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“Gospodin”: El (delirante) baile de los que sobran Crítica teatral

“Gospodin”: El (delirante) baile de los que sobran

Gospodin, crea un “emprendimiento anticapitalista” con una llama, animal del altiplano sudamericano al que saca a pasear y recibe por ello algo de dinero. Una situación ideal que le permitía no depender ni de un trabajo ni de jefes ni de horarios. La obra parte cuando a Gospodin le requisan el animal por una denuncia de Greenpeace y su pequeño gallito al sistema queda en entredicho. Su mujer no entiende su forma de pensar y sus amigos rechazan su radicalismo.


Hay un punto en común que une esta obra dirigida por Néstor Cantillana y escrita por el joven dramaturgo alemán Phillip Löhle, con “Demonios”, montaje del sueco Lars Noren estrenado en el primer semestre y uno de los puntos altos de la temporada -protagonizada por el propio Cantillana-, y es que más allá de la presencia del actor y director, hay una mirada europea que busca reflexionar sobre un cierto final de era o paradigma.

En ambos casos es una visión desolada y extrema sobre la sociedad contemporánea y sus “males”. Si en “Demonios” la violencia y deshumanización de las relaciones humanas parece llevar al hombre a un camino sin salida, en “Gospodin” la reflexión está instalada en el capitalismo y la dictadura del dinero como falta de libertad individual.

En ambos casos, esta visión toma cuerpo de manera descarnada si bien con materiales y tonos muy distintos. “Gospodin” es ante todo una comedia negra, negrísima, que junto con interrogar sobre si cabe prescindir del dinero y las transacciones (monetarias y morales) que manejan nuestra vida, ironiza sobre la vulgarización en que hemos sumido a nuestra sociedad. Se trata de un individuo común, sin ínfulas de mesianismo ni de ser un superhéroe tardío en busca de ideales correctos, que radicaliza una opción e ideología de vivir en medio de una sociedad capitalista sin apego al trabajo y dinero para buscar la libertad más básica.

FOTO ESCENA 1

Gospodin, el nombre de este individuo, había formado un “emprendimiento anticapitalista” con una llama, animal del altiplano sudamericano al que sacaba a pasear y recibía por ello algo de dinero. Era una situación ideal que le permitía no depender ni de un trabajo ni de jefes ni de horarios. La obra parte cuando a Gospodin le requisan el animal por una denuncia de Greenpeace y su pequeño gallito al sistema queda en entredicho. Su mujer no entiende su forma de pensar y sus amigos rechazan su radicalismo.

La mirada de Löhle –de quien el colectivo La Puerta adaptó en 2013 su obra “La cosa”- rompe con la representación convencional al situar la travesía de Gospodin en un formato extraño, con retazos de un show barato de televisión en que se sitúa él y quienes lo rodean, frente a una cámara y un par de pantallas que emiten una precaria puesta en escena de indudable mal gusto. Hay un mérito del director Cantillana al utilizar distintos espacios que dan la sensación de estar frente a una performance descabellada que incluso integra al público como una delirante versión del “Sábados Gigantes” más ochentero. Lo más interesante de la puesta en escena es la manera en que el director juega a desdoblar el tono del relato: a la interpretación del trío de actores (Pablo Schwarcz, Macarena Teke y Guilherme Sepúlveda), se suma la narración en tercera persona de los dos actores “secundarios” para referirse a Gospodin, incluso con la convención de un narrador externo que micrófono en mano nos cuenta lo que ocurre, situando la dramaturgia en un ambiguo terreno que potencia la ironía de lo que vemos representado.

FOTO ESCENA 2

De manera muy dinámica somos testigos de la radicalización de los postulados de Gospodin -servido a la perfección por Schwarcz en un registro neurótico que le asienta de maravillas- mientras se va despojando de las últimas ataduras con el sistema capitalista donde a poco andar se afirmará en una serie de dogmas que lo dejarán como un náufrago: se resiste a escapar, a usar el dinero, a tener una propiedad y por sobre todo, a tomar decisión alguna (el principio de la libertad, dice). Guilherme Sepúlveda y Macarena Teke interpretan vertiginosamente a varios personajes (un amigo piloto y un delirante artista performático, en el caso del actor; la esposa, amiga y mamá por parte de Teke) que van cimentando de manera notable el ascenso (¿o caída?) del protagonista. Lo de Sepúlveda es especialmente brillante, manejando un pulso de comedia disparatada que demuestra que es uno de los actores más completos del circuito teatral.

Quizás por momentos el sarcasmo lo inunda todo y la puesta en escena minimalista opaca la tesis fundamental de la obra, en especial por lo esperpéntico de algunos personajes. Pero vista como un reflejo de la decadencia de la vida contemporánea anclada a un sistema que hace agua por todos lados, la obra nos interroga y emplaza justamente en momentos en que las instituciones que afirman este sistema neoliberal en nuestro país está siendo horadado por parte de la sociedad, incluso con sectores que ya propugnan un abandono completo del sistema. En ese contexto la obra se levanta como una crítica despiadada a la falta de libertades individuales y a la uniformidad social que castiga a quien disiente del sistema, pero cuya negrura y pesimismo no oculta que estamos frente a un divertidísimo montaje cuyos referentes los podríamos encontrar en el cine de Monty Python: la voluntad de tensionar la representación como un espejo que nos devuelve una imagen deformada de lo que somos y lo que nos rodea, que no por ser sombría deja de ser una graciosa y patética comedia de la vida.

“Gospodin”
Dirección: Néstor Cantillana
Elenco: Pablo Schwarz, Macarena Teke y Guilherme Sepúlveda
Produccion: The Cow Company
Equipo de diseño: Claudia Yolin, Nicole Needham, Juan Anania
Diseño Musical: Daniel Maraboli
Diseño Gráfico: Javier Pañella
Cámara: Felipe Carmona

Teatro de la Palabra. Crucero Exéter 0250. Barrio Bellavista. Hasta el domingo 18 de diciembre. Viernes y sábado: 21:00 horas, domingo: 20:00 horas. Entrada general: $8000, estudiantes y tercera edad: $4000.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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