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Un libro de perros y de enfermos

Su nueva novela la confirma como una cuentista notable. Gente que desaparece, animales perdidos, Japón silencioso antes que el tsunami lo pusiera en primera página. La escritora chilena vuelve a ser una maestra del gesto mínimo. “No se habla aquí del león. Los animales domésticos pasan por circuitos donde intervienen nuestras mañas como seres humanos”, dice.


Afuera de Las Lanzas en Plaza Ñuñoa, un hombre le pregunta a la escritora Alejandra Costamagna si todavía tiene problemas con la palabra follar. Ella mira extrañada unos segundos y luego suelta una carcajada. Había escrito en su Twitter “Follar siempre me ha sonado como tirarse un árbol” y el señor aludía a esos caracteres. “Siempre me ha parecido siútica esa palabra”, dice mientras cruza Irarrázaval en busca de silencio.

El ruido de máquinas trabajando, la matraca de un camión que mezcla cemento y pasa por la mesa del café donde conversamos, el ruido de las catas en los árboles y el ruido de la cabeza de cada uno, se mitiga un poco para hablar de “Animales domésticos” (RHM,2011) , el último libro de cuentos de la autora.

Claudia es la protagonista del primer relato del libro, que lleva por nombre “Yo, Claudio”. Se trata de una chica extraña que trabaja en un cine. Es fanática de la Ciencia Ficción y tiene una supuesta madre moribunda en un hospital.

-Nadie puede confiar en una mujer que ha visto “Alien” 34 veces…

-Es difícil hacer el análisis de diván de tus propios personajes. Hay muchas cosas que yo misma desconozco. Ellos ven “Alien” y no Godard porque son personajes domésticos, tipos comunes y corrientes que tienen algún filo extraordinario. Grafican lo poco brillante que podemos ser los seres humanos. Son muy simples.

-Al leer tus cuentos, se me vino a la mente Cheever y Carver pero sin alcohol, sobre todo cuando lo no dicho parece ser más importante que lo expresado, la idea de que es más importante lo que hay bajo el iceberg.

-Los gringos son maestros en esa postura frente al cuento. Una mirada que siento cercana a Chejov donde lo que más importa en las historias es lo que no se cuenta, lo que está oblicuamente contado. Me interesa mucho lo que está bajo la superficie para que el lector construya otras lecturas. No hay interpretaciones cerradas en estos cuentos.

El gato de la portada del libro es una foto tomada por Claudio Bertoni hace como 20 años en Antofagasta. “Aunque es igual a mi gato, así que no sepa que no es él porque está convencido”, dice Alejandra con su sonrisa maravillosa y como tocando la columna vertebral de un felino con el pensamiento.

-Este es un libro de perros y enfermos…

-Sí, sí…hay muchos enfermos, pero no es algo preconcebido. No así con los animales que es una apuesta como el aparente tema principal…creo que más que de perros y enfermos como dices, es un libro sobre la precariedad vinculada con las relaciones afectivas.

Desaparecer en Japón

Otro de los tópicos recurrentes en el libro de 143 páginas es la referencia a Japón. Hay “japonesas con ojos de muñeca rusa”, referencias a un padre que muere en el Imperio del sol naciente y vuelve a Chile en un ánfora. Y todo escrito antes que el tsunami del 11 de marzo en Sendai humedeciera las mentes de millones de televidentes y se llevará la vida de hasta el momento más de 12 mil personas y cerca de 15 mil desaparecidos.

Así que de alguna manera azarosa que no busca comprender, la Costamagna puso a Japón en su libro antes que Japón estuviera en la mente de todo el mundo.
“Me adelanté…”, dice en silencio mientras se la puede imaginar caminando despacio bajo un bosque de cerezos.

“Para mi Japón es una alegoría, es lo opuesto a lo cotidiano, es el otro lado. Yo no escribo específicamente sobre la cultura japonesa, a pesar que me interesa muchísimo, sobre todo autores como Tanizaki, Mishima o Kawabata. Soy admiradora de la templanza, de ese modo de relacionarse con la tragedia que es tan opuesto al nuestro, que es lo escandaloso latinoamericano. Japón aparece en el libro estéticamente como imágenes de cierta templanza a la que aspiran algunos personajes. En ese sentido, Japón es lo remoto, lo no inmediato, una visión de lo posible”.

En los cuentos de Alejandra Costamagna los teléfonos no dan buenas noticias. En su libro “Dile que no estoy”, hay un hijo que no contesta el llamado telefónico de un padre generando una suerte de llamada en espera eterna. En el cuento “Imposible salir de la tierra”, perteneciente al presente volumen, son las enfermedades las que viajan por los cables.

“Son cuentos pre 2.0 donde no hay celulares, corresponden a mis veinte años dice”, la autora de libros donde “la vida es como un tropezón”.

– Así como en el estilo me huele a Carver y Cheever, en cuanto al ethos de las historias creo reconocer huellas del Bartleby, de Melville o del Doctor Pasavento de Vila-Matas, gente que “preferiría no hacerlo”, gente que renuncia, gente que aspira a la desaparición.

-Hay precariedad y cierta indolencia. No son winners, no han querido o no han podido serlo. Están en una esquina. Van por el lado. Pese al cliché de la literatura de los perdedores, los personajes que me interesan son todos perdedores, porque me interesa la visión del mundo de quién está buscando algo, y los que están arriba en general ya no buscan nada.

-“Hubiera dado cualquier cosa por escuchar un maullido”, escribes en el texto expresando un sentir que todo quien ha tenido un gato ha experimentado cuando el bicho se pierde, o creemos que se pierde.

-Di Benedetto tiene un cuento que se llama “El cariño de los tontos”. Me gusta ese título. Aunque el relato no trata exactamente de eso, me hace pensar que el cariño por los animales es súper tonto porque uno juega a reproducir en ellos las relaciones afectivas de los seres humanos, cuando eso es imposible. Es cariño de tontos también porque nos permite manifestar afecto en forma pura, sin racionalización, uno no dice “yo le voy hacer cariño porque entonces él va a pensar…”, hay afecto en bruto, primitivo.

-“En voz baja”, “Dile que no estoy”, “Cansado ya del sol”, “Ciudadano en retiro”, la mayoría de los títulos de tus libros alude a una desaparición, tal vez no en la nieve como Robert Walser, pero sí en otra especie de blanco…

-Tiene que ver con las palabras y el silencio. No decir las cosas o decirlas por el lado. En “Animales domésticos” hay una épica de lo cotidiano, hay un decir las cosas en el volumen del día a día, sin escándalo. Un escape del bullicio para asumir un punto medio sin cumbres ni luces.

-Eso es muy japonés…

-Hay en libros como el “Genji Monogatari” o “El libro de la almohada” expresiones que tienen que ver con el escándalo hacia adentro y que a partir del terremoto ha aparecido mucho en la prensa y los medios. La contención del llanto en los japoneses no tiene que ver con que desaparezca la pasión o el fuego que llevan por dentro, tiene que ver con el control mental. Eso se ha colado no voluntariamente en estos cuentos. Kawabata, Mishima, Tanizaki tienen la belleza del gesto mínimo, cuestión que me seduce mucho. Cada gesto, cada palabra, es un signo estético. Es la fluidez de lo delicado, sin alarde.

Tras una inclinación japonesa, Alejandra parte. El ruido vuelve y mientras se aleja como por un parque de cerezos, pienso si sabrá que gato en japonés se dice neko.

(Foto: David Ponce)

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