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Los mejores crímenes están en Europa (hablando de novelas y TV, por siaca) Opinión

Los mejores crímenes están en Europa (hablando de novelas y TV, por siaca)

Carlos Basso. Periodista. Autor del libro La Cia en Chile


En el último tiempo he gozado de un cóctel de literatura y TV negra europea, que no ha hecho nada más que confirmarme que norteamericanos como David Simon o James Ellroy son casualidades en el top ten del género, porque éste sigue siendo predominio absoluto de los europeos (y especialmente de los británicos, por cierto).

A estas alturas ya consumí ocho de los nueve libros de Phillip Kerr y su saga de novelas de la serie Berlín Noir, todas protagonizadas por el detective de la Kripo (Policía Criminal, la PDI de los años 30 en la Alemania Nazi), luego detective privado y posteriormente miembro de la SD (el aparato de inteligencia de Reynhard Heydrich) Bernie Günther. Sí, ya sé que está de moda el expediente de situar a un detective en medio de un contexto histórico atractivo (como la época de los romanos, la guerra civil española u otras), pero en el caso de las novelas de Berlin Noir, más allá del ambiente enrarecido por el ascenso de Hitler al poder y todo lo que ello conlleva, el chiste se encuentra en el descreimiento del personaje. A diferencia del clásico detective americano, que es moralmente blanco o negro, Günther es un tipo que se mueve en un gris muy denso, tanto o más como las tramas que debe desenrollar y que, al igual que en el caso de todo lo demás que comentaré, escapan a la media del formato policial, porque aquí no se trata de descubrir un simple homicidio o un robo de joyas.

Por el contrario: los desafíos que se le ponen al frente al bueno de Bernie son de otra índole y siempre dicen relación con crímenes de dimensiones victorianas, que no son más que una excusa para poner de manifiesto el entramado político de aquellos años y es así como por sus libros desfilan prácticamente todos los personajes de importancia del régimen nazi (incluyendo una bastante incorrecta caricaturización del demente aquel de Otto Rahn) e incluso de Argentina, pues el quinto libro trata sobre la fuga de los nazis a nuestro continente, bajo la protección de Evita y Juan Domingo Perón. Un dato para los fanáticos de la Segunda Guerra Mundial, Praga Mortal, el octavo libro de la serie, gira en torno a Reinhard Heydrich, el misterioso jefe de la inteligencia nazi (hasta su asesinato en 1942).

Seguí después con Lennox y el beso de Glasgow, del también escocés Craig Russell. Esta vez el ambiente y el personaje son similares: el Glasgow de post guerra, una ciudad moralmente destrozada, cuyas calles recorre el ex soldado canadiense Lennox, un detective privado de ética ambigua (y humana) con muchos giros de humor ácido.

El retrato de la ciudad es feroz y portentoso: Muestra una urbe hundida en la desesperanza, en el humo, en los ambientes patibularios y en la escoria. La trama también corre por derroteros similares a los que usa Kerr, pues el fondo de sus novelas es la lucha por el poder (criminal, en este caso) y la imposibilidad de un solo individuo para alzarse frente a él. Lennox es, después de muchos años, la mejor novela que he leído.

Forbrydelsen

Forbrydelsen

Luego de ello me trabé con «Forbrydelsen», la serie danesa cuyas dos primeras temporadas (ya van tres) gira en torno al asesinato de una joven de 19 años, y que causó tal sensación en Europa que hace AMC emitió en Estados Unidos un remake llamado “The Killing” (que es lo que significa Forbrydelsen). La comparación que en muchos lados se ha hecho de la original danesa y Twin Peaks es demasiado básica. Sí, en ambas series el asunto comienza con el asesinato de una joven que escondía oscuros secretillos, pero a partir de allí las aguas se abren notoriamente. Forbrydelsen no posee agentes del FBI travestis, duendes que recitan cosas incomprensibles ni tiene relación con el Area 51. Para nada. Es una serie terrenal, que ―una vez más― hinca el diente a la relación entre crimen y política. Probablemente si Dominique Strauss Khan la hubiera visto, lo habría pensado un par de veces antes de mantener “una relación impropia” con la camarera del hotel de N. York donde estaba alojado.

Como aficionado que soy al género policial, si hasta el año pasado alguien me preguntaba por las mejores series negras, respondía invariablemente: Homicide, life on the Street, The Shield y The Wire, todas norteamericanas. El 2010, sin embargo, vi la primera temporada de Romanzo Criminale, la superproducción italiana (basada en la novela y la película del mismo nombre) por medio de la cual recrearon las correrías de la banda de la Magliana (que intentó controlar criminalmente Roma, a mediados de los años 70, y en cuyas correrías salieron a relucir el secuestro de Aldo Moro, la logia P-2 y varias yayas más), y le cedí el primer puesto.

La historia es impecable, con actuaciones de primer nivel y con una ambientación que no deja lugar a detalle alguno. Retrata fielmente el ambiente de los convulsos años ‘70 y muestra de cuerpo presente (insisto, está basada en hechos reales) cómo la inteligencia italiana se alió con delincuentes comunes y la mafia para cometer crímenes políticos.

Es de antología la escena del minuto 10 del primer capítulo, que muestra (al ritmo de I’m the Passenger, de Iggy Pop) un clash entre manifestantes que se tomaron algunas calles y un puente de Roma, con la policía antidisturbios. La segunda temporada es igualmente brillante.

Romanzo criminale

Romanzo criminale

Hoy le entrego el segundo lugar de las mejores series a Forbrydelsen, no sólo por la tensión argumental, las cochinadas de las políticos y la simpleza del personaje principal (una detective que se obsesiona con el caso y termina mandando al carajo su precaria vida personal), sino porque aborda directamente un aspecto que siempre se soslaya en el género negro: el sufrimiento de las víctimas (en este caso, los padres de la joven asesinada). Hace varios años viví muy de cerca el calvario de la familia de Jorge Matute y, manteniendo las distancias, lo que los daneses fueron capaces de llevar a la pantalla refleja de modo muy certero el proceso (lleno de culpas, contradicciones y temores) que viven quienes han tenido la desgracia de ser víctimas de un crimen de alta connotación, incluyendo la maledicencia social hacia las víctimas, que tan chilensis pensaba yo que era, y ahora me doy cuenta que es de país desarrollado también.

Para la semifinal, otro europeo: Wallander. Confieso que hace tiempo agarré la primera novela de la saga y me aburrió un poco, pero luego de ver los primeros tres capítulos de la versión de la BBC para televisión (con un notable Kenneth Branagh como protagonista) me enganché de inmediato y retomé la lectura. La gracia de Wallander es que es un tipo demasiado normal como para brillar en medio de estrellas atormentadas como Vic Mackey o Jimmy McNulty, los protagonistas de The Wire y The Shield, y eso mismo lo convierte en un prototipo literario que destaca, pese a que es un hombre que está separado sin mayores traumas, que sólo de vez en cuando se tropieza con una botella (en ningún caso como McNulty), que está algo pasado de peso (aún no necesita un bypass gástrico) y que  tiene problemas como todo el mundo.

No es un justiciero enmascarado ni un tipo obsesionado con vengar a las víctimas, sino, lisa y llanamente, un policía que sabe que sus parámetros de movimiento están limitados por sus pequeños demonios (como la relación con su hija, o su padre al borde la demencia senil y que luego muere), que vive en un pueblo de provincia (Ystad) alejado de la gran capital y por ende carente de recursos, y que además anda más botado que una bola ocho. Esa es su realidad y el bueno de Wallander la acepta y se la traga como viene, sin sospechar que tras la mayoría de sus casos existe bastante aderezo del mismo ya antes comentado: políticos sucios a más no poder, intrigas rituales, xenofobia, etc. En otras palabras, Wallander ―que no llega a ser ni siquiera un antihéroe― es quizá lo más cercano  a un policía de carne y hueso, y eso es lo que lo hace tan atractivo, pues al leer (o ver) sus historias, no queda la sensación de que nos están vendiendo un producto irreal (salvo cuando la trama revela intrincados pasajes). Simplemente, nos están mostrando a un sujeto común y corriente al frente de procesos que son demasiados complejos como para entenderlos a la primera.

Para finalizar, dos series británicas. La primera es Luther, con Idris Elba (el mismo que se mandó un papelazo en The Wire), y la segunda, Wire in the blood. Ambas series discurren, con ambientes distintos, por carriles similares: El ingenio sherlockiano enfrentado a mentes criminales superiores, a supervillanos del estilo de Moriarty.

Son sencillamente geniales y allí reside la explicación de por qué, cada tanto, los norteamericanos deben correr a copiarlas. Otro día termino de comentarlas, pues el tiempo es valioso y aún se encuentran en mi lista de espera dos series francesas (Braquo y Engrenages), la segunda temporada de la serie de BBC Whitechapel y varios libros de la francesa Fred Vargas, que merece un artículo para ella sola.

Ah, y antes que se me olvide, también entró a mi panteón de los inmortales Sherlock, de la BBC, un remake de las historias de Sherlock Holmes, con un Benedict Cumberbatch que resulta ser el mejor Holmes que ha habido después de Basil Rathbone y Peter Cushing, lo que es mucho decir.

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