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La era de Bob Dylan Opinión

La era de Bob Dylan

Dylan es para muchos una puerta de entrada a la música, a la música verdadera, no al retumbo comercial, sino al arte de la canción. Después o ante de Bob todos escuchamos a la par a los Beatles, los Rolling Stones, descubrimos el blues negro de Lead Belly, a Led Zeppelin, a Seru Giran, a Spinetta, a la Violeta Parra y así. Para otros es la puerta de la poesía moderna, esa poesía ausente de rimas más que hechas, puro impulso de la voz, aliteración, enumeración & verso libre, formas nuevas para un mundo que necesita una forma nueva de respirar.


You do what you must do and ya do it well
Bob Dylan

¿Cómo explicarle a alguien que no sabe lo importante que es Bob Dylan? Explicarle lo importante que es para un poeta de 30 años y para uno de 90 y tantos, lo esencial que puede ser para un muchacho que lleva un tiempo con la guitarra y empieza a componer sus primeras canciones y lo increíblemente potente que es para alguien que ha dedicado toda su vida a vender sus discos. Tengo sobre mí los primeros rayos de sol de la mañana y tengo su voz sonando en el equipo, entonces pienso que si Robert Zimmerman no se hubiera convertido en Bob Dylan, la canción de protesta jamás se hubiera popularizado a ese nivel y quién sabe qué hubiera sido de los 60’s, qué hubiera pasado si los Beatles no hubieran dado ese giro tras conocerlo, qué hubiera sido de la música de hoy, la generación Beat no hubiera tenido a su escolta mayor, Víctor Jara o Charly García, qué hubiera sido de ellos sin esa transformación.

Yo no vengo a pregonar los orígenes de ese muchacho de origen judío, crecido bajo el sol de un país que es casi un continente, tampoco de ese mismo muchacho y sus aventuras por el lluvioso sur de los bluseros, sus casas apostadas junto a las amplias arboledas, sólo quiero estar feliz porque los premios a veces caen en las manos precisas. El Nobel de Literatura es de Bob Dylan ¿Qué más nos podría poner feliz? Entonces me acuerdo que a los diecinueve años salí de casa con una mochila, un libro de Jorge Teillier y un personal stereo con el Highway 61 y el Blonde on Blonde. ¿Qué hubiera sido de Jorge Teillier sin Bob Dylan? Esa fue la primera vez que escuché hablar a un rockero de Ezra Pound, T.S. Eliot y Walt Whitman. Con mi amigo Francisco, en medio de la Carretera Austral, nos compartimos los audífonos, mientras que por un oído sonaba Bob, por el otro el aullido de la madera de esos bosques.

Dylan es para muchos una puerta de entrada a la música, a la música verdadera, no al retumbo comercial, sino al arte de la canción. Después o ante de Bob todos escuchamos a la par a los Beatles, los Rolling Stones, descubrimos el blues negro de Lead Belly, a Led Zeppelin, a Seru Giran, a Spinetta, a la Violeta Parra y así. Para otros es la puerta de la poesía moderna, esa poesía ausente de rimas más que hechas, puro impulso de la voz, aliteración, enumeración & verso libre, formas nuevas para un mundo que necesita una forma nueva de respirar. Estudiar sus letras, tomar Tangled Up in Blue o la hermosa Not Dark Yet vemos la maestría de un orfebre, de un artesano que no teme mostrar quiénes fueron sus maestros, honrarlos y compartir la sabiduría a la manera de un maestro taoísta: con el ejemplo. Para otros Bob será la iniciación política, para otros al cine, al arte posmoderno, a la religión o simplemente a la amistad.

Me acuerdo de que en uno de los últimos conciertos que dio en Chile, junto a mí había un hombre mayor que yo, llevaba en la mano una edición de los Cuentos completos de Roberto Bolaño. Nos pusimos a conversar; él había viajado por México, Argentina y Estados Unidos. Entonces me dijo, apuntando el nombre del autor del libro, “es obvio que este hueón lo escuchó, es obvio que lo admiraba, que parte de su imaginario viene de aquí o al menos es de la misma sepa”. De la misma sepa… Después subió al escenario el viejo Bob, ese Bob que lleva en sí todos los que fue: el pequeño Arthur Rimbaud, el Howlin’ Wolf, el revolucionario, el chango que electrificó el folk, el amante, el padre de familia, el religioso, el descreído, la estrella de rock & roll. Bob Dylan subió con una voz rasposa, con un sombrero muy norteamericano, una pinta de cantante de los 50’s, ordenado, sin moverse mucho de su posición frente al teclado, como ido y compenetrado en sus canciones, en transformarlas. Ya no tenía esa voz aguda, sino una rasposa, la voz de sus últimos discos que es la voz que siempre quiso lograr: la voz penetrante y seca, esa voz que más que cantar habla, la voz de la norteamérica profunda, de los cantores de la tierra, de los payadores sudamericanos que no tiene adorno, que es así como es el paisaje vasto.

Entonces cómo explicarle a alguien que no sabe lo importante que es Bob Dylan en nuestras vidas, cómo le explicamos de las chicas que nos enamoramos con estas canciones pasadas de moda, cómo le decimos que fuimos de librería en librería buscando esos libros que nombraba, cómo le hacemos entender que escribimos poesía en las calles, a la luz del vino y el frío, que tuvimos bandas de rock & roll, que preferimos el arte al mito, que nos gastamos toda la plata que tuvimos de jóvenes en discos y más discos, en películas y en cuadernos para seguir escribiendo, en mochilas para viajar, que le gritamos al viento ¡Idiota! y a la noche Like a rolling stone. Buscamos fotos, le imitamos la pinta, contamos las sílabas de sus canciones y nos desafinamos un montón de veces, en una ciudad donde nadie nos conoce y estoy seguro que Bob Dylan y Robert Zimmerman hoy reciben el Premio Nobel como si la noticia la trajera un aguilucho planeando calmo; estoy seguro que le darán gracias a los amigos que se le fueron, a los poetas muertos que lo hicieron escapar de casa, a los cantantes de cabaret y a Elvis Presley, a los Band, los Traveling, los Byrds, a Joan Baez, a Woody Guthrie, al gran paisaje americano y a los pájaros que traen las noticias importantes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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