En Chile, hasta mediados de abril de 2021 ya son más de 24.900 las muertes por covid-19, concentradas especialmente en la Región Metropolitana, que superan las 13.500. Las regiones de Valparaíso y el Biobío siguen a la capital en este registro. Frente a la potencia de este virus y su letalidad, en muchos/as de nuestros conciudadanos/as se ha desarrollado un proceso de negacionismo que rechaza que somos seres corporales, finitos y vulnerables y siguen en sus prácticas cotidianas; reuniones en cafecitos, compras en las ferias, paseos a las playas y parques, fiestas y celebraciones, lo que representa un aspecto de nuestra idiosincrasia, como se ha observado también en otros países del mundo. Otros obligados por el trabajo, y la vulnerabilidad socioeconómica tienen que seguir aglomerados en los vagones de metros y transporte colectivo y una gran masa hacinados en habitaciones sin agua ni electricidad.
En este escenario, en los momentos más álgidos del contagio, se ha decretado aislamiento y luego cuarentena en distintos puntos críticos del país. El tiempo de cuarentena se ha convertido en un presente estático, o en un recorte del tiempo que pareciera que se ha quedado fijo, en lo cotidiano en un hacer en círculos, mientras afuera el tiempo corre raudo por las redes sociales y los cables de la conexión a internet, magnificando el miedo y la catástrofe estadística de los noticieros diarios que centran la información en cifras de muertos y contagiados en el mundo y en el barrio. Afuera, muy lejos del barrio, el tiempo que corre acelerado sostiene la especulación financiera que antepone los intereses del capital a la defensa de la vida, como ocurre en muchos gobiernos de economías neoliberales.
[cita tipo=»destaque»] Los hombres se consideran proveedores económicos, con un trabajo que los saca de lo doméstico a diario, los hijos e hijas van al colegio, y se tiende a disipar o a invisibilizar quien resuelve lo doméstico, tender camas, preparar comida, limpiar baños, revisar tareas, cambiar pañales, cuidar a hijos enfermos, etc. [/cita]
En estos escenarios la línea está bien trazada, quienes sobrevivirán y quienes no, en estas cuarentenas.
No es del todo cierto que, con aislamientos o cuarentenas podremos estar a salvo, el miedo a morir y la desesperanza emocional transversaliza la convivencia, no poder pagar cuentas; escuelas; créditos, y en muchos casos alimentación. Estamos viendo de muy cerca que el aislamiento, el encierro, o esta misma noción de cuarentena nos obliga a examinar ese adentro e interrogarnos si son espacios de seguridad. Por ejemplo, el informe de SERNAMEG (2020)–realizado por Sonia Bhalotra, Emilia Brito, Damian Clarke, Pilar Larroulet y Francisco Pino– plantea que entre el 2019 y 2020 los llamados al Fono Familia de Carabineros aumentaron en un 43,8% respecto del año anterior a nivel nacional, con un total de 24.806 llamadas pidiendo ayuda por violencia intrafamiliar. Pero el incremento es mucho mayor cuando se analizan solo las 14 comunas en las que efectivamente se aplicó cuarentena. La “línea base” a nivel nacional es de cinco llamadas cada 100 mil habitantes, pero en estas comunas hubo 12,7 llamadas por 100 mil habitantes (7,7 por sobre la “línea base).
Al inicio de la pandemia en marzo 2020, el primer fin de semana antes de decretar cuarentena en la región metropolitana, se recibieron 532 llamados, mientras que el primer fin de semana largo con cuarentena ese número llegó a 907. La información circulante reporta que en estos períodos de cuarentena los problemas de convivencia se condensan las tensiones cotidianas, mientras el trabajo doméstico, el teletrabajo remunerado y el cuidado y apoyo educativos de niños/as, adultos/as mayores o personas enfermas sigue siendo realizado por mujeres. En los reportes de ONU-Chile se informa que en un 97%, las mujeres, son quienes en una proporción muchísimo mayor, desempeñan el cuidado de terceras personas en su familia extensa.
Si bien históricamente ha existido tensión/conflicto entre los espacios públicos y privados, la situación de confinamiento ha agudizado la brecha de distribución de tiempos y espacios para el hombre y la mujer en el hogar. Por ejemplo, frente a las demandas de realizar tareas domésticas en conjunto, se ha registrado que éstas no son bien recibidas por el hombre o de plano son rechazadas. Estas situaciones activan los conflictos y discusiones hasta llegar a la violencia, y exacerba un clima que resulta imposible sobrellevar en un cotidiano de cuarentena. Reacciones que se pueden comprender por la base social y cultural, en que hombres y mujeres han construido su forma de vivir la masculinidad y la feminidad. Estas ideas están muy arraigadas sobre qué deben hacer los hombres y las mujeres en el hogar. En su mayoría, los hombres se consideran proveedores económicos, con un trabajo que los saca de lo doméstico a diario, los hijos e hijas van al colegio, y se tiende a disipar o a invisibilizar quien resuelve lo doméstico, tender camas, preparar comida, limpiar baños, revisar tareas, cambiar pañales, cuidar a hijos enfermos, etc. Las mujeres que trabajan remuneradamente, acorde a las estadísticas de OXFAM (2020) dedican además muchas horas al hogar.
La carga de trabajo total de acuerdo al estudio de ComunidadMujer (2019), sumando el trabajo remunerado alcanzaba 11.5 horas diarias, en desmedro de los hombres que alcanzan 9.8 horas diarias. Andrea Sato, señala que las mujeres en una semana tipo dedican en promedio 41.25 horas a labores no remuneradas v/s 19.17 de los hombres (El Mostrador Braga, 2020). En el trabajo no remunerado, en tiempos de covid, la situación, es dramática, éste es muchas veces asumido de manera desproporcionada por mujeres y niñas en situación de pobreza, especialmente por aquellas que pertenecen a grupos que sufren prejuicios debido a su raza, etnia, nacionalidad, sexualidad y grupo socioeconómico, por ejemplo, en los campamentos de grupos migrantes, o en poblaciones de alta vulnerabilidad (Oxfam, 2020). Las mujeres que hacen teletrabajo, asumen la sobrecarga, pero el estrés por el cumplimiento, el impedimento de disponer de espacios y tiempo de calidad para rendir productivamente crispa la relación tanto con los hijos e hijas como con la pareja.
En los hombres el confinamiento les aviva la tensión y el estrés generados por preocupaciones como la seguridad, temor por la salud y el dinero, poniendo a prueba las subjetividades masculinas que sienten tambalear los pilares ahora desbaratados que sostienen su dominio: trabajo, jefatura familiar, lugar en lo público. Con la cuarentena se ven limitados en su posición como protectores y proveedores, y exigidos para desarrollar las cualidades del cuidado las cuales aparecen como deberes femeninos. En las mujeres el aislamiento les significa perder redes de colaboración como los jardines de infantes, las asistentas de casa particular, con ello, sus avances en autonomía e independencia se desdibujan. En casos de mayor vulnerabilidad, se complejiza el vínculo con otras mujeres en las ollas comunes y el trabajo comunitario, por la necesidad de aislamiento sanitario. Cuando devienen las crisis relacionales y la violencia es cruzada, las mujeres son las más afectadas frente a compañeros violentos, al estar separadas de personas y recursos de protección.
Estas situaciones sientan las bases para el ejercicio de interacciones controladoras y violentas en el hogar, quedando como grupo familiar atrapados en círculos intensivos de agresiones. Éstas pueden ser tanto verbales, como físicas o sexuales. Estas expresiones de violencia de género han quedado expuestas con brutalidad durante la pandemia del Covid 19 en Chile con 75 feminicidios entre marzo 2020 y marzo 2021. En el mundo, 736 millones de mujeres han sufrido el flagelo de la violencia (ONU, 2021), éstas se producen en contextos estructurales de desigualdad entre hombres y mujeres que transversalizan las culturas. Sobre la violencia de género a nivel macro en la sociedad, Silvana del Valle, de la Red chilena de mujeres contra la violencia, ha señalado que “las manifestaciones del neoliberalismo se muestran de la manera más descarnada y en definitiva afectan a los sectores más explotados, y dentro de estos sectores las mujeres somos las que estamos en la primera línea de esta explotación: somos las mujeres las que subsistimos con trabajos precarios, (…) las ancianas somos las que recibimos las pensiones más bajas y además somos las que estando en los grupos de riesgo estamos más vulnerables”.