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«The hour»: Periodismo a pesar de todo Crítica de series de TV

«The hour»: Periodismo a pesar de todo

Como toda buena historia, acá encontramos aquellos elementos de guión que son la sal y pimienta de cualquier relato atrapante. Porque los 60 minutos de conspiración y guerra fría, van acompañados de drama, sexo, infidelidades, y asesinatos, matizados con regados encuentros en bares clandestinos o la boîte de moda, cuya nube de humo de cigarrillo se suele confundir con las escenas de Mad Men, hecho que no le hace justicia ni a una, ni a otra.


Muchos viejos conocidos se dan cita en The Hour:Dominic West, el querido McNulty en The Wire; Ben Whishaw, que protagonizó la adaptación al cine de la novela de Patrick Süskind, El Perfume, historia de un asesino; y Abi Morgan, ideóloga y guionista de ese tremendo drama policial llamado River, cuyo análisis se puede consultar en El Mostrador C+C.

Este notable drama periodístico de BBC Two, dejó a varios clavados en la segunda temporada (me incluyo). Es el riesgo que existe al consumir historias por entregas. Todo depende de los números de las audiencias, y en este caso, los números dijeron “no va más”. Un golpe duro para quienes disfrutamos de aquellas series donde el diálogo extenso e inteligente es el protagonista. Para no desanimar a nadie, debo decir que con algo de esfuerzo, es posible tomar la última escena como un desenlace definitivo. Bueno, no queda de otra.

En The Hour corren los años 50. Se vive una época de postguerra afectada por los cambios tecnológicos en las comunicaciones. La idea de la irrupción de la televisión, está en la base del largo monólogo inicial de Freddie Lyon (Ben Whishaw) frente al espejo, como si eso fuese un ensayo general de lo que estaba por venir: el culto a la imagen en tiempo real. Así, somos espectadores privilegiados de la sala de redacción de un telediario. Pero no de uno cualquiera, sino de uno producido por los servicios informativos de la BBC, donde el rigor y la opinión fundada constituyen la unidad básica de la praxis periodística. Como en toda serie de BBC, hay algo de auto referencia en materia de noticias.

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Todo comienza con la crisis del Canal de Suéz en Egipto, zona de alta relevancia geopolítica, y donde por cierto, Inglaterra (y occidente en general) tenía y tiene innumerables intereses económicos. Esa es la chispa que da inicio a un trabajo periodístico intenso, meticuloso, analítico, y estresantemente veloz, que llevará a los protagonistas a transitar por zonas opacas y callejones sin salida, donde las conspiraciones secretas y los espías están a la vuelta de la esquina. Lo que parte como una noticia internacional, termina en una maraña digna de la mejor teoría del complot. Muy interesante desde el punto de vista histórico, y todavía más, si te formaste como un plumilla universitario. Aquí hay notas al trabajo periodístico en Good Night, and Good Luck (Clooney, 2005) y The Newsroom (Sorkin, 2012), aunque con la impronta y ese toque de sofisticación inglés del que tanto he hablado en esta columna.

El ritmo de sus diálogos es intenso, por lo que es evidente que dicho ambiente profesional no es lugar para ignorantes. El periodismo es para pequeñas mentes brillantes, o para quienes se esfuerzan por serlo. No sólo se trata de averiguar cosas imposibles, sino también de contarlas, socializarlas, con la naturalidad de quien hace el recuento de las vacaciones de verano. Qué lejos suena todo esto de la realidad de las redacciones periodísticas nacionales, siempre más preocupadas de reforzar la agenda setting, que de revelar verdades incómodas. ¿En qué momento los periodistas chilenos dejaron de hacer periodismo? ¿En que momento nos volvimos unos amateurs? En fin, de la sociedad del espectáculo hablaremos en otro momento.

Como toda buena historia, acá encontramos aquellos elementos de guión que son la sal y pimienta de cualquier relato atrapante. Porque los 60 minutos de conspiración y guerra fría, van acompañados de drama, sexo, infidelidades, y asesinatos, matizados con regados encuentros en bares clandestinos o la boîte de moda, cuya nube de humo de cigarrillo se suele confundir con las escenas de Mad Men, hecho que no le hace justicia ni a una, ni a otra.

Hay dos temas que se muestran con sensibilidad y cierto compromiso ideológico. Por un lado, observamos las raíces del feminismo, mucho antes que aparecieran los movimientos feministas en la década del 70. Tanto es así, que Bel Rowley (Romola Garai) es la jefa de la redacción, y en consecuencia, jefa tanto del conductor del programa y latin lover de turno, Hector Madden (Dominic West), como del jovencillo inteligente, que representa al amor platónico involuntario. Se trata de una figura femenina interesante en un mundo de hombres, que sabe soportar el peso de la urgencia y lo importante, y que por cierto, tiene los amantes que necesita sin que ello le signifique perder peso profesional. Por otro lado, la serie desarrolla el tema del racismo y las relaciones interculturales. Lo hace de una forma tan actual que por momentos descoloca. Son dos detalles de un tremendo y complejo guión que muestra el día a día en una fábrica de noticias audiovisuales, donde la ética periodística va por delante.

Vendría bien que el periodismo televisivo nacional tomara nota, aunque no es necesario ser periodista para poder disfrutarla. The Hour es una serie perdida en la maraña de menús y sub menús de Netflix que puedes recomendar a un amigo sin temor a equivocarte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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