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César Aira, escritor argentino: ‘Soy una especie de extravagancia, de raro’

En Santiago y con una nueva novela bajo el brazo, el narrador trasandino reafirma su opción por una escritura iconoclasta y provocadora. Mientras lee poco a sus contemporáneos, comienza a relacionarse con una movida ‘salvaje’ de las letras bonaerenses.


Peligrosamente cerca del absurdo, el escritor argentino César Aira se ha acostumbrado a precipitar el fin de sus novelas. En las últimas cuatro páginas suele replantear todo el argumento, poniendo a los personajes en situaciones totalmente descabelladas. En su nueva novela, con la llegó hasta Santiago, Las noches de Flores, lo que empieza como una amena alegoría de la crisis económica y social que sacudió a Argentina, se transforma en una sórdida trama donde confluyen asesinos en serie, enanos espías y ocultos pasadizos bajo monasterios y la ciudad.



Imposible de ser medida bajo los parámetros de la verosimilitud, Las noches de Flores se inicia con una anécdota sencilla: dos jubilados, Aldo y Rosa, trabajan como repartidores de pizzas, pero en vez de hacerlo en una motoneta, lo hacen a pie. Mientras recorren las calles del barrio Flores, todo el país está en vela por el secuestro de Jonathan, un chico parte del rubro delivery, que terminará muerto y sin cabeza. Aunque con el telón de fondo de la crisis que afectó a la vecina nación, hacia la mitad se desentiende del tema e inicia un paulatino movimiento hacia el descalabro.



Sin cuidado de las críticas, Aira ha cultivado un personalísimo estilo fundando en una escritura deliberadamente alejada de los cánones. Humorística, delirante y eventualmente subversiva, su narrativa sobrepasa las 60 novelas publicadas durante los últimos 25 años; lo que es complementado con traducciones y diversos ensayos. Aunque es considerado una de las voces más importantes de la literatura argentina y latinoamericana actual, Aira desoye los halagos y declara que a sus contemporáneos apenas lo lee.



"Leo para revivir mundos muertos, me gusta leer autores del pasado. No soy el de agarrar un libro cualquiera para ver como es, no me gusta estar pendiente de decidir si es bueno o es malo. Prefiero tomar un clásico, que sé que es bueno y me desentiendo de la cuestión de la calidad y puedo ver otras cosas", señala, aunque cuenta que últimamente se ha acercado con muy buenos resultados a la movida novísima de Buenas Aires: "Me gusta el salvajismo que hay ahí".



– Ignacio Echevarría, el crítico español que ha editado la obra póstuma de Roberto Bolaño, dice que tanto Bolaño como tú son autores ineludibles de la narrativa hispana.

– No, no, no. Bueno, yo no puedo decirlo, pero me parece que mi lugar es más bien marginal. Soy una especie de extravagancia, de raro, estoy un poco al costado.



"En realidad yo he sido muy bien tratado por los críticos, siempre, desde que empecé a publicar. A veces me he preguntado si no me han tratado demasiado bien y habré tenido la mala suerte de no haber encontrado un crítico inteligente que no me quiera para que me alarme de algunas verdades dolorosas", añade.



¿Registro de la crisis?



– En un momento de La noches de Flores, el narrador se pregunta si la crisis será registrada por los historiadores y puntualiza que en todo caso los personajes pertenecen a la "historia menor"…
– Cuando se escribe en el momento uno no sabe qué es lo importante y que no es importante, se necesita la perspectiva del tiempo. Pero eso es lo interesante que tiene escribir en caliente. Las cosas están pasando, uno no puede discernir qué es lo que va quedar. Me parece que el trabajo del novelista es ese, presentar todo el magma confuso que es el presente.



– ¿Qué tan registrada han sido la crisis por la literatura argentina?

– En mi caso no hubo una intención deliberada de registrar las crisis. Yo siendo un escritor que califican con cierta justicia de surrealista, dadaísta, termino siendo bastante realista en tanto estoy tomando ciertas cosas de la realidad, la realidad que me rodea, para construir mis novelas. Terminó siendo con todo mi surrealismo bastante realista, pero nunca hago de forma deliberada un retrato social o histórico, siempre lo veo en términos más personales. Estoy escribiendo sobre mi y como registro lo que pasa en mi entorno, termino retratando el país, la Argentina o Buenos Aires o mi barrio. Esto de que este libro es una novela de la crisis argentina, bueno, lo pusieron los editores.



– De hecho, hacia el final difícilmente se podría pensar que el libro está registrando la crisis. Todo el realismo inicial da un sorpresivo vuelco para terminar de forma muy delirante.
– No se lo tomen en serio, por favor. Mis finales, siempre me han señalado que son mi punto flojo y debe ser cierto. Yo me dejo llevar un poco por mis caprichos, no admito exigencias, La función de la literatura para el escritor es esa, ser un campo de libertad donde uno puede hacer lo que realmente quiere. Y en cierto momento de la escritura de mis novelas me aburro, me canso, quiero empezar otras, entonces mis finales suelen ser un poco precipitados. En las últimas cuatro, cinco páginas, termina todo, mueren todos…



– Es un poco peligroso, podrías llegar a cualquier lado. ¿Crees que puedes terminar perdiendo una buena novela por acelerar un final?
– Me doy cuenta que haciéndolo bien en vez de hacer cuatro páginas, debería hacer 20 o 30 donde las cosas lleguen a un desenlace más razonable, pero no. Hay algo de provocación, si yo quiero hacerlo así lo hago así y al que no le gusta, que no le guste. Si se pierde, se pierde. No me importa nada. En unas queda bien esa catástrofe final, porque siempre termina con un gran cataclismo y en otras no queda muy bien. En esta justamente me pasó que un amigo, después de leerla me dijo que todo estaba muy bien, pero esas cuatro últimas páginas estaban mal… me había apurado demasiado para terminarla. Justamente ese mismo día recibí un e-mail de otro amigo en México, diciéndome que esas últimas cuatro páginas eran lo mejor que yo había escrito. Así que, bueno…



La huida hacia adelante



– Además de literatura, has escrito ensayos sobre Alejandra Pizarnik, sobre Copi y de hecho tienes un diccionario sobre autores latinoamericanos, ¿qué otro autor te gustaría revisar?

– Tengo el proyecto de escribir… Los escritores siempre tenemos proyectos, ¿no? Me gustaría escribir una serie de pequeños libros, entre biográficos y analíticos sobre algunos escritores que me gustan.



– ¿Como quiénes?
– Por ejemplo, (Witold) Gombrowicz (en la foto), que para nosotros es un escritor argentino, uno de los grandes escritores argentinos. Me parece que sobre Gombrowicz quedan cosas por decir.



– En términos literarios, ¿en qué estás trabajando ahora?
– Novelas. Cuando termino una novelita la fecho el día que escribo la última página y la dejo guardada un mínimo de seis meses. Siempre la dejo guardada con la idea de olvidarme de ella, cosa que pasa, y un día sacarla del cajón y corregirla.



– ¿Cuántas tienes en el cajón ahora?
– Tres o cuatro… Este año fue bastante prolífico. Cuando la saco del cajón y las leo, no tengo nada que corregir. Hay algo que falla en mi, una falta de autocrítica. Lo he tratado de justificar muchas veces teóricamente diciendo que volver atrás es esterilizar, detener el movimiento. Uno vuelve y puede seguir volviendo y puede tener al final una página bien escrita y no me asegura nada. Mi sistema es seguir para adelante y aprovechar lo que quedó mal como estímulo para mejorar con lo que sigue. Aprovechar esos errores, esas vergüenzas que a uno le da haber escrito algo malo.



– Has escrito mucho.
– Sí… Yo había perdido la cuenta pero hace un tiempo, un par de años, salió un libro sobre mi y al final tenía una bibliografía muy bien hecha. Ahí los conté: eran 54 libros. Desde el ochenta, ochenta y uno. Me sentí un poco alarmado. Además, esos 54 se volvieron 64, supongo, volví a perder la cuenta.



Contra las expectativas



– En general son todas novelas cortas y de temáticas muy específicas, lo que permite pensar que detrás hay programa general. ¿Tienes en cuenta un proyecto literario al escribir?
– Eso yo no puedo verlo. No sé cuál es el proyecto. Sólo me he dejado llevar por esto que yo llamo la huida hacia delante. Seguir adelante, en el mismo sentido que no vuelvo a corregir, no vuelvo tampoco sobre lo que escribí. No lo pienso como una obra estructurada, que tiene un sentido general. Sigo adelante. De hecho, cuando yo mismo o alguien, algún crítico me hace notar que hay algo en común en mis libros, el siguiente libro lo escribo en contra. Tengo un interés de provocación, de desafío, de romper las expectativas, hacer lo contrario de lo que esperan que haga.



– Aunque lees poco de lo que se produce hoy, ¿crees que actualmente hay poca provocación en la literatura?

– Provocación o no provocación, lo que queremos son buenos libros. Más que buenos libros… yo siempre digo, si tengo que elegir entre lo bueno y lo nuevo, me quedo con lo nuevo. Me parece que uno de los defectos graves que pueden tener los escritores en un determinado momento es querer escribir libros buenos, querer escribir bien. Eso no sirve para nada. Querer escribir bien es querer escribir de acuerdo a las mínimas que se han establecido sobre que es lo bueno y lo que no. Justamente la tarea de la literatura, como de todo el arte, es la de crear paradigmas nuevos. Si uno quiere escribir bien está queriendo satisfacer las expectativas. Sin necesidad de ser un provocador profesional, la esencia misma de la literatura es hacer otras cosas.



– En ese sentido, ¿qué fue lo último que te asombró?
– Cada vez que vengo a Chile descubro a un escritor. Hace unos años descubrí a (Pedro) Lemebel…



– Entonces sí estás al tanto de lo que se está escribiendo actualmente…

– Si, si. Bueno cuando me empiezan a hablar de alguien, no puedo resistir a la curiosidad. Creo que Adolfo Couve (en la foto) fue un gran descubrimiento mío de estos últimos años. Es un grande, uno de los más grandes. Él y Fernando Vallejo, el colombiano, son de los más grande que han aparecido estos últimos 20 o 30 años.





La movida salvaje



– ¿Y en Argentina cuáles son los grandes hoy?
– En Argentina no hay una figura equivalente. Después de la muerte de (Manuel) Puig nos quedamos sin ningún grande. Lo que sí leo mucho es a los jóvenes, con los que estoy muy en contacto. Llegada cierta edad uno empieza a vampirizar, a buscar sangre nueva. Me acercado mucho a esta novísima generación, estos niños un poco salvajes, vienen ahora con una formación completamente distinta que teníamos nosotros, que era más libresca. Vienen de un mundo mezclado con internet, la televisión, la música, de las raves. Me gusta mucho buscar ahí…



– ¿Encuentras cosas interesantes?
– Sí, en todo este mundillo que gira alrededor de la galería Belleza y Felicidad, de la editorial Eloisa Cartonera. Ahí estoy encontrado todos los días cosas que me gustan. Mis amigos escritores, gente más seria, se escandalizan un poco… Sí, me gusta un poco el salvajismo que hay ahí. Yo lo he buscado un poco en mi, porque he notado que por mi formación, por mi generación, soy algo académico, escribo con esa prosa tan correcta. He tratado muchas veces de asalvajarme, nunca lo he logrado.





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