jugando y divirtiéndose».

La niña poco a poco empezó a sentir confianza sobre quién era. «Cuando uno como mamá empieza a decirle que sí los acepta, los llama por el nombre que escogieron, que ya puede ser niña en la casa, rápidamente ellos sienten ese apoyo y se lanzan», explica Mónica.

Ahí empezó un trabajo con el colegio para ver qué hacer, porque el niño que ingresó en pre kínder volvería como niña al año siguiente.

Para eso, había que decirle a sus compañeros de curso. Se hizo un video contando su historia y se lo mostraron a los papás. «Ellos nos apoyaron un cien por ciento, si hay algún papá que no estuvo de acuerdo nunca lo dijo, nunca lo sentimos tampoco, al contrario muchos nos dijeron que esto era una oportunidad, que era bueno para sus hijos educarse en un colegio donde se respetara al ser humano», recuerda.

También les entregaron a los apoderados un cuento español llamado La Gran Equivocación, que habla de un hada que se equivoca en ponerle el pone el nombre a un bebé fijándose en el cuerpo y no en el cerebro de las personas. La idea era que todos los niños escucharan la misma historia y entendieran lo que estaba viviendo la hija de Mónica.

Y después vino la tercera etapa: «El trabajo más pesado fue ir a la casa de sus amigas más cercanas para que se reencontraran con esta nueva imagen. Y pasaron cosas que uno no se espera, como la compañera a la que le gustaba mi hijo. Y claro que fue difícil y tuvimos que ponernos en el lugar de esa familia, de esos niños y respetar sus tiempos, pero fue bonito porque después en marzo ella llegó y en la lista de la puerta del colegio estaba su nombre social y desde ahí ha sido respetada en todo».

«Ahí salieron a la luz un montón de cualidades que yo jamás había visto cuando estaba de niño. Ahora tiene un montón de amigas que la quieren y es líder. Pero éste fue un caso afortunado, porque muchas familias no viven eso y muchos niños terminan con deserción escolar, con exámenes libres o definitivamente sin escolarización porque no se sienten apoyados en este proceso», explica Mónica.

Sin embargo, mientras veías que su hija era feliz como nunca antes la había visto, internamente no está todo resuelto para Mónica: «Fue difícil porque uno se tiene que desprender de esa imagen de niño, del nombre y de lo que yo siempre había querido. Hubo un minuto que lo vi como que se iba alguien y llegaba otra persona, que había una pérdida, pero después fui resignificando eso y me fui dando cuenta que era la misma persona, la misma esencia, que sólo cambiaban alguna cosas como la imagen, el nombre y lo fui viendo como una oportunidad de ver nacer a mi hijo dos veces. Y ahí pasó de una pena a una alegría, porque independiente de lo que una sienta como mamá, igual siempre va a estar la felicidad de un hijo por sobre lo que una puede sentir».

Mónica confiesa que a veces le cuesta cuando Facebook le recuerda cosas de años anteriores al cambio de género. Y para su hija tampoco ha sido fácil lidiar con su antigua imagen. «Yo fui trabajando con ella que no podía eliminar lo que había sido, porque tenía una historia, aprendió a caminar o a comer con esa imagen y de a poquito fue incorporándola y me dejó a mí también tener esa historia, que está presente en el refrigerador, en la casa, en mi trabajo donde tengo fotos con ambas imágenes», cuenta.

Y agrega: «Eso ha generado que ella se vaya desprendiendo de los estereotipos tan marcados, porque cuando ellos empiezan su cambio se aferran de una forma radical a lo que marca el género. Por ejemplo, mi hija no podía salir a la calle sin un cintillo o no se ponía una calza sin falda y están los colores, si no era fucsia, morado o rosado no era niña. Y ahora usa negro, azul, o se pone calzas sin falda aunque a veces se le noten los genitales, entonces cuando ella tiene esos pequeños cambios que nadie se da cuenta pero yo sí, lloro de emoción».

Como toda madre, Mónica tiene miedos sobre el futuro. «Hay un tema que me duele, que me produce pena, me angustia y tiene que ver con lo amoroso: ojalá que exista alguien que la quiera con ese cuerpo, que la acepte y la pueda amar. Ahora frente a lo que pueda pasar cuando más grande con el resto, así como que la insulten o no la acepten, mi tarea es entregarle todas las herramientas para que ella pueda enfrentarse a eso y es lo que trato de hacer todos los días», señala.

Pero también Mónica sabe que hay otro tema que le preocupa: «Ella me dijo un día con mucha rabia que cómo iba ser madre con ese cuerpo y ése es un tema, porque ella sueña con tener hijos. Hemos hablado de la adopción por supuesto, pero yo sé que es un dolor que ella va a vivir, desprenderse de ese deseo».

El cambio de una madre por su hija

Mónica no sabía nada de transexualidad hasta tener a su hija, pero hoy preside la Fundación Renaciendo, para ayudar a otras familias y personas que estén pasando por lo mismo.

Desde ese lugar contribuyó para crear la circular que el Ministerio de Educación envió a los colegios para dar directrices de cómo incluir a los niños trans en el espacio escolar, como en el ingreso al baño o en cosas internas, como que se acepte el nombre social en las listas y en las pruebas, aunque en los documentos oficiales exista el nombre con que fue inscrito.

Para adecuarse a sus cuerpos, los niños empiezan a tomar bloqueadores de hormonas cuando le empiezan a aparecer las características sexuales secundarias en la pubertad. Luego, a los 15 o 16 años empiezan a tomar las hormonas contrarias a su sexo biológico y desde los 18 años pueden decidir si quieren o no readecuarse los genitales.

El costo de los medicamentos para una persona transgénero es alto. No reciben ninguna subvención porque no es una enfermedad. «Hemos tratado de despatologizar todo el tiempo, entonces es mucho más difícil que haya recursos de salud para algo que no sea enfermedad», explica Mónica.

Tampoco existen programas integrales en salud mental en hospitales y consultorios para apoyar a los transexuales.

– ¿Qué le dirías a otros padres que pueden estar pasando por lo mismo que tú viviste y no están seguros aún?

– Yo creo que principalmente tienen que escuchar a su hijo en cómo se siente, más que en lo que le gusta, porque hay niños que pueden jugar con muñecas o gustarle ciertos colores, pero ya cuando dice que se siente niño o niña es distinto a jugar. Y lo otro que yo he aprendido, que no creo que se dé en todos, pero sí en la mayoría, es que los niños trans tienen un nombre elegido y eso es clave. Por eso, cuando una mamá está medio desorientada, yo le digo que le pregunte a su hijo si se puso un nombre y muchos lo tienen escogido hace tiempo, porque no porque te guste el color rosado vas a querer cambiarte el nombre.

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