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El fascistoide y elegante espía busca enemigos en el Tercer Mundo

Es el superhéroe mercenario y de vida solitaria que gusta del lujo, la alta tecnología y las chicas fáciles pero glamorosas. Nació bajo la Guerra Fría y sobrevive hasta hoy para simbolizar el éxito del capitalismo global y sus nuevas batallas. Todo, tras una estética simplista que extrapola los valores de las potencias dominantes.


Daniel Craig está hace dos semanas en Panamá y ya un avispado le intentó robar el auto. En lo poco que lleva por estas latitudes, el nuevo James Bond ya experimentó la vulneración de la seguridad en carne propia mientras rodaba algunas imágenes de la nueva saga "Quantum of Solace", que vendría a ser algo así como "Un poco de consuelo" en español y que traerá al equipo a filmar en el norte de Chile a fines de marzo.



La redefinición del enemigo: Bond ya no se enfrenta a los rusos, "los malos" hoy tienen otra cara, raza, religión y moral. Los dos polos en que se dividió el mundo durante la Guerra Fría ya no existen. Resulta necesario entonces localizar nuevos opositores y necesidades, que en este caso se trasladaron hasta Latinoamérica.



La trama cuenta la historia de un empresario vinculado a los poderosos de Inglaterra, que complota para entregarle el poder de un país sudamericano – a través de un golpe de Estado, claramente- a un general latino exiliado, a cambio de un insignificante trozo de tierra en que se aloja un codiciado recurso natural. ¿Suena familiar?



"Es perfectamente coherente" con la idea de James Bond, dice el académico y crítico de cine, David Vera Meiggs, sobre la intriga que trae a Craig hasta el tercer mundo. "Personajes como éstos, que simbolizan la defensa del modo de vida capitalista, tienen que encontrar enemigos en todos los márgenes que rodean al mundo occidental", asegura.



El formato comenzó con las novelas de Fleming, en que Bond "se enfrenta a un conflicto bipolar: están los buenos y los malos", dice el historiador, periodista y magíster en Estudios Internacionales, Gilberto Aranda. "Este personaje responde a esa dinámica. Desde "Goldfinger" Bond queda huérfano de esta confrontación y busca nuevos adversarios", asegura.



La Guerra Fría está superada, "pero siempre queda esta lógica dicotómica, enfocada a las nuevas amenazas", dice Aranda. Ejemplo de ello son personajes que se han hecho con arsenales soviéticos: "Hay una nueva lógica de amenaza a la seguridad y una escasez de recursos naturales hace que algunos países que tienen, gas o petróleo, sean estratégicamente relevantes", explica.



Para Vera Meiggs, esto explicaría que James Bond siga gozando de buena salud. "Siempre hay un enemigo, si no, no serían imperio. Lo son en base a consensos de este tipo: tenemos que defendernos de los malos y para eso tenemos que apoderarnos de sus tierras, de sus mujeres, de su oro y transformarlo en beneficio nuestro".



El buen inglés



Los objetivos aparentemente claros no impiden las dualidades en el personaje, más recordado por la interpretación de Sean Connery que por las más recientes personificaciones. "De hecho era un asesino, tenía licencia para matar y por lo tanto en la supuesta defensa de los valores occidentales era una cosa bastante patética", dice el académico y cineasta Miguel Ángel Vidaurre, para quien Bond siempre tuvo una ambigüedad evidente.



"Es un mercenario que viene de las clases populares irlandesas, que intenta acceder a otro tipo de vida, una especie de arribista. Le gusta codearse con mujeres hermosas, ir al casino, etc.", añade Vidaurre. Vera Meiggs lo pone en simple: "James Bond no es un personaje complejo. Es un personaje fascistoide, violento y elegante".



Distinción que se la da su procedencia sajona. "Los británicos saben hacer mejor las cosas que los gringos, que después de todo son una raza de salvajes semibárbaros, como decía Hitchcock", acota Vera Meiggs, para quien "el imperio británico tiene entonces una cosa más demodé que encauza los valores del capitalismo".



"Alguna vez claramente Inglaterra fue más de lo que es ahora. James Bond es el representante de los últimos estertores de la noción de imperio inglés. Ahora simboliza un país segundón en la política internacional. Es un personaje que trabaja para una potencia que ya no es un imperio", coincide Vidaurre, mientras Aranda se pregunta por qué en los últimos seis años no se han involucrado más islamistas "y otros grupos que se han vuelto amenazantes a la seguridad norteamericana".

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